Es posible que Deng Xiaoping haya sido el más destacado futurólogo de su país. Uno se pregunta hoy si este visionario, cuando anunció la internacionalización de China en 1979 habría sido capaz de atisbar que ella pasaría de aportar menos de 1% a los intercambios internacionales a contribuir con más del 13% de los mismos para esta hora, dejando atrás la cuota-parte del gigante estadounidense en menos de 11% desde el año 2017. Los que lo sucedieron en el poder pusieron en ejecución un plan de penetración comercial de gran vigor que se ha estado cumpliendo sin pausa.
Pero donde Pekín no ha podido ser eficiente, sin embargo, es en convertir su moneda en un instrumento determinante de los intercambios globales. Lo financiero no ha podido seguir el ritmo de lo comercial. Ya para esta hora en que China es reconocida como la segunda potencia mundial, los responsables de los asuntos macroeconómicos en la capital han tomado conciencia de la importancia del salto cualitativo que les falta por alcanzar: transformar al yuan en una moneda convertible.
Nadie sabe a ciencia cierta, en este momento, porque no se ha acelerado este proyecto que configuraría un instrumento de poderío mundial con el cual colocarse en un plan de mejor competencia con su adversario norteamericano. La razón más plausible es la prudencia, el pecado capital chino y a la vez su mejor virtud. Y es que la economía y las finanzas chinas son como un cuero seco: al pisar por un lado, se levanta por el otro. En el año 2015 una liberación parcial de su signo monetario desplomó sus reservas en un tercio de las mismas cuando fue necesario usarlas para estabilizar al yuan ante la significativa salida de capitales.
Para disponer de una moneda convertible haría falta una real apertura financiera, pero ella tendrá que ser progresiva. Hoy por hoy, si bien las inversiones extranjeras son bien recibidas en China, la repatriación de activos está estrechamente regulada. La moneda se transa a través de un sistema dentro del cual cada día el Banco Central fija una tasa de referencia que se autoriza a fluctuar un 2% contra una cesta de divisas. Este mercado es intervenido a la guisa de la autoridad monetaria usando las cuantiosas las reservas de dólares que generan los excedentes comerciales del país. Es decir, el control de cambios es total y los Estados Unidos lo califican, no sin razón, de “dumping” monetario.
Así pues, en Pekín no hay prisa por forzar las cosas en este terreno aunque el Plan Quinquenal mencione la internacionalización de la moneda como una meta a alcanzar. Aun en el 2021 el yuan solo representaba 1,7% de las transacciones comerciales mundiales, mientras que el dólar se usaba para el 38,5% de ellas y el Euro para 39%.
La invasión rusa de Ucrania y el fortalecimiento de los intercambios chinos con Rusia pudieran estar creando un ambiente dentro del cual se comienzan a generar las condiciones para debilitar la hegemonía del dólar y el fortalecimiento de la moneda china. Pero ello no será para mañana.
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