Los venezolanos que luchamos por la causa democrática de Venezuela, no sólo no debemos rendirnos, sino ni siquiera aceptar que esa opción pueda ser considerada. La rendición es una no-opción.
Y la rendición en sentido amplio incluye la llamada «cohabitación» con el ensamble de la hegemonía despótica y depredadora. Algunos que alegan luchar por la democracia venezolana, en realidad están más pendientes de sus intereses particulares, entre los cuales figuran, muchas veces, los pecuniarios.
Otros se sienten incapaces o temerosos de decir las cosas por su nombre, y se amparan en vaguedades para justificar sus alegatos y su proceder.
El principio general de la lucha por el renacimiento de la democracia no es complicado de formular: todo lo que sea positivo para la hegemonía es negativo para el país, y todo lo que sea negativo para la hegemonía es positivo para el país.
No parece muy difícil de entender, y sin embargo una fórmula simple se transmuta en un laberinto de catástrofe política, económica y social.
Mientras exista esa perspectiva de acomodamiento matizado, se hace más cuesta arriba que el pueblo venezolano recupere y desarrolle los derechos democráticos.
Esa perspectiva debe cambiar de raíz, para que se le puedan abrir nuevos caminos a la nación. Y ello incumbe a todos los sectores.
La ardua reconstrucción de una República Civil, de un Estado social de Derecho, de una democracia pluralista, de una economía productiva, de instituciones independientes, de una comunidad orientada por la justicia social, y, en general de una patria conforme al siglo XXI, requiere de compromisos decisivos. Y el primero de ellos es el objetivo real de superar a la hegemonía despótica y depredadora que sojuzga a Venezuela.
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