«…el traidor es un ser abominable…» Hugo Chávez

La historia de la civilización occidental está plagada de traidores, de personas que valiéndose de la confianza, de los afectos y las querencias de otras personas, actúan, de manera indecorosa ya sea para quitar algo o para quitar del medio a alguien que les estorba cuando de intereses particulares se trata. Siempre el traidor lo hace en beneficio propio pero con banderas colectivas, porque tiene que disfrazar ese acto tan repulsivo como lo es la traición.

En tiempo de cuaresma es oportuno ahondar sobre esta figura, donde el apóstol Judas Iscariote es el más celebrado entre propios y extraños, porque fue capaz, por unas treintas monedas de oro, de vender el mensaje de fe y amor que traía Jesús, porque no se puede decir que Judas vendió a un hombre porque Jesús era más que eso, en él confluyen todos los afectos y desafectos de la humanidad.

Pero entendamos que la figura del traidor es cuestionada desde un punto de vista personal, porque duele mucho, agrieta los sentimientos de las personas; pero desde el punto de vista político es una virtud. Aquél que pueda traicionar una causa para adherirse a otra y renacer, es un astuto, es un verdadero delfín de la política. A ese tipo de actor social y animal político, se le reconoce en la institucionalidad de un Partido o Grupo de Poder, como un exponente de la habilidad y la destreza para lograr objetivos de poder que luego se traduzcan en beneficios económicos y sociales para ellos y para algunos sobrevivientes de los afectos sinceros del traidor.

También el traidor parte del principio de exigir de sus adeptos la obediencia y sumisión; es una manera de controlar las posibles nuevas traiciones que el traidor sabe que vendrán, porque los traidores creen en la karma, en la extensión malvada de sus acciones que el destino se encarga en cobrar y por ende en ejercer justicia. Todo traidor reconoce en sus acciones la falta, no lo hace ingenuamente o pensando que nadie se dará por enterado de su traición; el traidor construye su mundo partiendo de la cicatriz mayor de alguna de sus traiciones y desde allí se proyecta. Podrá lograr llegar a ser muchas cosas en una vida finita, pero palidecerá al final con un dolor dos veces mayor al que causó su traición. Cada lágrima, cada desmembramiento del alma, trae consigo un alto costo en la vida del traidor.

En el caso del apóstol Judas, la traición no tuvo desenlace, casi en lo inmediato hubo arrepentimiento, el propio Judas cortó la karma suicidándose, por ello hacer alusión como traidor a Judas es un desacierto; él representa las acciones y consecuencias de una traición, pero a su vez muestra la grandeza y esperanza que da  la  constricción, porque es la manera de reivindicar la mala acción de la traición, no con el bien, sino con el sacrificio del traidor pagando con la misma moneda la traición que ejecutó.

Otro problema que deja evidenciado el traidor, es la falta de consciencia acerca de sus actos en lo inmediato, a diferencia de Judas que si tuvo esa reflexión, diríamos que ha sido el único que traicionando se dio cuenta de su falta. El traidor piensa que solamente él es capaz de reflexionar acerca de por qué cometió esa acción y la justifica con la premisa de que “el fin justifica los medios”, muy al estilo de Maquiavelo. De algo si no puede quedar duda y es en razón de que la traición, en “lo político”, es un defecto de valores, de respeto a la amistad, a eso que Proverbios 18:24, llamó “amigo hay más unido que un hermano…”; pero en “la política”, que se refiere a la praxis de hacer cosas para alcanzar puestos, cargos, espacios donde poder tomar decisiones, se valora como condición saludable para ejercer la política.

El traidor es por naturaleza cobarde, no da la cara, se esconde en los grupos de interés que confían en él porque representan un valor muy ínfimo de interés para el traidor; el traidor tiene una paz de consciencia un poco más larga y amplio de cualquier otro ser humano; a él no le afecta el dolor que causó, eso para él es un daño colateral de la traición y que debe de suceder para que la traición se consolide y el traidor pueda seguir avanzando.

Lo peor de la traición son los aduladores o creyentes del traidor, porque el traidor no tiene perdón y tendrá un final tan desgarrador como el dolor causado; los aduladores y creyentes pierden credibilidad, confianza, magnanimidad, grandeza, valores; el séquito del traidor es ahogado por la propia sociedad que los va excluyendo, señalando, hasta converger en el vacío de la confianza, lugar de donde nunca más podrán emerger y de ese modo el legado del traidor se extingue consigo mismo hasta  convertirse en polvo cósmico y perderse en la distancia de un tiempo que ya no los reconoce ni los alberga.

El traidor sacrifica las buenas acciones para saciar sus ansias de poder, su actitud soberbia para alcanzar lugares de renombre y riquezas; no está a favor de lo humano en el planeta, si no del potencial de ese factor humano para capitalizarlo en más beneficios y éxitos. El éxito para el traidor no es traicionar, esto es un medio no un fin, el éxito del traidor es sostenerse el mayor tiempo posible como opción para sustraer beneficios del medio social donde habita, asimilando su realidad como un anti-valor y un líder negativo.

Y el traidor es un síndrome, algo que en quien existe es imposible erradicar, subsiste, se auto-reproduce y de manera constante se alimenta de la mediocridad de quienes les permiten ir creciendo, ganando espacio para cometer, al final, la gran traición. Esto pasa en todas las familias, en todos los núcleos sociales, en todos los cuerpos orgánicos que están activos en su margen de influencia.

Decía el filósofo argentino Ángel Cappelletti, que la traición es un asunto humano netamente, porque en el mundo animal cada acción de deslealtad o traición es cobrada con la vida; el ser humano permite que el traidor disfrute de sus acciones para que luego también disfrute de su dolor. El ser humano traiciona por una necesidad innata de autodestruirse, de eliminarse ante la presencia de seres de luz que le molestan y le alumbran con tanta intensidad que les deja sin pestañas y cejas. Quienes no traicionamos somos seres de luz, guiados por el respeto, la tolerancia, la equidad, la igualdad; en fin, por los valores excelso de la condición humana.

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