Estoy saturado de la lectura “analítica” de los resultados electorales. También me saturan las recomendaciones y guías políticas de los encuestólogos, que parecen traslucir, no digo que lo trasluzcan sino que me parece, recomendaciones sobre lo que deben hacer los políticos o sobre el contenido de sus mensajes, cuando en realidad lo que nos recomiendan o nos dicen, es que hagamos, digamos y prometamos lo que la mayoría desea oír, según lo que revelan las encuestas. Siento que no son necesarias esas recomendaciones porque lo que la mayoría espera oír, ya fue prometido con éxito no despreciable, hace ya casi siglo y medio, proclamando que “se daría a cada quien según sus necesidades”. Esa oferta es insuperable, como lo es la mentira que encierra, que sigue atrayendo incautos a pesar del fracaso que lleva un siglo y cuatro años a nivel global y en nuestra América casi 63 años.

Los políticos tienen la obligación, si efectivamente quieren ser líderes, de señalar el camino lleno de piedras, baches y obstáculos que el pueblo debe transitar para que al final de la jornada puedan llegar a ella “con alma en paz y con la frente erguida”. No es nada distinto a la oferta y promesa de “sangre, sudor y lágrimas” que hace ya más de ochenta años le ofreció a su pueblo un hombre que había vivido la guerra de los “Boers” y la Primera Guerra Mundial y que por lo tanto sabía que las asperezas de la guerra son esas “sangre, sudor y lágrimas”.

Creo que esto es todo lo que puedo decir sin ser redundante con lo ya dicho, desde luego no por todos los que han dicho algo, sino por lo que de modo sintético y sistemático ha dicho Carlos Blanco. Se trata de un sumario sencillo y elocuente de como nuestras palabras de ayer, se adaptan a lo ocurrido para que el significado de ellas hoy sea, ni más ni menos, que la antítesis de lo que significaban ayer.

Las elecciones, nos dice Blanco, que la “oposición” afirma que hizo al gobierno no más sino menos legítimo. Vaya usted a saber cómo. La falta de unidad, que produjo otras candidaturas, también nos dice Blanco, que quienes triunfaron con esas otras candidaturas son reunificados para la cuenta global. Además de estas hay otras observaciones agudas que no glosaré, sino que invitaré a que lo lean directamente. Sólo agrego de la pluma de Blanco una “admonición” a quienes se abstuvieron, que desde luego no es suya, sino la que oirán de quienes llamaron a concurrir al sainete electoral: “si tu hubieras votado otro gallo habría cantado”.

Hasta aquí, mi glosa de lo dicho por él, recomiendo leer a Carlos Blanco directamente. No todo lo que dice lo comparto, porque creo que debemos llamar al referendo revocatorio, pero proveyendo nuestro propio conteo de los votos y no dejarlos en manos del CNE, como ocurrió en el revocatorio del año 2004, cuando era Chávez y toda su popularidad; y no el usurpador y toda su impopularidad. Ya practicamos con éxito el conteo directo de nuestros votos y podemos repetirlo, sin miedo a que asalten nuestros centros, sería la confesión por vía de los hechos de la revocación y lo que faltaría es una palabra a la cual la oposición, o más bien la dirigencia opositora, le ha “sacado el cuerpo” que es la fuerza para imponer el derecho. Todo estado de derecho se sostiene con la fuerza. El derecho mismo es coercible por naturaleza. Vale decir si no lo acatas, se te impone el acatamiento, de manera que estamos muy lejos de proclamar la “resistencia pacífica de Ghandi”, porque solo la pudo impulsar su “alma grande”.

Nosotros los de alma pequeña o mediana tenemos que saber que el imperio del derecho reclama su sostenimiento por el uso de la fuerza si ésta se hace necesaria; y como ya el “eterno”, aunque hoy difunto, proclamó que era para quedarse que la revolución había llegado, será necesario contar con ella para poder hacer cesar la usurpación.

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