Primero fueron las conversaciones en París; después, unas propiciadas por el Vaticano; más tarde, otras auspiciadas por Noruega en Oslo y Barbados. Ahora se rumorea que, nuevamente, Noruega está haciendo un esfuerzo para sentar al régimen y la oposición a fin de que traten de ponerle fin a la profunda crisis que está acabando con Venezuela. O sea, que no ha sido por falta de iniciativas que no se ha llegado a un acuerdo de cómo cesar el statu quo imperante en nuestro territorio y que es más la demostración de un estado fallido que otra cosa.
Todas ellas resultaron fracasadas por varias razones: por un lado, el régimen se paró de la mesa cada vez que sintió que se le estaba requiriendo aplicar más sensatez, legalidad y ética, y menos sectarismo, ideología y rapacidad en los actos de su mandato (me cuesta calificar como “de gobierno” los que ellos cometen). Por el otro, la insistencia de que esas reuniones eran para “conversar”, “dialogar” y no para “negociar” ayudaron a dar al traste con las iniciativas. También hay que añadir que la alternativa democrática no podía sentirse muy segura de que lo acordado en esas conversas iba a ser cumplido de buena fe por el régimen. Y probablemente tenía razón. Para muestra, lo ocurrido recientemente con el intento de traer unas vacunas para ayudar a combatir el coronavirus. El 20 de este mes, se logró llegar a un acuerdo después de unas conversaciones en las que estaban —además de dirigentes opositores y representantes del régimen— las sociedades médicas, las academias y delegados de la OPS y de la UNICEF. Pero duró lo que dura un dulce en la puerta de una escuela. Tres días después apareció la noticia de que Nikolai no iba a dejar entrar “ninguna vacuna que esté causando estragos en el mundo”; “que no haya sido autorizada por nuestros institutos científicos nacionales” (como si fueran muy confiables). La excusa fue que la comprada era la AstraZeneca; que se iba a pagar con los dineros que están retenidos por el Reino Unido, y que ese fármaco no era confiable. Dejo claro que, cuando el adiposo usurpador dio la información, ya a nivel mundial se había despejado la duda que se tuvo sobre esa vacuna y que nuevamente la Unión Europea y EEUU la estaba aplicando. Es que, para él y sus cómplices es más creíble la que proponen sus cubanos del alma. Que hasta ahora está siendo probada, y la que la Academia Nacional de Medicina ya alertó de la peligrosidad de esa medida. Ya el mofletudo puso a disposición de sus amos a los venezolanos para que sirvan de conejillos de Indias.
Ergo, no se puede confiar en las promesas ni acuerdos que se llegue directamente con esa gentecita. Por eso, de nada servirán los convenios que se firmen en presencia de un tercero, por más noruego que sea, si ellos se pueden escapar por la tangente. Tiene que haber en la mesa otros participantes que puedan forzar el cumplimiento de lo acordado si una de las partes incumple o se desvía de la senda pactada.
Y tiene que ser así porque —según Julio Castillo Sagarzazu, que de política y otras cosas sabe mucho— Venezuela es parte de un conflicto geopolítico mundial. Ya los venezolanos solos no podemos salir de este enredo. Por su posición geográfica privilegiada en el continente, por ser un país a la vez caribeño, andino y amazónico al mismo tiempo, por las riquezas de su subsuelo, nuestro país es envidiado y apetecido por muchos otros. La mesa de negociaciones (que no de mero diálogo) debe tener varios lados. Mejor dicho, debe ser redonda, con varias sillas en las que los ocupantes tengan algo que ganar o perder. Porque eso es lo que se deriva de las negociaciones: compromisos para cumplir, sean gananciosos o gravosos.
Y vámonos de ejemplo. Las conversaciones que sostuvieron en París los Estados Unidos y Vietnam del Norte para el cese de la guerra en la península de Vietnam se prolongaron desde 1969 hasta 1973. En mucho, se demoraron por la decisión de cómo iba a ser la mesa. Los norvietnamitas querían una mesa cuadrada, con cuatro partes con capacidad soberana de decisión. Estados Unidos deseaba una redonda donde no existieran bandos definidos ni capacidad de “empate”. Mientras tanto, las muertes de combatientes y población civil seguían igualitas. Finalmente, en una mesa que resultó ovalada, se logró acuerdos definitivos. Entre otros, se logró que se estableciera un alto el fuego, se intercambiara prisioneros, las tropas tanto norvietnamitas como de EEUU se retiraran de Vietnam del Sur, y se abrieran negociaciones entre las partes para la entrega y repatriación de los muertos en combate. Pero eso no se logró hasta que se aceptó que otros países supervisaran los acuerdos firmados. Canadá e Indonesia fueron escogidos por la parte occidental y Hungría y Polonia por los asiáticos). Por fuera, además, estaban la ONU, China y la URSS vigilando que nadie se comiera la luz.
Julio opina (y yo lo creo así también) que solo se logrará éxito en las negociaciones criollas cuando se sienten como garantes, en la misma mesa, Cuba, China y Rusia (aliados del régimen) y Estados Unidos, Colombia y Brasil por la oposición. Cualquier desvío en el cumplimiento de lo pactado resultará en una acción de los garantes, no contra Venezuela, sino contra otro de ellos. Por ejemplo, si el mofletudo irrespeta uno de los acuerdos y, digamos, no libera los prisioneros políticos, Estados Unidos le podrá decir a Cuba: “si no le pones preparo a tu lacayo, yo no dejo que te lleguen las remesas que les envían los cubanos del exilio a sus familiares, ni permito que salgan vuelos comerciales a la isla (cosas que habíamos acordado tú y yo por fuera)”. De igual manera, China le podría decir a Brasil o a Colombia: “lo que habíamos acordado de inversiones mías allá solo irá cuando tú le exijas a Guaidó y sus muchachos que cumplan con lo que firmaron”.
En fin que, contrariando lo que dice el título, la mesa no debe tener lados, sino ser redonda. O sea como la de Arturo y sus caballeros…
https://www.analitica.com/opinion/los-lados-de-la-mesa-son-importantes/