Si te preguntara, ¿cómo defines la palabra éxito? Qué abarca el concepto de esta palabra tan usada en la actualidad ¿Qué me responderías? Las respuestas serían múltiples; sin embargo, en la mayoría de ellas hay un hilo conductor en la mente de la mayoría: reconocimiento-fama-dinero.

La palabra éxito proviene del latín exitus cuyo significado es salida. Es decir, que tener éxito significaba encontrar la salida de alguna situación difícil o complicada. El éxito podría ser sinónimo de triunfo o victoria. Así que si de alguna manera, somos capaces de obtener la victoria en cualquier batalla que nos presente la vida podríamos decir que somos exitosos o hemos tenido éxito.

Considerando que la mayoría de las batallas que libra el ser humano se llevan a cabo en el alma, en el fuero interno de cada ser, el éxito o victoria no es algo siempre notorio ante los ojos de otros. Al contrario, las miles de victorias o fracasos a los que cada individuo se enfrenta en su vida cotidiana pueden pasar completamente desapercibidas, aun para los mas íntimos. De tal manera que, el éxito no siempre es una algarabía que despliega colores luminosos como un aviso publicitario.

Desde tiempos ancestrales, los considerados grandes han sido aquellos que se llevan todos los aplausos, los que se hacen notorios por sus logros, los que gozan de una belleza esplendorosa y los que son capaces de acumular enormes cantidades de dinero. De ninguna manera, podríamos negar el éxito en personas que han alcanzado el reconocimiento, la fama y la riqueza. Indudablemente, que han sido exitosos en algunas áreas de sus vidas que le han permitido gozar de este estatus.

Ahora bien, si nuestro concepto del éxito se reduce al reconocimiento, la fama y el dinero podríamos decir que la mayoría de los seres humanos han fracasado. Una aseveración, ciertamente absurda. Un pensamiento que enaltece a un puñado de personas y descalifica a millones de millones; porque carácter se forja en las múltiples pequeñas batallas que cada ser humano libra a diario en su vida. A fin de cuentas, nadie tiene idea de esos pequeños triunfos imperceptibles al ojo humano que van formando a una persona en su integridad.

Desafortunadamente, vivimos en un mundo que le da mas peso e importancia a las cosas efímeras de la vida. Nos esmeramos en lucir bien, pero no en ser amables y bondadosos; somos caras alegres que disfrazan corazones entristecidos. Nos afanamos por hacer dinero y mas tarde nos estrellamos al darnos cuenta que el dinero no compra el amor. Podemos comprar todo, pero nunca un corazón que nos ame en hechos y en verdad.

Es maravilloso vibrar con la euforia de un gol de tu equipo de futbol favorito; pero, quién vibra de emoción cuando un científico después de innumerables fracasos logra desarrollar la vacuna tan ansiada. Por si fuera poco, quizá ese científico que bendijo a toda la humanidad con la vacuna no ganará en toda su existencia en esta tierra la cifra que el famoso goleador gana en un año de contrato. Admiramos la disciplina del deportista pero damos por sentado los avances de la ciencia.

Escogemos los atajos de la vida, sin darnos cuenta que la brevedad del camino, se convierte también en la brevedad de nuestra felicidad. Es más fácil divorciarse que lidiar con el proceso del perdón. Por supuesto, que hay casos irremediables en los que el perdonar no necesariamente significa reconciliación. Es más fácil dedicarnos a hacer dinero que construir una familia con valores. Por supuesto, se pueden hacer las dos cosas; pero, les aseguro que la primera es mucho más sencilla. Es más fácil levantar una empresa que criar hijos que sean capaces de bendecir a otros con sus actos.

Nos hemos empeñado en medir el éxito con parámetros muy efímeros. Una cara bonita que después de unas décadas inexorablemente mostrará la arruga; un número determinado de seguidores en las redes sociales que jamás vendrán en nuestro auxilio en la hora del dolor; una cuenta con mucho dinero que nunca pagará por los sentimientos más sublimes que enaltecen el alma.

En mi opinión, el verdadero éxito ni es un estatus, ni tampoco es un logro momentáneo.  No es reconocimiento, ni fama, ni mucho menos dinero. El verdadero éxito es ese que se teje día a día con cada esfuerzo, cuando logramos dominar nuestro egoísmo y el bien que hacemos por nosotros mismo redunda inexorablemente en el bien de otros. 

El verdadero éxito más que un resultado, es un proceso de vida para el cual es necesario el compromiso con nosotros mismos de convertirnos en la mejor persona posible.

Hijo mío, no te olvides de mis enseñanzas;
    más bien, guarda en tu corazón mis mandamientos.
Porque prolongarán tu vida muchos años
    y te traerán prosperidad.
Que nunca te abandonen el amor y la verdad:
    llévalos siempre alrededor de tu cuello
    y escríbelos en el libro de tu corazón.
Contarás con el favor de Dios
    y tendrás buena fama entre la gente.
Confía en el Señor de todo corazón,
    y no en tu propia inteligencia.
Reconócelo en todos tus caminos,
    y él allanará tus sendas.
No seas sabio en tu propia opinión;
    más bien, teme al Señor y huye del mal.
Esto infundirá salud a tu cuerpo
    y fortalecerá tu ser
”. 
Proverbios 3:1-8.

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