Glasgow
Pareciera que el ser humano, en su natural confrontación, asoma de nuevo con un mustio ramillete de ideas que lo mismo resolverán problemas que solucionarán crisis y repararán anomalías, dentro de acuerdos no inmediatos y de unos plazos que rara vez consiguen un giro que pueda considerarse un logro. Visto así, desde la buena voluntad, sólo el Covid pudo detener durante unas semanas la situación critica de la Naturaleza, y mostró la verdadera solución o la más inmediata, aunque extrema; la parada crítica o detener las máquinas o menguar la tensión y, aunque estén por determinar las consecuencias económicas, algo tendió a reverdecer.
La Naturaleza lo agradeció, el silencio ayudó, las vibraciones cesaron, la atmósfera recibió un descanso y aparecieron seres recluidos, escondidos por entre montes y hondonadas, alejados de la vista inmediata del ser humano. Asomaron perplejos, con sus reservas y desconfiados muy poco después o mientras tanto o casi de inmediato. Muestra esto que la Naturaleza agradece etapas cortas de descanso, un tiempo de recuperación hasta que la perfección del ser humano comprenda que el utopismo es una bella teoría que rara vez tiende a convertirse en un final aceptable y a veces ni tan siquiera aconsejable.
La cumbre en Glasgow muestra sordera y ceguera, se aferra a sus viejas plantillas y guías de un siglo pasado repleto de ‘reinterpretaciones’ donde van a ‘reimaginar’ un futuro mejor, y a ‘reprogramar’ lo aplazado como si la pandemia vivida fuera un leve accidente ya superado y resultara factible ‘retomar’ lo de antes con las mismas premisas, sin apenas variación. Un mundo ruidoso desde el que ‘reimpulsar’ la misma acción y poner de acuerdo a las partes, que son ciento noventa y siete naciones, sin China, que sigue dentro de su milenaria muralla, sí, pero también muy en ruinas ‘reparadas’, ‘restauradas’, y Rusia re-entrando en sus nieves y hielos. Ese prefijo -re, de la restauración de los ecosistemas, lo mismo significa reiteración que negación o retroceso, y amenaza en extremo los logros en Glasgow, y sigue alejado de avanzar en los acuerdos formalizados en la Cumbre de París en 2015, aunque fuera bella la premisa de los asistentes en este 2021: «Mantener viva la esperanza y aumentar la ambición climática y replantear acciones.»
Está por evaluar qué fue lo que ayudó a que sucediera un pequeño cambio en los tiempos de la Covid, si rebajar las emisiones, si nuestra presencia y trasiego constante, si nuestro ruido y vociferar desbocado, pero sí pareciera que ayudó, despejó contaminantes, aminoró la presión y permitió un respiro. No hace falta un ensayo ni probar si esto es aconsejable, están ahí las estadísticas, las mediciones, los informes… Tenemos datos de este ahora que no debiéramos ignorar, ni como aviso de la desestabilización de la salud ni como solución intermedia y urgente que es factible organizar.
El utopismo, tras los horrores del siglo pasado, innoble en infinidad de situaciones, no pareciera la herramienta adecuada para entenderse con la Naturaleza de este siglo XXI. La Naturaleza y su capacidad de regenerarse es evidente que no han sido invitadas a esta conferencia de las partes, no van a hablar de forma directa, tendrán intérpretes, singulares acaso, y casi sería conveniente anunciar que el Planeta, la naturaleza, como un trabajador más, puede estar pidiendo y hasta demandando unas lógicas vacaciones a definir, como cualquier trabajador, como cualquier ser explotado y llevado a la extenuación que mendiga, y hasta súplica, sean atendidas sus necesidades sin más plazos o dilaciones.
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