Patrimonio Cultural Viviente del Estado Portuguesa

Foto: Poeta Ramón E. Azócar A. (Guanare, 1968), afiche oficial, creación de Karol Mejías

“No quiero mi casa amurallada por todos lados ni mis ventanas selladas. Yo quiero que las culturas de todo el mundo soplen sobre mi casa tan libremente como sea posible. Pero me niego a ser barrido por ninguna de ellas…” MAHATMA GANDHI

Comenzando el mes de enero del 2021, año segundo del Coronavirus y año Bicentenario de la heroica Batalla de Carabobo que en el siglo XIX, selló un bastión importante en el proceso de independencia de Venezuela, el amigo y poeta Job Jurado, a cargo del Instituto de Cultura del estado Portuguesa, institución que fundé y cree a mediados de los noventa del siglo XX, en la ciudad de Guanare, cuando era apenas un muchacho treintañero, se me acercó y me informó que por decisión de un grupo de cultores del estado Portuguesa y con aval amplio de las fuerzas del cambio de nuestra institucionalidad política, social y cultural, se llegó a la decisión unánime de otorgarme la distinción regional de “Patrimonio Cultural Viviente”, por vez primera en la Mención Literatura, partiendo de un Decreto Gubernamental Nº 636, del 08/04/2021, que me reconoce en vida los aportes a la cultura, a la literatura (a través de mi ensayística, narrativa y poesía) y al ejercicio profesional por más de treinta años en la academia y la investigación. En este mismo tenor, se le otorgó al músico y guanareño excepcional, Julio Barazarte, la misma distinción en la mención “Música”, por la inmensa trayectoria de cantante y trovador de don Julio.

No voy hacer un ejercicio de falsa modestia al decirles que me siento que “no me lo merecía”, porque no solamente me siento merecedor de este tributo, sino que lo trabajé a pulso en toda mi experiencia de vida como cultor y como intelectual Portugueseño. Han sido muchos años de esfuerzo personal, de disciplina y sobre todo de pulir, por la vía del talento escritural, todo un cuerpo doctrinal desde donde servir a mí pueblo en su formación permanente acerca de diversos tópicos relacionados con la vida y las relaciones complejas en la sociedad. Lo que sí agradezco, a las personas que les tocó tomar esta decisión, es que lo hicieran mientras vivo, los reconocimientos y homenajes se hacen en vida, después de muertos “no se vale”.

Ahora bien, el segundo paso una vez conocida la noticia fue preguntarme: ¿Qué hace un Patrimonio Cultural Viviente? ¿Para qué sirve eso? ¿Con qué se come eso? Y casi al mismo tiempo me surge la tarea: “tengo que escribir otro discurso para el Acto”. Me llegó un aluvión de recuerdos y nostalgia que en la medida que han pasado los días en que esa decisión comenzó su trámite burocrático (porque es un Decreto Constitucional que tendrá validez y vigor por el resto de mi vida) que no me tocó más que comenzar a escribir para no olvidarme a la gran mayoría de seres humanos y hechos que en mi transitar por la vida hoy me hicieron ser lo que soy y voy siendo.

Debo hacer alusión a mi primer mentor, la chispa que encendió la vela colocada en el cáliz de mi mesa de noche: mis padres. Doña Isabel Teresa y Don Ramón Celestino, sin “querer queriendo”, inauguraron en mí el deseo fervoroso por las letras y por la necesidad de servir al prójimo sean cual sean las circunstancias. Estos, mis viejos, se dieron a la tarea de cuidar a un muchacho que se sentía ajeno a muchas situaciones y que vivía con tanta velocidad su existencia que llegó a padecer situaciones propias de una vida bucólica, desordenada, angustiada; mi concepción de la vida era atropellada, sin límites. Eso no me enorgullece pero tampoco me achicopala porque tuve necesidad de vivir esa experiencia para construir los cimientos de una poesía metafísica de sentimientos y añoranzas. Me hizo poeta mis desaciertos más que mis certezas y conductas adecuadas.

