Aunque el término “socialdemocracia” ha caído en desgracia, por causa del populismo que ha llegado a envolverlo, el diccionario de la RAE lo describe como “disidencia del marxismo consistente sobre todo en rechazar la orientación revolucionaria de la lucha de clases. Y en propugnar una vía democrática hacia el socialismo”.
Sin embargo, a pesar del enunciado que la dialéctica le repara, la “socialdemocracia” se ha visto sumida en serios problemas al proyectar una imagen que tiende a confundirse con el estado de bienestar capitalista. Y es porque en la realidad se equipara con el capitalismo toda vez que su práctica política por ahí se cuela.
En el fragor de tan cuestionada situación, muchos de quienes se arrogan la condición de socialdemócratas, desconocen tal afinidad tal como la teoría lo acusa. Esto hace que su discurso se convierta en objeto de un maniqueísmo atroz. Incluso capaz de generar diferencias ideológicamente imposibles de argumentar. De contrariar y cotejar. No obstante la banalización de la política, ha provocado errados juicios que han llevado a acentuar problemas de naturaleza conceptual, metodológica y operativa.
Por su parte, el concepto de “socialismo” aún cuando la teoría política lo explica de una forma bastante apegada al radicalismo político, tuvo en Latinoamérica una concepción profundamente popular. El “socialismo” visto como la transformación sustancial del trazado jurídico y económico, fundamentado en la propiedad privada de los medio de producción y de intercambio, tuvo implicaciones que exaltaron o exageraron algunos de sus postulados.
El discurso socialista que se proyectó en América Latina, intentó forzar la barrera semántica según la cual su gestión estaba dirigida a promover valores con los cuales no compatibilizarían sus postulados radicales. Esto llevó a que el “socialismo” se viera inclinado a aupar el “comunismo” entendido como una praxis política que plantea despojar la conciencia de porquerías que tanto daño hacen al progreso del hombre. Aún así, esta ideología ha sido de difícil cabida en el pensamiento democrático latinoamericano.
Sin advertir que tal empeño indujo a la “socialdemocracia” a causar más problemas que a resolver los que prometía superar, fue canal libre para que el populismo hiciera de las suyas.
La confusión que muchos albergaban, como resultado del inconsistente manejo dialéctico que comenzaba a cobrar vida en la dinámica social a la que las coyunturas políticas habían llegado, a mediados del siglo XX, particularmente, hace que se dificulte la distancia conceptual entre lo que representa el “socialismo” implícito en el discurso político que se pronunciaba para rechazarlo, y la ideología política que irradiaba equivocadamente la “socialdemocracia” con su excusa de proponer un modelo asociado al bienestar social.
Fue así como de todo esa narrativa, que al confundir valores con pragmáticas necesidades, motivó la aparición de distintas corrientes de supuesto raigambre democrático. Unas radicales, y otras anarquistas. Eso enrareció el clima político del cual no pudieron aprovecharse partidos y movimientos políticos de razón supuestamente democrática, para construir los tan necesarios paradigmas políticos que eran esperados por el desarrollo económico y social que intentaba establecerse. Sin embargo, algo de ello se dio.
Libros inducidos por tan controversiales discusiones, dieron algunas luces teóricas a dichos respectos. Obras escritas como Los maestros, eunucos políticos, del Luís Beltrán Prieto Figueroa; La venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano; Dos polémicas sobre el desarrollo de América Latina, del Instituto Latinoamericano de Planificación; La sociedad opresora de Herbert Marcuse; El tercermundismo, de Carlos Rangel; dan cuenta, entre otros más, de las contradicciones de la “socialdemocracia” y de las incongruencias del “socialismo”.
Ni el “socialismo”, ni tampoco la “socialdemocracia” han contado con un modelo económico que haga efectivo los anuncios que, desde el púlpito de la política, hacen los partidos políticos en nombre de sus correspondientes doctrinas y en el paroxismo de sus pronunciamientos electoreros.
Los discursos políticos se mueven sobre una combinación espasmódica de omnipotencia e irresponsabilidad. En consecuencia, entre tanta maraña narrativa, se exaltaron razones que han dado cuenta del antidesarrollo y de la contracultura política que ha desatado las distintas crisis que sumieron buena parte del mundo político, económico y social occidental en el caos que hoy asfixia sus sociedades.
Sólo queda por deducir, para concluir esta breve disertación, si acaso una u otra ideología política podrá contrarrestar los problemas de la desigualdad sobre cuya esencia, se hallan suspendidos o arraigados los restantes antivalores políticos que corroen los cimientos de la democracia. Así que después de pasar por tantos conflictos y problemas, queda por preguntar, ¿socialdemocracia o socialismo?
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