Las infinitas aplicaciones de la inteligencia artificial nos tienen a todos inquietos, sI no alarmados. Hay gobiernos a los que esta insospechada versatilidad de lo digital les anima para alimentar sus formas de control social. Es el caso de China.  

Allí, la investigación sobre los programas de reconocimiento facial ofrece al Gobierno la posibilidad de ejercer una vigilancia estrecha, masiva y personalizada de su ciudadanía. Un monitoreo constante, una herramienta de observación continua, ha sido puesta en marcha para detectar la eventualidad de actuaciones torcidas de parte de los ciudadanos, con el propósito de desmontarlas antes de que ellas se agraven.

China le lleva la delantera a cualquier otro país en aquello de aplicar inteligencia artificial a los datos que vienen recogiendo por la vía del reconocimiento facial y el monitoreo de las actitudes y actos de cada chino en su vida cotidiana. Han logrado integrar un mecanismo de clasificación tecnológica a gran escala de los individuos de acuerdo a su conducta -apropiada o inapropiada- en situaciones de la vida diaria, como por ejemplo ir al mercado, desplazarse en tren o simplemente esperar el cambio de luces para cambiar de acera.

Ello permite a las autoridades, establecer parámetros de corrección en la actuación individual, de acuerdo a los cuales ciertos ciudadanos considerados “modelos” son premiados mientras que se penaliza a quienes se desvían estos parámetros que han sido convertidos en un código de conducta no declarado pero eficiente. Estamos hablando de algo tan incisivo y tan invasivo de la individualidad como un programa de crédito social vertido en una base de datos universal. O sea, los órganos de control combinan la tecnología con un sistema de clasificación a las personas a gran escala. Se graba la actuación pública de cada ciudadano para más adelante, en su vida ciudadana de cara al Estado – y es preciso mencionar que en China todo se encuentra bajo la férula estatal- otorgarles valiosos reconocimientos o penosos castigos.

Un mal puntaje es capaz de quitarle derechos y un buen puntaje propulsar el crecimiento profesional o laboral de un individuo. Los hijos de los buenos ciudadanos accederán a los mejores colegios y sus familias podrán anotarse en los mejores lugares vacacionales. El chino medio está ya consustanciado con esta violación de sus derechos y lo han llevado a aceptar la discriminación de buena gana. Cada joven sabe que si desea que un banco le financie la vivienda de su familia debe obtener un muy buen puntaje de actuación social y actúa en concordancia.     

Este sistema de control a través de 500 millones de cámaras de observación y captura de voz e imágenes en cada recodo de las ciudades, unido a un programa de análisis actitudinal permite anticipar delitos antes de que estos se produzcan. A través de modelos de inteligencia artificial, pueden categorizarse las actuaciones de cada chino mediante su historial de comportamiento. Incluso lo vincula a su genética y puede, de esta forma, detectar desviaciones conducta o apego a la rectitud, definida ella, lógicamente, en términos estatales. 

Esta es la más flagrante y abierta violación del derecho a la privacidad. Es el absolutismo en marcha. Con apariencia de ser un mecanismo de premiación, reviste la forma de control orwelliano de los individuos para el servicio del gobernante. Una abyecta manipulación política ejercida sobre la población en todos sus estratos y en cada una de sus actuaciones.

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