Cuando pienso en el consuelo siempre me viene a la mente la imagen de mi padre, su gesto amoroso al besarnos la frente, sus palabras siempre impregnadas de poesía, llenas de amor, contagiosas de optimismo. Cuando pienso en la confianza, en la seguridad, siempre viene a mi mente la imagen de un pequeño niño tomado de la mano de su padre cruzando un transitado camino. Porque esas manos juntas se convierten en el fundamento de la seguridad del alma cuando crecemos, cuando nos convertimos en los adultos que han de tomar otras manos.
Hay gestos, hay toques que describen miles de palabras, que nos declaman la más hermosa de las poesías. El abrazo cálido de un hermano puede convertirse en la medicina más efectiva en contra de la angustia. La mirada compasiva de nuestra madre que nos expresa, en su silencio, el anhelo más profundo de su alma de sanarnos la herida de la vida, nos llena de esperanza. La sonrisa espontánea de un pequeño que se dibuja en su rostro al mirarnos, nos impregna el alma de pura miel; nos conquista el corazón, nos desprende de la desazón.
Es un bálsamo para el corazón cansado contemplar a los niños jugando en un parque, con sus gestos de bondad, conquistando nuevos amigos. Escuchar sus estrepitosas risas y evocar recuerdos de nuestra niñez. Dejar que nuestra mirada divague en el paisaje y encontrarnos con un par de viejitos caminando lentamente, fijar nuestra mirada en ese nudo de sus brazos enlazados que se llevan mutuamente, que nos recuerda los lazos de la vida y el amor para quienes persisten en caminar juntos.
Cuando al amanecer pareciera que la oscuridad de la noche se prolonga arropando la luz de nuestra mañana. Cuando a pesar de ver el sol en todo su esplendor el alma sigue derramando copiosas lágrimas, el gesto del mensaje solidario de un amigo nos ilumina, nos apacigua el enguayabado corazón. Llegar a casa después de una jornada de arduo trabajo y ser recibidos con un beso tierno de nuestro cónyuge, es el mejor remedio para olvidar todos los sinsabores del día. Ser bienvenido con la algarabía de los hijos se convierte en una hermosa sinfonía.
Vivimos rodeados de palabras, leemos cientos de mensajes al día, pero aquellas palabras de nuestra madre, escritas en un pedacito de papel, cuando nos rompieron el corazón por primera vez, jamás se nos olvidarán: “Tu dolor es mi dolor y tu alegría es mi alegría”. Escuchar a nuestros hijos, convertidos en hombres, pedirnos la bendición, nos llena de un profundo sentimiento, como si al responderles con el _Dios te bendiga, el alma se nos expandiera como una noche infinita de estrellas para bendecirles la vida, aferrados a Dios en una oración con todas las palabras, en una oración sin palabras.
Echarle una mirada al baúl de los recuerdos para ver a nuestra amada abuela narrándonos, al ritmo de su mecedora, la increíble historia de los siete años de amores, por cartas, entre ella y el dulce abuelo que tempranamente partió de este mundo, nos afianza en el amor, nos recuerda la importancia del compartir, del escucharnos activamente, del nutrirnos de esos momentos que van tejiendo las relaciones con nuestros seres amados.
Siempre que escribo se que fue mi abuela quien despertó en mí el deseo de expresar mi alma. Fue ella quien me enseñó el maravilloso arte de narrar historias, fue ella la que me reveló ese gesto inolvidable de mi abuelo en su primera visita, cuando le regaló un libro de poemas titulado: La flor de tu alma. Y al abrirlo leyó en la dedicatoria: “Yo también he leído en tus ojos un hermoso poema: La flor de tu alma”. Sin duda, un gesto que trascendió aquel momento, un gesto con más de un siglo de historia que sigue inspirándome.
Aquella boleta de tercer grado en la que una maestra nos afirma con palabras de gratitud, nos reconoce en el esfuerzo y nos insta a continuar con el mismo entusiasmo de cara al futuro, es un gesto que marcó la diferencia entre la negligencia o la decisión de hacer la tarea. Además, estoy segura que fue la semilla sembrada para escribir miles de notas personalizadas a cada estudiante en mi labor de enseñanza. Pensar en el primer maestro de mi vida, en mi padre, y recordarlo sentado con nosotros en el comedor, buscando en nuestros cuadernos, explicándonos la tarea, nos hace valorar esa presencia activa expresada en tantos gestos.
Se trata de los gestos, de las acciones de otros, que nos bendicen con su presencia en nuestras vidas. Alguien que nos regala una sonrisa, un abrazo, un beso, una exhortación justa, una palabra de admiración. Se trata de estar al lado de quienes amamos, de quienes nos necesitan, de quienes son nuestra responsabilidad. Se trata de nuestra presencia activa en la vida de otros, de la presencia de ellos en nuestras vidas. Se trata de estar al lado, de hacer el camino juntos, de saber que estás allí. De sentir que mi silencio puede hablarte tanto como la más profunda de nuestras conversaciones. De saber que mi mirada puede ser el abrigo de tu alma; que tu alma puede ser el refugio de la mía.
De eso se trata la amistad, el ser cónyuges, de eso se trata el ser padres e hijos, el ser familia, el tener a alguien a quien amar. Y lo más hermoso que he encontrado en la vida es que también de eso se trata la relación que Dios desea entablar con cada ser humano. Una y otra vez podemos encontrar en las Sagradas Escrituras que Dios nos manifiesta que su presencia estará siempre a nuestro lado; que Él nos recibe como el padre de la parábola del Hijo pródigo, que nos abraza y nos da la bienvenida.
De eso se trata siempre el amor, de estar allí, de estar a tu lado, de besar con cada gesto el alma.
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