La tensión que se ha generado entre China y Estados Unidos por el supuesto balón de observación meteorológica derribado sobre el Atlántico no obedece a un hecho fortuito. Tal cosa no ocurrió por azar.

Luego de una exhaustiva investigación, el Congreso estadounidense unánimemente repudió el hecho como una violación del Derecho Internacional. Ello después de que el Pentágono aclarara que una flota de balones que opera bajo la egida del Ejército de Liberación del Pueblo se dedica a recoger información “sensitiva” desde los cielos de los cinco continentes. El balón fue derribado y aunque el presidente Joe Biden le restó importancia al suceso, el viaje del Secretario de Estado Antony Blinken a Pekín fue definitivamente suspendido.

Para que esto ocurriera, algo de mucha significación debe haber sido calibrado por los estrategas de Washington, toda vez que el acercamiento diplomático abortado era un objetivo convenido entre los dos Jefes de Estado en Bali, en Noviembre pasado, cuando por fin las dos potencias consideraron imperativo poner fin a la distancia y, al propio tiempo, reabrir y mantener las líneas de contacto entre los dos países. Toca entonces hurgar dentro de lo ocurrido entre las dos potencias y medir sus consecuencias, ya que nos encontramos, de aquí en adelante, frente a un nuevo congelamiento de las relaciones entre los dos titanes.

El caso es que ha estado creciendo la especie de que el más poderoso hombre de China desde los días de Mao, Xi Jinping, podría no haber estado al tanto ni haber nunca aprobado los oscuros propósitos del balón. Pudiera esto significar – piensan unos cuantos analistas – que no existe una sintonía total entre los objetivos de las fuerzas militares chinas y el Partido que ejerce el gobierno, quien como se ha visto, se encuentra manifiestamente interesado en el deshielo de la relación con los Estados Unidos.

Tanto en Pekín como en Washington se han estado dando fehacientes muestras de voluntad de reducir el nivel de la confrontación y de trabajar conjuntamente, sin renunciar a sus ambiciones estratégicas, para conseguir un reacomodo económico mundial que sería de beneficio para la comunidad internacional en su conjunto. La distensión es un propósito al que tanto Xi como Biden aspiran en esta hora, y este episodio del balón administrado por las fuerzas armadas lo que hace es colocar una piedra en el zapato de los dos líderes.

Es el criterio del Financial Times, por ejemplo, un medio que mantiene un estrecho seguimiento de los temas económicos chinos, que en esta hora hay clara conciencia, tanto en Pekín como en Washington, sobre lo imperativo de hacer causa común en provocar un nuevo impulso al crecimiento económico del país asiático. Asimismo, ambas naciones tienen conciencia de la importancia de desescalar tensiones en otras áreas como Taiwán, donde también podría haber un conflicto en puertas. Así pues, este inexplicable impasse no contribuye a ninguno de estos dos propósitos.

El hermetismo chino operará en esta ocasión mejor que en ninguna otra. Es que es de mucho calibre la hipótesis de que el cuestionamiento interno del poderío doméstico de Xi sea lo que se encuentra en el trasfondo del desaguisado…o simplemente que el acercamiento con los Estados Unidos no sea visto con buenos ojos en las altas esferas del Ejército Popular de Liberación.   

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