La epidemia ha entorpecido lo que el ser humano consideraba normal a comienzos del año 2020. La rutina vital ha ido cambiando de tal manera que un año y semanas después se propende a salvar el ahora en medio de estadísticas de enfermedad que entristecen, muertes que estremecen, y paradójicamente miles de personas que todavía niegan la pandemia permitiendo el suicidio paulatino que vemos se va llevando a gente por doquier blandiendo ansias de “normalidad” atrapadas en las garras del Covid y su infernal realidad mutante. Se asevera que el mañana será una repetición del hoy, que el ayer fue una repetición de anteayer en que, entre otras miles de cosas, los niños y jóvenes vemos, sabemos, nos damos cuenta que estudian a medias o mal… y dependen de su majestad el celular, o la “tableta,” para seguir sembrando una realidad chabacana, sin futuro. Hoy preocupa que la mayor enseñanza primaria, secundaria y terciaria electrónica, tan difundida, no esté resultando en un mayor aprovechamiento al punto de temerse una inmensa crisis de aprendizaje…
Hay personas en varias partes y latitudes del planeta que se quejan de no acordarse de cuestiones mediatas o inmediatas que antes brotaban de la memoria en forma natural, fluida y a tiempo, es decir, cuando se la necesitaba, pero que ahora surgen alteradas o simplemente no surgen en el instante que se las precisa. Y lo peor es que nombres, números de teléfono incluyendo a menudo el propio, o lugares donde se puso esto o aquello incluso en casa o la oficina, o en el trayecto de ida a algún lugar… que de pronto hay que hacer un esfuerzo para recordarlos incluyendo cómo hacer el nudo de la corbata, o reconocer a alguien cuya foto se guarda en la billetera. El deterioro y hasta pérdida de memoria desde luego sorprende, entristece y deprime sobre todo porque nos conduce a razonar el hecho de que sobre esta invasiva y latente situación tan vitalmente inédita: “todavía no hay luz de alivio en el túnel.”
Por otro lado, se sabe que lo que más daña el cerebro es el agobio perpetuo, y los mejores antídotos son la actividad física y las novedades constantes. “La pandemia que sufrimos nos expone a dosis minúsculas de agobio impredecible y perenne,” según la neuróloga T. Franklin del Inst. Tecnol., Georgia, EEUU, cuya investigación demuestra que el agobio afecta las regiones del cerebro que controlan movimiento, aprendizaje y memoria.
La pandemia está probando ser un proceso inclemente de debilitamiento de la vitalidad que registra cifras rutinarias y crecientes de muertos a causa del Covid-19 en el mundo, amén de los vacíos de oficinas, escuelas y sus consecuencias socio-didácticas azoradas por el temor al contagio; también el inmenso distanciamiento de familiares y amigos a quienes se saludaba de cerca, daba la mano, abrazaba con palmadita sonora en la espalda… a más del trato normal de voz y expresión facial. El cúmulo resulta en una circunstancia vital no solamente alterada sino herida por lo sentido en uno y observada en el prójimo cercano y alejado. Si, como postula el filósofo español José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo,” en marzo de 2021 la circunstancia común engolfa más que nunca la circunstancia de uno, de usted estimado lector, de todos, en una tragedia que solo el tiempo dirá cuándo pasará a la historia… si es que para entonces recordamos rutinas que tanto han compilado nuestra “circunstancia…” y nos han hecho la vida llevadera.
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