Rafael Cuevas Molinas, profesor de la Universidad de Los Andes (ULA), publicó este viernes una emotiva carta sobre las penurias de la migración venezolana. El maestro tomó la decisión después que trascendieran las imágenes de venezolanos cruzando el Río Grande hacia Estados Unidos, esperando huir de la emergencia humanitaria que vive Venezuela.

Durante los últimos días, cientos de migrantes venezolanos han cruzado el Río Grande para llegar a Estados Unidos, con la esperanza de recibir una medida de regularización beneficiosa. Por lo tanto, esta ruta, empleada generalmente por mexicanos, hondureños, salvadoreños o guatemaltecos, ahora también la usan desplazados criollos.

El jueves se hizo viral una fotografía tomada por la agencia de noticias Reuters, en la que se observa a un joven cargando a un anciana, mientras cruzaba el peligroso río. De igual forma, hay imágenes de niños, incluso bebés, que atravesaron el torrente junto a sus familias.

Después de la partida de 5,6 millones de venezolanos, según la Organización de Naciones Unidas (ONU), el profesor Cuevas publicó la carta sobre la crisis migratoria del país.

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Hace casi cuarenta años, en 1983, Rubén Blades, el gran poeta de la salsa, escribió en el marco de uno de sus álbumes más reconocidos -Buscando América-, una sentida canción llamada Caminos Verdes, hermoso tema que en sus primeros versos mencionaba a nuestro país: “Voy llegando a la frontera / pa’ salvarme en Venezuela”.

Casi cuatro décadas después, la tortilla se ha volteado y la peor de las crisis que ha atravesado Venezuela en su historia, esta que ha propiciado la dictadura con su hacer neototalitario, ha convertido nuevamente a la frontera venezolana en tierra de migrantes, solo que ahora llevan una “e” como prefijo a diferencia de aquellos inmigrantes a los que cantaba Blades, gente que venía a Venezuela a salvarse, a pensar y vivir un futuro distinto.

Sí, doloroso cambio el de ese prefijo que ha hecho que hayamos pasado de ser el punto final de esos caminos verdes para salvarse, a convertirnos en el sitio de inicio de esa dura travesía para millones, demasiados en realidad, al punto que al día de hoy Acnur habla de la escalofriante cifra de 5,6 millones de migrantes venezolanos, número que se dice fácil pero cuyo significado es que, aproximadamente, uno de cada cinco venezolanos ha tenido que huir de su propio país.

Los primeros en salir lo hicieron en primera clase, con títulos, negocios y propiedades; se trataba de aquellos “bichos del este del este” según se autodenominaba uno de ellos en aquel audiovisual llamado Me iría demasiado. Luego siguieron los profesionales más capacitados -¿recuerdan a los petroleros botados de PDVSA, hoy esparcidos por todo el mundo?-, junto a ellos se fueron profesores de universidades, comerciantes y artistas.

Pero el verdadero punto de inflexión de este desangre del mayor de nuestros capitales, el humano, lo marcó sin duda el año 2017 con el fallido ciclo de protestas por un lado y la galopante hiperinflación por el otro. Entonces se vaciaron primero nuestras universidades y luego nuestras calles de aquella juventud que antes inundaba todo con su energía y ganas de vivir. La ola migratoria alcanzó entonces y casi al mismo tiempo a nuestros barrios y comunidades campesinas por igual y ya no se trató tanto del empresario ni del profesional universitario, ni siquiera del joven estudiante de clase media: desde ese momento y durante estos cuatro últimos años, el protagonista principal de esta sangría humana ha sido el venezolano de a pie, ese que, con tres trapos en su morral de la patria, su chamo en un brazo y en el otro una colchoneta -demasiado peso para tan inexpertos brazos-, ha tenido que huir muchas veces a pie a buscar, si no una vida mejor, al menos una menos miserable pues, no nos llamemos a engaño, eso es lo que en buena medida les espera a muchos de nuestros muchachos sin formación en este convulsionado mundo del siglo XXI.

Todo esto, dolorosamente, parece no tener fin. Recientemente han dado la vuelta al mundo las fotografías de venezolanos cruzando la frontera sur de los Estados Unidos a pie para ingresar a esa nación y obtener un estatus migratorio humanitario que les permita hacer vida allí. De entre esas imágenes, todas fortísimas, hay una que impacta particularmente, la de un robusto joven cargando en sus brazos a una mujer mayor. Es esa imagen, la que ha propiciado estas líneas.

Y es que la fotografía, tomada por un corresponsal de Reuters, es una metáfora de este no-país que nos volvimos, de esta herida de todos los días que se llama Venezuela. Este joven no solo se representa a sí mismo, no señores, es un poderoso símbolo de la suerte terrible de una generación de jóvenes que no son responsables sino víctimas de nuestra crisis y que, sin embargo, van siendo obligados a llevar la peor parte, el mayor peso en sus brazos: el del pasado y nuestros errores.

Porque estos muchachos no pusieron en el poder a un militar megalómano, ¡Si ni siquiera habían nacido! Estos jóvenes no son responsables de la crisis económica. Ellos tampoco han sido los líderes “opositores” encargados de sembrar a un país de falsas expectativas, al contrario, sus vidas e ilusiones han sido el precio pedido por los políticos y pagado para que nada cambie.

No. Ellos no tienen culpa de este desastre pero, como el joven de la imagen, se han visto obligados a llevar las consecuencias de la crisis sobre sus brazos: han tenido muchas veces que renunciar a sus sueños para sobrevivir -acá o afuera- y no solo salvarse a ellos mismos, que ya es bastante tarea, sino de paso, hacerse muchas veces responsables de sus padres y hermanos: se trata del mundo al revés, de los pájaros disparando a las escopetas, pues estos muchachos deberían estar formándose, adquiriendo experiencias de vida, haciendo deporte y hasta parrandeando, todo ello ayudados por sus familias, que para eso uno tiene padres y familia. Pero les ha tocado otra cosa en suerte. Así lo veo.

Por ello no nos alcanzará la vida para pedirles excusas, para rogarles sepan perdonar nuestra cobardía, nuestro conformismo y nuestra falta de fuerza. Fuimos nosotros, quienes arrojamos a esos jóvenes a cruzar los páramos colombianos a pie, a tener que rogar para entrar a Perú, a cruzar el río Grande con una mujer en brazos para procurarse un trabajo que dé para comer: han sido nuestros errores los que hoy los han alejado de la que debiera ser su tierra.

Por ello, yo al menos, les pido perdón, perdón por no legarles un país sino esta caricatura de cuartel poblado de famélicos milicianos que es hoy Venezuela: perdón muchachos, perdón hijo, perdón…

Rafael Cuevas Montilla
Padre de un emigrante, hermano de emigrantes, tío de emigrantes, amigo de emigrantes y profesor de una universidad que ya no lo es más…

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