En mis décadas de dar clases de economía siempre trato de persuadir a mis alumnos que los incentivos tienen consecuencias al ser un mecanismo que altera los precios de bienes y servicios a lo que los consumidores reaccionan ya sea aumentado o disminuyendo su demanda, según el caso.
El mejor ejemplo del vigor de los incentivos lo vemos en la renovada crisis de migrantes que hoy se apilan en la frontera sur de EE.UU. al haberse corrido la voz que Biden relajaría la política migratoria de Trump, y los “polleros”, cuyo negocio depende del flujo migratorio, se encargaron de propagarlo.
A pesar de la ruidosa oposición de los trumpianos a la inmigración, sobre todo de gente de color, un estudio reciente del Instituto Cato[1]muestra que en los últimos años el 77% de los encuestados aprueba que haya mayor inmigración, mientras que los opositores a ella son sólo el 28%, cuando en 2009 eran 50%.
La “migra” como se conoce coloquialmente a los agentes que fronterizos, dijo que 100.441 personas, incluyendo 9.500 niños, intentaron cruzar a EE.UU. en febrero, 28% más que en enero y cifra 2,7 veces mayor que en febrero del año pasado, y las autoridades hacen lo que pueden para resguardar a los niños.
Con un crecimiento poblacional en EE.UU. que no alcanza para compensar a los que mueren, y 10 mil personas jubilándose diario, aumentar la inmigración es esencial para sustentar más crecimiento de la economía y para tener nuevos trabajadores que financien los pagos del bienestar de los retirados.
El debate sobre migración, revivido por la propuesta de Biden de buscar una senda para legalizar a 11 millones de indocumentados en EE.UU., plantea un reto mayúsculo pues los Republicanos que solían apoyar mayor inmigración, como Ronald Reagan y ambos presidentes Bush, han desaparecido.
La historia tiene lecciones importantes: la década 1845-55 fue en la que más migrantes ha habido, 3 millones cuando la población era de 23 millones, lo que significa en números comparables una inmigración de 45 millones en la década 2000-10, cuando entraron sólo 14 millones en ese lapso.
Su participación fue crucial para la victoria de la Unión en la guerra civil pues el 25% de sus soldados y el 40% de sus marineros eran extranjeros. Esto fue decisivo para desarticular la idea muy arraigada que EE.UU. era exclusivamente un país anglosajón y protestante.
Ese es el reto que enfrenta Biden ahora, desarticular la idea que EE.UU. es todavía una nación blanca y cristiana, cuando se trata de un crisol de razas y saberes que le han llegado de todo el mundo para enriquecer su cultura, su visión del mundo, su cocina y su calidad de vida.
Muchos Republicanos rechazaron el primitivismo insultante de Trump, al igual que la mayoría de la población, pero por desgracia no han logrado sacar a su partido de sus garras y ofrecer una alternativa sensata para quienes rechazan gobiernos metiches e insaciables.
¿Será posible reformar a ese partido o surgirá otra opción que recoja los principios liberales clásicos que solía defender antes de Trump?
Este artículo fue publicado originalmente en Asuntos Capitales (México) el 19 de marzo de 2021.
[1] Alex Nowrasteh y David J. Bier, A Pro-Immigration Agenda for the Biden Administration, diciembre de 2020.
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