El VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba fue bautizado como de la “continuidad histórica”; traducido del lenguaje comunista esto quiere decir que no será como el XX Congreso del PCUS, posterior a la muerte de Stalin, o sea, no habrá desestalinización, superación del culto a la personalidad, ni cambio de rumbo en el curso de la “revolución”.
Años antes de la muerte de Fidel Castro, anunciada el 25 de noviembre de 2016, se había preparado el terreno para lo que vendría después, una vez que por ley natural los sedicentes líderes históricos fueran cediendo el poder a sus sucesores, causahabientes del Estado Patrimonial en que devino la que antaño fuera la República de Cuba.
Un hecho anecdótico, pero significativo simbólicamente, es que de este VIII Congreso se eliminaran los retratos de Marx, Engels, Lenin, que presidian las sesiones del I Congreso del PCC, en diciembre de 1975, poniendo en primer plano una secuencia más criolla iniciada por José Martí para culminar en Fidel Castro.
Pero, ¿quiénes son estos poco conocidos personajes que están en el medio? Carlos Baliño, funge como eslabón perdido que permite establecer una conexión remota entre el Partido Revolucionario Cubano, creado por Martí en abril de 1892 para luchar por la independencia y el Partido Comunista Cubano fundado por Julio Antonio Mella en agosto de 1925 para afiliarse al Comintern, en los que coincidencialmente habría participado.
Y ésta es una de las supersticiones más veneradas por los marxistas de todo género, la ilusión de que existe una secuencia histórica y el siguiente paso es considerarla inexorable. En verdad, el Partido fundado por Martí, ni en su inspiración idealista liberal, ni en sus objetivos políticos independentistas, ni en su programa de guerra patriótica, tiene nada que ver con el Partido de Mella, de inspiración marxista, afiliado a una internacional comunista, con un programa de lucha de clases, antipatriótico, materialista y ateo.
Pero lo más extraordinario es que aquel Partido Comunista que llaman histórico, tampoco tiene nada que ver con el Partido Comunista de Cuba fundado por Fidel Castro cuarenta años más tarde, mediante una fusión de su Movimiento 26 de julio, el Directorio Revolucionario y el Partido Socialista Popular; precedido por las iniciales Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) y el Partido Unido de la Revolución Socialista.
De hecho, aquel PCC originario fue literalmente aniquilado por la represión de la dictadura de Gerardo Machado, huyendo Mella a México, donde fue asesinado por un pistolero estalinista, agente del Comintern, Vittorio Vidali, el 10 de enero de 1929. Carlos Baliño ya había muerto, sin pena ni gloria, el 18 de junio de 1926, cuando ni siquiera había nacido Fidel Castro, el 13 de agosto de ese año.
Los militantes comunistas no salieron de la clandestinidad sino más de un lustro después de la caída de Machado, agrupándose en 1939 en una nueva Unión Revolucionaria Comunista para, luego de la disolución del Comintern en mayo de 1943, abandonar la línea comunista y abrazar el populismo para convertirse, en 1944, en Partido Socialista Popular.
Este PSP acusó a Fidel Castro de aventurero político, repudió el asalto al Cuartel Moncada que fue el estandarte del Movimiento 26 de julio, apoyó no sólo la candidatura presidencial sino al gobierno de Fulgencio Batista; de manera que la entrega de símbolos al nuevo PCC en 1965 no es ningún acto de consecuencia histórica sino un ejemplo del oportunismo político de Blas Roca.
“El partido es el alma de la revolución”, es una frase de Castro que sirve de emblema a todos sus congresos y aunque resulte imposible explicar qué pueda ser “el alma” desde un punto de vista materialista, a los comunistas les parece tan acertada que la adoptan sin vestigio de duda, como aquella sucesión histórica que finca sus raíces en el PRC, que fue formalmente disuelto por Tomás Estrada Palma, el 23 de diciembre de 1898, porque “había cumplido su misión” una vez alcanzada la independencia de España.