Comencé como todo buen venezolano leyendo la literatura española, por sus raíces idiomáticas y por contar con ella en la biblioteca de mis padres; obras maestras y sabios y poetas fueron puliendo mi temple, el Teatro crítico de Feijóo en las Cartas latinas de Mayans, me enseñaron a que no podía apartarme de ese origen metafísico de Aristóteles que si bien era una negación de la libertad del hombre y que ahogaba la responsabilidad humana llevándola a un destino sordo, donde Dios se mostraba impotente, ante los juicios doctos de aquellos escritores que fungían de sabios y oráculos; conocer esa contradicción me hizo potenciar mi postura crítica y reflexiva; leí desde la Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela, por Don José de Oviedo y Baños, obra importante por su autenticidad en las noticias relacionadas con los orígenes de este mundo conquistado y transculturizado de la América segunda, en términos del recordado José Manuel Briceño Guerrero,  pasando por la poesía de Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, poeta épico, atrevido y enérgico, que descolló en Chile, y embelesa con episodios heroicos y llenos de animación; topándome con Alarcón, filósofo y moralista y Sor Juana Inés de la Cruz, la décima musa, de quien aprendí lo profundo que puede llegar a ser una palabra; y entre otros Juan de Castellanos, poeta de la dirección y el detalle, y Carlos de Sigüenza y Góngora, cuyas poesías solamente era superada por sus disertaciones críticas e históricas.

Los poetas de nuestra América hispana ayudaron a alimentar mi conducta de escribiente en la vida,  como Juan y Diego de Guzmán, Liendo, Arce de Quirós, Laso, Villasirga y Vejarano, Lorenzo Martín, Jorge de Herrera, Fernando de Virúes, Fermín Mateos, Diego de Miranda, Francisco Soler,  Diego de Buitriago,  Don Alonso Escobar, Don Juan de Robledo, y claro está, Cervantes y cada uno de esos clásicos de la época de oro de España tienen sus créditos en mi creación literaria.

Pero yo he sido eso: producto de la literatura española, no de la anglosajona o de la construida en otras lenguas, he sido fiel a mi castellano y me he mantenido bajo la figura neutral de un idioma que cuenta con  trescientas mil palabras para describir y explicar con suma precisión la vida y sus circunstancias, parafraseando a Ortega y Gasset. La  literatura no es una rama  determinada de los conocimientos humanos,  es reveladora de todas las disciplinas del saber, por eso su fuerza y dominio al ser expresada con precisión tal como nos lo dijo Andrés Bello, que defendió el perfeccionamiento de nuestro idioma; o Vicente Salinas, autor de La medicomaquia, ingeniosa  obra donde empleando expresiones vulgares logró un impacto comunicativo exitoso con sus lectores; también en mí hizo nicho la figura de Vicente Tejera, y las epístolas y proclamas de Simón Bolívar, documentos construidos con un castellano limpio, vigoroso, inspirado, arrebatado de entusiasmo. La literatura española solamente tiene comparación con la producción escritural, desde mi entender, de los mejores tiempos de la Grecia y Roma antigua, donde podemos encontrar esos hombres que se asemejen a los nuestros en el uso del idioma para enaltecer la dignidad de una época; las letras han estado a la altura de los sabios de nuestra América, como los facultativos Arvelo, Acosta y Rodríguez; botánicos como Benítez;  políticos como Don Diego Bautista Urbaneja; economistas como Don Santos Michelena; hacendistas como Aranda y Olavarría;  matemáticos como Cagigal; oradores como Ávila, Talavera y Espinosa. Insignes personalidades que por su ilustración y calidez, fundaron una verdadera República en que se sostuviese con honra el cetro del saber y la virtud, a ellos debo el imitar a la perfección la constancia y abnegación hacia las letras, el conocimiento y el producto acabado de la sabiduría.

