Dos constantes nefastas en el devenir político de Venezuela, desde 1830 hasta nuestros días, han sido la traición y la aclamación. En efecto, hay traiciones famosas como la de José Tadeo Monagas contra José Antonio Páez y después la de Julián Castro contra el mismo Monagas, en los días del primitivismo caudillista del siglo XIX; y más tarde, en el siglo XX, la traición de Delgado Chalbaud contra su mentor el Maestro Rómulo Gallegos al encabezar el Golpe de Estado que puso fin al Primer Gobierno elegido por el voto directo, universal y secreto en Venezuela. Igualmente, las aclamaciones han caracterizado algunas etapas de la vida republicana, como por ejemplo, “LA ACLAMACIÓN NACIONAL” originada durante la primera presidencia de Joaquín Crespo quien en medio de una severa crisis económica y los atisbos de una guerra civil, tuvo la ocurrencia de fabricar con sus partidarios la maniobra del retorno apoteósico del líder del Partido liberal, su jefe político, el General Antonio Guzmán Blanco. La intención era que el retorno generara un acuerdo estable para la distribución del poder en los próximos bienios constitucionales, pero a la postre se convirtió en un fracaso estruendoso. La otra Aclamación emblemática, ocurrió en 1906 y consistió en una especie de plebiscito fraudulento organizado por Cipriano Castro y sus serviles colaboradores quienes tras la amañada renuncia de su jefe alegando motivos de salud, convocaron a los delegados de los “consejos comunales” en Maracay para solicitarle al presidente Castro que no renunciará al poder, pues su pueblo y la nación entera lo necesitaban. Esta falsa aclamación, tenía como fin hacerle creer a su opositor Juan Vicente Gómez y al mundo entero, que Castro contaba con el apoyo popular. Al final, su compadre Gómez, aprovechando el viaje del Cabito a New York, lo traicionó y se adueño del poder durante largos 27 años.
Como lo demuestran estos episodios señalados, la traición y la aclamación van de la mano, son las dos caras de una misma moneda, especie de círculo vicioso de consecuencias nefastas para sus propios protagonistas, a pesar del éxito circunstancial. En la política moderna, las traiciones y el aclamacionismo se han anidado al interior de los partidos políticos. A propósito de este flagelo, en Acción Democrática, en los últimos días se ha hecho pública una crisis interna en torno a la candidatura presidencial. En el desarrollo de ese debate, que debería ser normal en una organización con vocación de poder como la nuestra, sin embargo, hacia la calle se ha generado la matriz de una supuesta “rebelión en la granja” contra Bernabé Gutiérrez. Lamentablemente, en ese escenario coyuntural, algunos operadores políticos en adhesión a las legítimas aspiraciones del Secretario General Nacional, yerran al acusar de traidores a quienes públicamente han disentido y paralelamente han recurrido a la práctica de la aclamación por parte de algunos entes de dirección seccional y nacional. Recordemos que esos artificios siempre han terminado en conflictos funestos.
Lo sensato, es mirarnos en el espejo de la historia y por lo tanto, debemos privilegiar la democracia interna como una característica de esta nueva etapa de AD, iniciada con las elecciones de base del 11 de abril de 2022 que enterró el caudillismo Estalinista y en consecuencia, darle rienda suelta a la libertad de pensamiento como única vía civilizada para garantizar la armonía en nuestra propia casa. En ese sentido, saludamos con entusiasmo el anuncio hecho por nuestro Secretario General Nacional este próximo pasado sábado 13 de marzo durante su discurso en el homenaje nacional a las mujeres venezolanas, en el sentido que está dispuesto a medirse electoralmente, contra quien sea, dentro y fuera del partido. Esa tajante declaración abre el camino para preservar la institucionalidad partidista y ganar el respeto de la opinión pública.
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