El régimen desde hace años estableció una alianza -en algunos casos explícita y en otros tácita- con el hampa organizada. Entronizar la delincuencia es una manera de atemorizar y fracturar la ciudadanía. Una forma de crear terror, inhibir las protestas populares e impedir que los ciudadanos se movilicen para protestar por la inseguridad personal y el deterioro progresivo de la calidad de los servicios públicos. Con esa finalidad, el gobierno fue concediéndoles territorios a las pandillas. Cuando algunos de los delincuentes más connotados caían presos, se les permitía convertirse en pranes. En virreyes dentro de los recintos carcelarios. No era el Estado, a través de la Policía Penitenciaria, el que establecía las normas, sino que eran estos caporales quienes dictaban las leyes, con la venia de la ministra de Asuntos Penitenciarios. Una manera rocambolesca de privatizar las cárceles, como todo lo que esa gente hace.

Esta mezcla e inversión de papeles ha ido produciendo engendros y creando áreas dominadas por pequeños ejércitos irregulares. El Tren de Aragua es una megabanda que ha adquirido notoriedad internacional, después de haberse asentado en el centro de la nación. Su presencia, al parecer, ha sido detectada en Perú y Ecuador. Figuras como el ‘Willy’, y ahora el Koki, se han convertido en vedettes que declaran territorios liberados, asaltan comandos de la Guaria Nacional y la Policía Nacional, y alardean de su capacidad de fuego junto a sus lugartenientes.
Mientras esto ha ocurrido en presencia de todo el mundo, el país se ha preguntado durante años dónde se encuentra el Estado, dónde los aparatos de seguridad, dónde las Fuerzas Armadas. La respuesta es evidente: espiando, hostigando y persiguiendo a la oposición, convertida en la pesadilla de Hugo Chávez, primero, y de Nicolás Maduro, después.

El lugar de las FAN y la policía dentro del Estado cambió a partir de los sucesos de abril de 2002. Probablemente, antes de esos episodios el comandante Chávez ya acariciaba la idea de deformarlas. Sin embargo, lo cierto es que a partir de esas jornadas, esas instituciones ya no tuvieron nunca más las funciones de guardianes del orden democrático, liberal y republicano que habían desempeñado durante los cuarenta años previos. Fueron desvirtuadas, corrompidas, ideologizadas y fanatizadas con el propósito de convertirlas en el brazo armado del proceso bolivariano. Chávez, guiado por su eterno mentor Fidel Castro, se propuso evitar que ambos cuerpos volviesen a formar parte de una conjura tramada para sacarlo de Miraflores. Esa línea fue mantenida por Maduro.

El envilecimiento las Fuerzas Armadas estuvo acompañado del fortalecimiento de los grupos paramilitares, los colectivos, la creación de organismos policiales ceñidos a los dictámenes del presidente de la República y la indiferencia frente al auge de las pandillas delictivas. Este complejo movimiento de piezas debía articularse para cumplir con el propósito de desincentivar la organización popular y las protestas. Entonces se empoderó a colectivos como La Piedrita y Alexis Vive, se creó la Fuerza de Acciones Especiales (FAES) y se permitió que zonas populares como los barrios alrededor de la Cota 905 pasaran a ser feudos del Koki.

En un clima dominado por el caos, la inseguridad y la violencia, donde el Estado ha cedido los espacios que le corresponde administrar, resulta demasiado arriesgado protestar o aspirar a cambiar el orden existente.

El Koki es hijo legítimo de eso que se llama la ‘revolución bolivariana’, no solo porque toda su vida ha transcurrido bajo el dominio rojo, sino porque su surgimiento y consolidación solo puede explicarse por la política de un Estado que decidió renunciar a sus obligaciones constitucionales. Que se convirtió en Estado fallido, tanto por su incapacidad suministrar electricidad, agua, gasolina y vacunas para combatir la Covid-19, como porque no es capaz de resguardar la vida de los venezolanos.

Solo cuando el Koki retó al poder y se convirtió en un problema político significativo, fue que la cúpula gobernante se sintió obligada a actuar para frenarlo. El hombre evidenció no haber entendido que el régimen le había asignado un territorio y unas funciones que no podía traspasar.

Esta interpretación de los hechos jamás será aceptada por la cúpula gobernante. Lo más fácil para Maduro y su gente es recurrir a la manida tesis de que los culpables son los sospechosos de siempre: Estados Unidos, Iván Duque y, desde luego, la oposición, en cuyo centro se encuentra el partido responsable de todos los males: Voluntad Popular, con Leopoldo López y Freddy Guevara al frente.

Ver a Jorge Rodríguez manipulando los hechos alrededor del Koki de forma descarada, no sorprende. El cinismo y el uso de neolenguas forman parte consustancial del estilo del régimen. Al referirse a ensayos monstruosos como la Operación de Liberación del Pueblo (OLP), dicen que fueron inspirados por el afán de paz y amor que los mueve. Saquen ustedes la cuenta.

@trinomarquezc

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