Hasta ahora, el capitalismo y el medio ambiente han sido casi antónimos. Han caminado en direcciones opuestas. ¿Pueden volverse sinónimos, o sea, limpiar la atmósfera del planeta puede ser además un negocio lucrativo? Por supuesto que sí, aunque los inciertos ritmos a los que se llegue a eso sean la variable clave. Claro que son muchos los negocios que siguen dañando el ambiente, todavía la gran mayoría. La única forma de inclinar la balanza hacia el lado opuesto es con legislación bien pensada y con el Estado forzando la mano a los inversionistas, sí o sí.

Demos algunos ejemplos a los que ya se les han hecho cuentas.

Los grandes molinos de viento, mejor sobre tierra que mar adentro, tienen una rentabilidad espectacular y están en capacidad de generar cientos de gigavatios, o sea, cantidades colosales de electricidad. Un parque eólico usa poca tierra y se puede implementar en poco tiempo, casi sin requerir materias primas complicadas.

Otro negocio de rentabilidad creciente, pero también muy dependiente de dónde se instala, son las granjas solares. Como generan electricidad, es fundamental lo que se hace con ella después. Una práctica creciente es usarla para producir hidrógeno, uno de los combustibles más limpios que existen, sometiendo el agua salada a hidrólisis. Aunque hacia adelante el hidrógeno se podrá distribuir a través de los gasoductos actuales, Porsche desarrolló una tecnología que utiliza el maligno gas carbónico (CO2) para hacerlo reaccionar con el hidrógeno y convertirlo en una forma simplificada de gas combustible. Al final, todo el ciclo es neutro en materia de gases de efecto invernadero (GEI).

Más cerca de Colombia, es del todo viable que el Estado les pague a muchos miles de campesinos pobres de escasa educación para que siembren millones de árboles, según lineamientos bien definidos. Se puede recurrir a la reforestación clásica o plantar maderas para cosecha futura. Ojo, si la madera cosechada no se quema, el carbono atrapado en su celulosa no se convierte en CO2. Los costos por hectárea son moderados y los efectos ambientales, por ejemplo en pro de las especies amenazadas, muy considerables. Dicho de otro modo, las selvas no solo hay que dejar de talarlas, sino que se pueden restaurar. Es asunto de canalizar importantes capitales de los amigos de la salud del planeta o de las instituciones multilaterales. Todo proceso de restauración de selvas puede generar bonos verdes y otros instrumentos financieros de ciclo lucrativo.

Otra tecnología de la que en esta columna se ha hablado mucho es la ganadería silvopastoril, ideal para las tierras bajas de los trópicos, en buen estado o degradadas. Así, no solo no se seguiría expandiendo la frontera agrícola a costa de las selvas, sino que se generaría un ambiente ideal para la cría de ganados, con un gran beneficio colateral para otras especies animales y vegetales. Uno no entiende por qué en un país como Colombia el Estado no se fija metas de ganadería silvopastoril en millones de hectáreas. A razón de cuatro o cinco animales por hectárea, algo claramente posible, la totalidad del hato nacional cabría en seis millones de hectáreas.

En fin, son centenares, si no miles, las actividades lucrativas que se pueden emprender no solo sin dañar el medioambiente, sino beneficiándolo. Asunto de que los que mandan aprendan a mandar, en vez de estar envenenando los aires con su indolencia.

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