“El Partido Comunista de Cuba, único, martiano, fidelista, marxista y leninista (…) es la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado”, reza el artículo 5 de la espuria Constitución impuesta en febrero de 2019. Podría preguntarse por el contenido y alcance de la expresión “fidelista” y en qué se diferencia de “castrista” pero eso nos llevaría demasiado lejos. Baste recordar a un humorista venezolano que, para deslindarse de la derecha, afirmaba: “Ellos le dicen Castro, pero nosotros le decimos Fidel”.
El general de ejército Raúl Castro cedió la Secretaría General del Partido a Miguel Díaz-Canel, que ya era Presidente de la República; pero reservándose la jefatura de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Su hijo, el coronel Alejandro Castro Espín, es Jefe de la Comisión de Defensa y Seguridad Nacional, que controla los servicios de seguridad del Estado. Su nieto, Raúl Guillermo Rodríguez Castro, es el Jefe de la Dirección General de Seguridad Personal, los círculos internos de exclusiva seguridad del tirano.
El general Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, ex de Deborah Castro Espín y padre del anteriormente citado nieto en jefe, dirige el Grupo de Administración Empresarial Sociedad Anónima (GAESA), un súper holding que controla toda la economía de la isla. De hecho, el designado Primer Ministro, coronel Manuel Marrero, quien fuera Ministro de Turismo de Fidel Castro, proviene de la corporación Gaviota, un emporio turístico adscrito a GAESA.
La Infanta Mariela Castro Espín, jefe del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), dirige y coordina la batalla cultural por la inclusión de la comunidad LGBTI etcétera, impulsa la promulgación de un “Código de Familias” que pretende formalizar uniones diversas, inspiradas en la ideología de géneros, realizando aquella vieja aspiración revolucionaria de abolir la familia nuclear humana.
CENESEX está financiado por la Fundación Ford; lo curioso es que esto no lo convierte en reo de “mercenarismo”, puesto que en Cuba está prohibido que personas y organizaciones de la sociedad civil reciban fondos del exterior para realizar sus actividades so pena de ser acusados de “mercenarios”, un delito tan genérico que permite desde desacreditar cualquier opinión hasta ser condenado al paredón.
En Cuba se perpetran alrededor de cien mil abortos al año pagados íntegramente por el Estado, aunque no pueden considerarse legales, en estricto derecho, porque no están regulados por ley alguna que los condicione, restrinja o justifique, por lo que la “fría máquina de matar” que predicaba el Che Guevara se ensaña en primer lugar contra quienes ni siquiera se les permite nacer.
No obstante el cuadro de poder familiar antes esbozado, en los medios globales se insiste en vocear unos supuestos cambios inminentes en Cuba y hasta presentan mesas redondas para interrogar a panelistas sobre cómo será el futuro sin los Castro en el poder; pero son mentiras deliberadas y nada podría estar más lejos de la realidad.
En verdad, no sólo están atrincherados en Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia, sino que adelantan una agresiva campaña de asalto al poder en Colombia, que se vio obligada a expulsar al primer secretario de la embajada de Cuba, Omar Rafael García Lazo, quien coordina el “movimiento de solidaridad con Cuba”, un organismo fachada para promover la guerrilla en todo el país.
Igual están interviniendo en las elecciones de Perú y el proceso constituyente de Chile, que es una copia del que implementaron en Venezuela. En los EEUU impulsan otra campaña por el levantamiento unilateral de las sanciones económicas y su exclusión de la lista de estados patrocinadores del terrorismo.
El castrismo ya no goza del elan romántico que tuvo en los años sesenta; pero en cambio cuenta con un implacable aparato de represión, control y propaganda que desde la isla extiende sus tentáculos a los cinco continentes, gracias a la colaboración y complacencia de los poderes mundiales, incluso la ONU y la UE, que patrocinan la agenda globalista.
Es un enemigo formidable, pero no invencible, sobre todo por la ley que se expresa en el dicho popular “el que mucho abarca, poco aprieta”.
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