Había ido con mi hijo a la Colonia Tovar por el día para recoger una vajilla que había encargado hacía algún tiempo en Arte Cerámica Tovar y para cambiar de ambiente y disfrutar del paisaje. Pasamos un día maravilloso en la Colonia. Almorzamos una comida típica muy sabrosa y disfrutamos del clima. Después de pasar un día apacible y agradable, nos disponíamos a regresar a casa. Justo cuando estábamos a punto de salir de Arte Cerámica Tovar para regresar a Caracas, alrededor de las 5:30 de la tarde, dejamos el carro prendido por pocos minutos mientras conversábamos con miembros de la familia de alfareros que aprendieron la profesión de sus padres y que continúan estudiando, aprendiendo y desarrollándose en su arte. De repente el carro se recalentó y nos dimos cuenta de que estaba botando el refrigerante. Mi carro, a pesar de sus años, ha sido un carro extremadamente fiel y bien mantenido. La verdad es que no me esperaba tener un inconveniente así y menos fuera de Caracas. Como ya se acercaba la noche, los miembros de la familia Rudman, con quienes estábamos conversando, nos aconsejaron que nos quedáramos en la Colonia y que resolviéramos el asunto al día siguiente, con la luz del día. Por diversas razones, mi hijo y yo decidimos que trataríamos de regresar a Caracas. Teníamos refrigerante y nos llevaríamos agua para el camino.
Enrique Rudman, su esposa Susana y su hija Astrid, recién llegada de Europa después de culminar 5 años de estudios en la universidad como ceramista, se ofrecieron para seguirnos en su carro por todo el camino hasta llegar a El Junquito para estar seguros de que no tuviéramos ningún inconveniente hasta ese punto. Si lográbamos llegar hasta allá, después la ruta era en bajada y presumían que podríamos llegar sin problemas hasta Caracas. Además, nos prestaron un tanque de agua con 20 litros para que pudiéramos utilizarla si el carro se recalentaba nuevamente.
Cuando llegamos a Ponilandia sin novedades, nos paramos para decirles que se devolvieran porque el carro venía sin problemas. Dejamos el carro prendido por menos de dos minutos para despedirnos. Cuando íbamos a proseguir nuestro camino, nos dimos cuenta de que se había vuelto a recalentar. Ya para este momento estaba oscuro. Enrique nos dijo que de ahí en adelante era muy solitaria la vía y que era peligroso quedarse accidentado de noche en ese tramo. Resolvimos no ignorar las señales y regresarnos a la Colonia. Ellos nos acompañaron hasta un alojamiento que conocían y nos indicaron dónde podíamos disfrutar de un buen desayuno rico al día siguiente.
En la mañana, después de nuestro desayuno, que estuvo delicioso, Susana y Astrid nos trajeron un refrigerante que habían comprado para que nos lo lleváramos en el carro. Finalmente, entre todos resolvimos que era mejor regresar a Caracas con una grúa para no arriesgarnos a dañar el motor. Como tenía mi seguro de responsabilidad civil que incluía el servicio de grúa, decidí probarlo por primera vez en una década y funcionó a la perfección.
Ya en Caracas, comentaba con mi hijo la increíble satisfacción que me proporcionaba seguir conociendo a gente buena…buena gente…Esa gente de mi país que es capaz de ayudar sin recibir nada a cambio. Esa gente que ayuda aunque los hayan decepcionado mil veces. Esa gente que aún tiende la mano y apoya a otros en los momentos difíciles. Esa gente que dedica su tiempo a servir.
Esa gente…gente buena…buena gente. Gente como Enrique, Susana y Astrid Rudman.
¡Prendamos una vela y pasemos la luz! ¡Vivamos cada día como si fuera el último!.
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