Interpretar los hechos militares del vecino país con ojos extranjeros es un ejercicio arriesgado, muy arriesgado. Porque es mucho más lo que no se sabe o lo que no se consigue intuir de la realidad interna de este medio. Son extremadamente enrevesados los entretelones de un sector de la dinámica colombiana que será determinante de su devenir: la actuación futura de los uniformados. Pero ante un cambio de gobierno de la naturaleza del que protagoniza la hermana república, hay que ponerle la lupa al tema aun a riesgo de equivocarnos mucho.

Hay hechos flagrantes en materia militar ocurridos desde el advenimiento del Pacto Histórico al poder que juegan a esta hora en el escenario neogranadino y que no van a quedar sin consecuencia. Esto es incontrovertible.

Una movida de mata de grandes proporciones, pero anticipada por muchos conocedores del talante y filosofía del nuevo presidente, tuvo lugar hace pocos días en la cúpula de las fuerzas policiales. Toda una generación de oficiales de mas de 30 años de servicios, pero de supuestas “afinidades políticas inconvenientes”, fue borrada de un plumazo. El asunto se venía venir, dicen los entendidos, y aseguran, por igual, que entre los eyectados estaban los oficiales de mayor rango y experiencia en seguridad ciudadana, inteligencia y lucha contra el terrorismo y el narcotráfico del país colombiano. No solo eso, se trata de los 23 individuos que mayores logros cruciales y concretos han alcanzado en los últimos años en contra de la criminalidad.

Con ello no solo se atenta contra la base de una de las instituciones más profesionales de las fuerzas del orden, sino que se le cierra la puerta en la nariz a la cooperación norteamericana en una materia de interés superlativo para Washington: la batalla contra el narco-negocio en la que se han invertido décadas de esfuerzo conjunto y una masa de dinero nada despreciable por parte del Norte: 10.000 millones de dólares desde 1990. Así que las decisiones anteriores dejan entrever el bies político que están teniendo y tendrán en lo sucesivo las estrategias relacionadas  con la seguridad ciudadana.

En el Ejercito hubo igualmente una buena sacudida, pero allí el presidente y sus consejeros fueron más astutos. Solo salieron de cuajo de 12 Generales con más de 25 años de servicio y se dice que el riesgo de que los afectados fueran fichas “troperas”, es decir, con mayor cantidad de tropa de su lado, era más complejo de asumir.  No tenía sentido para el nuevo gobierno abrirse frentes en más de una fuerza.  El episodio del pase a retiro anticipado pedido por el General Eduardo Zapateiro, Comandante del Ejército, había ya cimbrado los cimientos al Presidente dentro de esa fuerza antes de terciarse la banda.  Petro, en abril del 2021, había acusado a algunos del generalato de estar la nómina del Clan del Golfo y de ser ascendidos por los politiqueros del narcotráfico. Zapateiro se fue voluntariamente en respuesta a la afrenta del candidato, pero se fue con el apoyo de oficiales, suboficiales y soldados, ello antes de tener, por fuerza de los protocolos, que rendirle honores al agraviante de las Fuerzas Armadas.    

Hay otro lado de la moneda. Otros analistas en Colombia interpretan los cambios como la imperiosa necesidad de un gobierno nuevo de comenzar rompiendo lazos con la cúpula militar y policial saliente, vinculada ella con operaciones turbias como, por ejemplo, lo que se conoce como «falsos positivos». No son pocos los expertos que consideran que la vieja cúpula saliente estaba manchada por temas de violaciones a los derechos ciudadanos ataques a periodistas, a líderes de la oposición y a defensores de los derechos humanos y con serios cuestionamientos en materia de corrupción. 

En un hecho que Colombia en todos estos movimientos está frente a un cambio de doctrina militar y policial bien visible pero pudiera bien ser que no todo sea negativo.   Si lo que lo inspira al régimen nuevo es la construcción de una doctrina donde el eje sea el del respeto por los derechos humanos, ella solo puede ser bienvenida. Ojalá así sea ya que, como les decía más atrás, cuesta mucho pronunciarse en un sentido o en otro.   

Otra cosa es cierta. Cualquier movimiento de Gustavo Petro en adelante, en favor o en contra de los hombres de uniforme, tendrá que ser medido y pesado con extremo cuidado. Nada es más importante que tenerlos de su lado ante la miríada de trasformaciones que intentará emprender.  Las medidas que ha prometido poner en marcha este gobierno recién estrenado en el campo de lo económico- social son aún muy difíciles de interpretar por igual, porque configuran un galimatías de tesis de desarrollo inextricables. Ellas van a levantar ronchas en todos los sectores y estratos sociales y esto se expresará en manifestaciones de descontento. Los pasos que se den en la negociación de la desmovilización guerrillera y las concesiones a los antisociales también pisarán los callos de muchos. El país está atento a todo lo anterior y en la población de a pie los detractores del gobierno se multiplicarán, eso seguro.

Ojalá lo peor no ocurra y Colombia no sea el sitio capaz de parir a otro Cartel de los Soles como el venezolano. Bastante alertó Washington sobre esta posibilidad. Ojalá también que aquellos que la centrífuga petrista ha afectado no piensen en otro género de  soluciones más extremas. Colombia, la mas estable y enraizada Democracia latinoamericana, no lo merece.        

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