Pocas veces en nuestra historia, el sufrimiento social, familiar, personal, nacional, ha sido tan generalizado y, en especial, tan envuelto en desesperanza. En otras palabras: un sufrimiento resignado.
No hay derecho. Ese sufrimiento no es por causa de una guerra convencional, o de una catástrofe natural. No. Es por causa de una hegemonía despótica y depredadora que ha venido destruyendo a Venezuela para convertir a su gente en un pueblo esclavizado.
¿Suena muy duro o exagerado? Puede ser. Pero es verdad. Los varios millones de venezolanos que han emigrado, gran parte de los mismos en condiciones muy precarias, son testimonio de ese sufrimiento. Y ni hablar de las familias desgarradas por la emigración.
El aumento de la pobreza, de la desigualdad social, la dolarización a las patadas, el colapso de los servicios públicos, en particular de salud, ahondan el sufrimiento social, sobre todo en la población de tercera edad, que, en general, padece situaciones dramáticas.
El transporte es un lujo, así como el agua y la luz. Quien no tiene acceso a dólares no puede sobrevivir. Y Caracas es una especie de «oasis» en comparación con casi todas las regiones. ¡Vaya oasis!
Ya no se trata solamente de una catástrofe humanitaria originada por un despotismo corrupto. Hay mucho más. Difícil de cuantificar, porque el sufrimiento de una nación no es una mera variable técnica. Es una realidad que trasciende las categorías habituales para convertirse en una condición existencial.
La naturaleza festiva del venezolano compensa un poco el sufrimiento. Pero la procesión va por dentro. El decorado de que «ésto se está arreglando», es eso: un decorado que refleja la propaganda, no la vida de la abrumadora mayoría.
Sin duda que existen burbujas donde los privilegiados están gozando de sus riquezas, a costa del sufrimiento popular. Son los enchufados, del color político que sean.
La resignación referida no tiene por qué ser irreversible. Estoy seguro que ello cambiará. Incluso se conocen distintos hechos de protesta que así lo sugieren. Luchemos para que surja una conducción política comprometida con el cambio efectivo.
Y ese cambio, insisto, no es sólo político, económico o social. Debemos recuperar la esperanza para que ese sufrimiento se vaya transformando en ánimo, confianza, emprendimiento, y en vida digna y humana.
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