Pero también debo parte de esta historia, y sería mezquino no admitirlo, a la Asociación de Escritores del estado Portuguesa, donde por años fungí de Secretario general al lado de Eugenio Molina, Yorman Tovar, Elys Rivas, Simón Olinto, entre otros; maestros y guían permanentes en esta construcción de historias y sueños. La mano punzante de José “Chuy” Torrealba Villamizar, Eddy Ferrer Luque y otros tantos que recogen el excelso estandarte de la “guanareñidad”, y con quienes me une una amistad plena.

La presencia en esta existencia finita de mis hijos: Sócrates, el añorado; Anshar, mi compañero de letras; y Alexander, el vínculo vital con los sentimientos y el amor, marcan la profunda huella de lo que soy y seré por siempre: un hombre que camina por ahí. Pero sin la tranquilidad y paz que me da mi compañera de vida, Marlene Josefina Naim López, hija de doña Marlene y don Pastor, de Acarigua, seguramente el que hoy recibe esta distinción no existiera. Porque a su lado aprendí que vivir no era solamente satisfacer antojos y placeres, sino cuidarse, acompañarse, ser parte del paisaje natural y silvestre que nos rodea. Vivir el amor plenamente y poder estar uno solo por instantes mientras se crea el edificio literario en donde uno duerme, pero estar permanentemente bajo su regazo sintiendo el calor profundo que calienta los huesos y le da compañía a cada historia o idea que desde la madrugada y todo el día, revolotean en mi mente.

Recibir esta distinción de Patrimonio Cultural Viviente, es una osadía de un hombre que aún no llega a los sesenta años, pero es la excusa perfecta para seguir produciendo escrituralmente y seguir sirviendo a mis discípulos y amigos; sirviendo en todo cuanto pueda mi intelecto y en todo como pueda en lo tangible e intangible de la vida, porque me mueve el servicio, el ser útil, el no quedarme esperando los estertores de un soplo vital que me dio el regalo de la vida. Soy un hombre que camina por ahí, soy de Cristo y a él debo el haber llegado a este reflector intenso que hace más blanca y brillante mi humilde luz. En vida señores, los tributos deben llegar en vida y es lo que más agradezco de esta distinción.

Ahora bien, el significado de Patrimonio Cultural Viviente, está contenido en la expresión “patrimonio cultural”, desde la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), no se limita a monumentos y colecciones de objetos, sino que comprende también tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, como tradiciones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos, prácticas relativas a la naturaleza, al universo, a saberes y técnicas vinculadas con la artesanía tradicional, donde resaltan habilidades y destrezas de experiencias de vida individual como la de nuestros cultores e intelectuales locales, nacionales e internacionales.

El patrimonio cultural inmaterial o viviente, ha sido un reconocimiento importante para el mantenimiento de la diversidad cultural frente a la creciente globalización; la comprensión del patrimonio cultural viviente de las diferentes comunidades contribuye al diálogo entre culturas y promueve el respeto hacia otros modos de vida. En concreto, el patrimonio cultural viviente es un reconocimiento a la tradicional, contemporáneo y viviente a un mismo tiempo: el patrimonio cultural inmaterial no solamente incluye tradiciones heredadas del pasado, sino también usos rurales y urbanos contemporáneos característicos de diversos grupos culturales.

A grandes rasgos, un patrimonio cultural viviente es una personalidad que debe fungir de integrador,  prestando apoyo constante a la difusión de saberes; representativos de la cultura, a título comparativo, por su exclusividad o valor excepcional,  expresión de las  técnicas y costumbres de la comunidad por las generaciones que le toque transitar y vivir; y ha de estar dedicado a la comunidad,  donde su arte se ha de crear, mantener y transmitir, siendo de obligatorio cumplimiento el de que las nuevas generaciones conozcan su obra y vida una vez que deje este plano terrenal, más porque esa vida representa la idiosincrasia y esencia de esa comunidad por encima de todas las cosas.

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