En más de una ocasión, el hecho ha estado presente y no ha sido del agrado de quienes, siendo competidores y viéndose desplazados por su voz e imagen, no han admitido que la presencia de la iglesia católica en Venezuela se haya hecho sentir, respaldada y calificada de meritoria.
Inclusive, de fuente de consulta y valoración lo suficientemente digna, como para que se llegue a plantear que es “inconveniente” que ella distorsione la participación de las representaciones sociales a las que sí les corresponde hacer trabajo político, y más cuando eso se traduce en eventos electorales.
Lo cierto es que cuando las empresas que se ocupan de dicha actividad le hacen seguimientos de mercado a la reacción y valoración ciudadana a las instituciones activas del país, los venezolanos que creen en la Democracia y votan por su vigencia, generalmente, se pronuncian por el hecho. Y, sin duda alguna, ponen sobre el tapete lo que, históricamente, también han pasado a escribir nuevos capítulos referentes a una desafortunada realidad que va mucho más allá de lo que traduce ser gobierno, ser oposición, hablar de cambios y concluir en fracasos.
Desde luego, la reflexión viene a propósito de lo que ha estado sucediendo durante las últimas semanas, cuando, una vez más, una instancia representativa de la Iglesia Católica, en este caso la Presidencia de la Conferencia Episcopal, le ha expuesto a los venezolanos su punto de vista sobre cómo considera que hay que buscarle una salida al país, después de haberse adentrado en un desmoronamiento acelerado. Mejor dicho, de ser víctima de “una especie de infección progresiva que afecta a todo el cuerpo nacional, a todos sus sectores organizados o no, a todas las personas e instituciones”, por lo que “no se puede perder más tiempo”, ya que eso se traduce en que “hay que refundar la República.
Desde luego, ¿qué traduce dicho propósito?. ¿Quiénes son los llamados a ofrecer su voluntad y deseos de participar, con el fin de que, finalmente, los venezolanos entreguen más amor e interés de contribución, antes que más que apego por lo material, el dominio del poder y la oferta incontenible de sus espaldas, para desatender el clamor de quienes siempre han sido los portadores de lo que traduce ser pobre, vivir entre hambre y engaños?.
Actualmente, entre la fortaleza del coronavirus, las dudas sobre cómo se le puede hacer frente a su arrogante poder a partir del uso de vacunas que no terminan de hacerse presentes, la hiperinflación, el debilitamiento incontenible de la calidad de los servicios públicos, la respuesta que emerge para confrontar lo que se vive y cómo se vive, es que “habrá elecciones”.
El día, la hora, los garantes del acontecimiento y de la transparencia de su desarrollo, como de los efectos en que se traducirá “semejante paso”, sólo se traduce en que esa sería la primera de todas las demostraciones de lo que se darían con miras a solución a lo político, para que después se pueda adentrar en lo económico y social. Y si en la mitad del camino tienen cabida anuncios públicos que puedan sumarse a los cambios necesarios, como es el caso de la administración de justicia, basta con la promesa. Alguna vez se materializará, después de haber sido testigos de anuncios similares al por mayor.
Sin duda alguna, el país tiene ante sí una posibilidad excepcional para comenzar a das nuevos pasos en favor de un reencuentro con diferentes alternativas, para que, como ha dicho la Conferencia Episcopal de Venezuela, nos adentremos en el necesario e impostergable proceso de refundación de la República.
No hay que temerle a esa voz autorizada y calificada que se atreve a exhortar un llamado al entendimiento, como a la construcción de voluntades en favor de un país que, día a día, observa con dolor y tristeza, la migración de más de 20 mil de sus hijos hacia otras partes del mundo, en vista de que en su Patria siguen esfumándose las oportunidades de bienestar y de progreso.
Si para salir de donde hemos caído en apenas poco más de 20 años, y proyectar una mínima valoración de lo que traduce amar al país, se necesita de este tipo de conjunción de esfuerzos, hay que avanzar alrededor suyo. Dando como un hecho, desde luego, que la idea no es distribuir puestos, espacios de poder, alimentación de imagen pública, y consignación de beneficios a favor de cazadores de alternativas en países en proceso de remate.
Al margen de lo que ha planteado y en lo que se traduce “solución”, la opinión de otras voces giran alrededor de que la Venezuela sobreviviente de su tragedia económica y de la crisis de la pandemia, “no volverá a ser la misma”. Pero eso, bajo ningún concepto, puede convertirse en argumento y principio de que la Nación no tiene salida a sus problemas, mucho menos a que entendimiento debe verse como la última de sus fases, para repuntar entre sus innegables oportunidades.
Sí, hay que trabajar. Pero hay que hacerlo respondiendo a un llamado histórico que honre el alcance de discursos, como el esfuerzo de quienes, en otro momento, dieron mucho más por el país, antes que salir de cacería en procura casi exclusiva de beneficios.
https://www.analitica.com/opinion/la-voz-de-la-conferencia-episcopal/