Puedo recordar dos médicos, uno cuyo nombre aún tengo presente y el otro lamentablemente no, egresados ambos de la UCV que participaron en la atención a la población del estado Vargas, con ocasión del deslave que originó las torrenciales lluvias de diciembre de 1999, que comentaron, a propósito de los médicos cubanos enviados por Castro para colaborar en esa atención, que ellos “no podían juzgar sobre el nivel académico y la preparación científica de esos ‘colegas’, pero lo que les impactó fue que la farmacopea que manejaban era de los años cincuenta”. Cuarenta años de atraso, si acaso se toma el año 1959 como definidor de la farmacopea a la que aludían, que eran los mismos contados desde la llegada de Castro al poder.
Nada sorprendente, unos años antes, durante eso que el “castrismo” suele llamar “período especial”, que se origina a partir de la desintegración de la Unión Soviética, uno de cuyos efectos colaterales fue la cesación del subsidio sin el cual no se podía mantener la economía cubana, siendo el efecto subsiguiente una epidemia de ceguera en los niños que fue atendida por la República de Venezuela (la inicial no la bolivariana) y en primera persona por el doctor Rafael Muci Mendoza, que determinó que el origen de la misma no era otro que la desnutrición, desde luego no de Castro que comía langosta.
Después vino la exportación de médicos cubanos con PhD, cuyo origen no entro a analizar por falta de información. Sin embargo, se me antoja como poco probable, porque el conocimiento no se adquiere de un día para otro; y un país que cesó en su exportación tradicional mayor “azúcar”, aún le quedan tabaco y ron, pueda proveerle al mundo una asistencia médica que no provee en casa propia, no parece probable, he evitado usar el término posible, porque en “la revolución todo es posible”.
Ahora, el usurpador Maduro pretende que la población se aliste para ser vacunada contra el Covid-19 no con una, sino con dos vacunas producidas en Cuba: “Soberana 02 y Abdala”. Él por supuesto, junto con la primera combatiente (la tía de los presos en EEUU), el padrino, los hermanos Rodríguez y otros prominentes miembros del gobierno ya están vacunados, pero no con éstas vacunas cubanas, sino con una vacuna rusa, vale decir de los que sostuvieron a Castro hasta “el período especial”, el de la ceguera de los niños.
La Academia de Medicina y el gremio médico en general, excluido desde luego Jorge Rodríguez, han advertido sobre lo improcedente de emplear vacunas que no han cumplido con los protocolos necesarios para determinar su eficacia y la ausencia de efectos secundarios, aunque puedan ser contrarrestados, pues para hacerlo se requiere haberlos identificados.
Se trata de un alerta que será desoído, porque el usurpador no es sino un oficiante del régimen castrista, ni siquiera designado por Chávez para sucederle, sino por Castro, por él educado para que le sirviera no tanto a Cuba como a su proyecto personal. Afortunadamente lo que pareció que podía llegar a consolidarse como una “dinastía real”, mostró por la estupidez del nieto que está próximo su fin, que desde luego arrastrará al castrismo criollo, llámese chavismo o madurismo, al igual que ocurrirá en Nicaragua con Ortega, cuyos nietos no exhiben las inhibiciones del nieto de Castro, porque el mismo Ortega se encarga de exhibirlas.
La negativa al empleo de la vacuna Astrazeneca a la que se opone el usurpador no ha hecho sino recordarme la recomendación de Castro a Chávez a propósito del envío de recursos infinitamente superiores a los cubanos que el gobierno americano le ofreció a Chávez. “Rechaza esa oferta. Dile que no. Si llegan no se irán más nunca”. Dios mío que revelación. Castro hablaba de sí mismo. Lo traicionó el subconsciente.
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