Si algo aprendió Gustavo Petro a lo largo de sus muchos años de ejercicio de la política y de candidato a la presidencia de su país fue cómo organizar una campaña electoral capaz de generar sintonía con los colombianos inconformes. Ya lo logró y le toca ahora cumplirles. Hagamos, sin embargo, una precisión: al cordobés lo llevaron al palacio de Nariño los votos de poco más de uno de cada cuatro (28%) de sus compatriotas habilitados para elegir. La promesa de transformación se la hizo al país entero y el país entero se la va a reclamar.
La tarea de la refundación de un Estado cuando solo cuenta con una solidaridad electoral precaria no es precisamente cantar y coser y, lo que lo hace más complejo es que el mundo en el que se inserta su país es uno turbulento y con una perspectiva de avance nada alentadora dentro del corto plazo.
Le tocará, entonces, al nuevo presidente, priorizar metas y diseñar una cronología de actuaciones en el espacio económico y social de Colombia, dentro del cual comience a mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía menos favorecida de manera temprana para mantener el viento de cola que lo llevó al poder. Deberá ser muy austero con el uso de los recursos y no caer en la tentación de la dádiva inmerecida y del reparto fácil, porque las arcas nacionales no alcanzan para ello.
Tiene a su favor que su país está dotado de un conglomerado humano aplicado y trabajador. A Colombia la han hecho sólida en lo económico los hombres y mujeres del común y son éstos los que la han colocado al frente del continente en materia de crecimiento en épocas complejas como la actual. Pero mantener despiertos y estimular nuevos procesos económicos generadores de fuentes de trabajo en el campo y en la industria se vuelven necesidades vitales inaplazables para cumplir con la promesa de mejores ingresos para sus connacionales en situación de pobreza. Soñar con autosuficiencia alimentaria y poner al país en la senda de conseguirla es lo correcto, pero solo es posible si se efectúan inversiones muy cuantiosas de fuentes privadas a las que es preciso ofrecerles estabilidad y garantías. Por fortuna, también, Colombia cuenta ya con un marco regulatorio favorecedor y un ambiente de negocios que no debe sino ser fortalecido.
Al propio tiempo, se torna imperativo ofrecerle al trabajador del campo un ambiente de paz. El esfuerzo por poner mas comida en el plato de los pobres debe ir acompañado por la tarea ciclópea de generar un entorno menos inseguro dentro del cual sea posible ganarse el pan, educar a los suyos, ahorrar y disfrutar de una mejor calidad de vida. Para ello hay que comenzar por deshabilitar la insurgencia armada – Petro dice estar bien equipado para la tarea, refiriéndose al ELN- y desterrar los carteles y las bandas criminales, lo que va de la mano con la empinadísima cuesta de la desnarcotización del país. Esta tarea es imposible sin contar con los mejores aliados de Colombia, los Estados Unidos.
Hay que creerle al nuevo mandatario cuando habla de que batallará contra la corrupción y respetará, por encima de todo, los derechos de los individuos. No es difícil apuntalar la honestidad si se persiguen y castigan los dislates con mano dura. El contubernio con la Venezuela madurista no abona en favor de buenos resultados en este campo y por ello la relación con los vecinos deberá ser rediseñada. Una buena distancia con Miraflores es lo que cuadra de manera de no contaminar a una administración naciente en Colombia con las muchas lacras y crímenes del madurismo.
Si dentro de este giro a la izquierda el gobierno que se inicia en unas semanas consigue generar confianza del empresariado local y extranjero, cuatro años son suficientes para colocar en el país en una senda de progreso y no perder el sitial prestigioso que Colombia ha logrado fraguarse en el ambiente latinoamericano a pesar de las muchas dificultades que enfrenta. Así lo ha verbalizado el mismo al prometer no eternizarse en el poder.
Vistos los radicalismos expresados en su Plan de Gobierno como candidato no resulta sencillo creer de entrada en que la moderación sea lo que prime, pero más le vale al ya presidente, arrancar con pies de plomo. Ya Colombia hizo su apuesta. Ganarse el respeto y el respaldo del país que no lo favoreció con su voto debe ser su meta y eso solo se consigue con amplitud, moderación y montañas de trabajo.
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