Vivimos en un mundo lleno de imágenes, pleno de información que bombardea nuestro cerebro, produciendo en nosotros un cambio constante de nuestros deseos. Un día pareciera que estamos seguros de lo que queremos. Luego, al día siguiente, es como si lo que anhelamos se hubiera desvanecido mientras dormimos. En otras ocasiones cuando anhelamos algo y lo logramos, por un poco de tiempo nos sentimos llenos, pero pronto nos embarga una sensación de vacío, hasta el punto que muchas veces nos sentimos como si realmente no hubiéramos logrado nada. ¡Pareciera que nuestras almas son insaciables!

Vamos por un camino en el cual se nos ofrece una gran diversidad de experiencias atractivas, las cuales prometen hacernos mejores, tanto física como emocional y a veces intelectualmente. Es como una escalera con un número incontable de escalones. Cuando vas en uno, eres forzado al siguiente, y así sucesivamente sin que sepas dónde termina. Solo, que muchas veces esta escalera no va en ascenso sino en descenso.

Desafortunadamente, muchos nunca se hacen conscientes de esta caída lenta, sino hasta que ya están demasiado hundidos para levantarse por sí mismos. Otros jamás notan que han caído, es su estado natural. Y aún, hay quienes con mejor discernimiento, van en busca de algo que los sacie, que los haga felices, para pronto encontrar que el vacío es lo único que llena sus vidas.

¿Realmente, sabemos qué es lo que queremos? ¿Sabemos acaso dónde está la fuente de provisión de los anhelos más profundos? ¿Sabemos dónde encontrar ese preciado tesoro que no hallamos en el mundo? ¿Sabemos cómo encontrarlo? ¿Sabemos a quién tenemos que acudir en busca de él? 

Los evangelios nos relatan la historia de un hombre ciego, llamado Bartimeo (Marcos 10:46-52). Dice esa historia que este hombre ciego estaba sentado junto al camino mendigando.  De repente, en su recorrido diario por las polvorientas calles de la época Bartimeo se tropieza con una gran multitud. Suponemos que en sus oscuros andares había escuchado de Jesús; pues al oír que la multitud era a causa de Jesús, comenzó a gritar: ¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí! Muchos de los que estaban allí, intentaron callarlo, pero Bartimeo gritaba mucho más fuerte: ¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí!

Entonces el Señor, al escucharlo, se detuvo y mandó a que lo trajeran a él. Entonces, alguno de los que estaban allí, lo tomó y le dijo: ¡Ten confianza! ¡Jesús te llama! Vino pues Bartimeo ante Jesús, y Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Entonces Bartimeo, absolutamente seguro de lo que quería, le respondió: Maestro, que recobre la vista. Y Jesús le dijo. ¡Vete, tu fe te ha salvado! Nos cuentan las Sagradas escrituras que al instante recobró la vista y seguía a Jesús por el camino.

Creo firmemente que tu y yo podemos ser ese Bartimeo, quizás no necesitamos recobrar nuestra vista física. Pero, ¿estamos viendo claramente? O ¿acaso nuestra vista está nublada? Bartimeo, sabía claramente cuál era su necesidad, y cuando pidió del Señor misericordia, sabía exactamente qué era lo que quería. Cuando Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Bartimeo respondió sin vacilar: Maestro, que recobre la vista. Maravillosamente, él tuvo lo que quería, porque él sabía lo que quería y sabía a quién pedírselo. Él sabía quien era la fuente, y cuando la encontró no dejó pasar esa oportunidad. Entonces desde el fondo de su ser lo gritó y lo pidió.

La Biblia nos dice que el reino de los cielos lo arrebatan los valientes. Y vaya que fue valiente este hombre llamado Bartimeo. Se imaginan todo el esfuerzo que tuvo que haber hecho para ser tomado en cuenta en un lugar donde había una multitud y él era tan solo un mendigo. Seguramente, Bartimeo ya estaba acostumbrado a ser rechazado; sin embargo, como sabía que se trataba de Jesús, y sabía que Jesús era la fuente, entonces no dejó pasar su oportunidad.

Creo que Dios es un Padre que siempre nos espera con los brazos abiertos. Pienso que vivimos tiempos difíciles, no solo en nuestra nación, sino en el mundo entero. Pero son tiempos en los cuales el llamado de Dios está vigente. Solo aquellos quienes tengan la valentía de reconocer en Dios la fuente que saciará la sed de sus almas insatisfechas, no dejarán pasar la oportunidad. Solo aquellos quienes saben que teniendo a Dios lo tienen todo y que sin Él no tienen nada, lo buscarán entre la multitud, para oír su voz que nos pregunta hoy, como le preguntó a Bartimeo: 

¿Qué quieres que te haga? Ojalá que tú y yo no vacilemos en contestar: 

¡Maestro, que recuperemos la vista!

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