“… Los venezolanos podemos recordar la democracia; a diferencia de pueblos hermanos que sólo pueden imaginar la democracia o anhelarla; o que apenas comienzan a edificarla…”

Germán Carrera-Damas

A dos décadas de haberse iniciado el siglo XXI, viene a demostrarse, una vez más, pero en estas latitudes, que estos tiempos tampoco serán el momentum del materialismo ni del colectivismo (ya fracasado en las espantosas experiencias vividas tras la Cortina de Hierro), así como lo venimos evidenciando, aún con la modalidad que esta revolución – la de acá – vino acompañada de miles de millones de dólares. Se trató de un espejismo que desvió del recto camino de la democracia – tal vez nunca perfecta, pero siempre perfectible- a un país que se ha propuesto a buscar los cambios imprescindibles que le conduzcan a la solución de sus problemas mediante las reformas profundas, pero nunca con la ruptura violenta que pretendió imponer este régimen, dividiendo a los venezolanos, articulándose con ese estrato enfermo de frustración, pobreza y hambre, sector que en su desesperanza escuchó y creyó en su prédica reivindicatoria. Se hace necesario ser reiterativos: uno de los puntos de partida debe ser aprender a escuchar al otro, considerando que ningún proceso educativo realmente democrático puede ser vivido como un sacrificio, o como un castigo. Eso quizás valga para el adoctrinamiento, pero no vale para la educación.

Se hace necesario conocer – sin demagogias de por medio- las dificultades de quienes viven en la pobreza, hablarles y presentarles alternativas creíbles y realizables. Son los primeros pasos que deberían dar los factores democráticos, para comenzar a recorrer el complejo camino, para transformarse en una opción de poder. El pueblo tiene las capacidades para discernir, tiene el talento para optar, pero necesita ser informado, necesita tiempo para estudiar las propuestas, necesita un clima de serenidad y sosiego, necesita ser respetado como comunidad de personas libres y diferentes en sus formas de pensar, de actuar, de creer. El pensamiento y la actividad política de este momento tienen, ineludiblemente, que acercarse a los ciudadanos, a sus sentimientos humanos y a sus problemas cotidianos, sin apartar las consideraciones que combinen la técnica con la esperanza, el esfuerzo con el sacrificio y la praxis con las bondades que acumulen capital social. La impostergable regeneración de la acción política requiere la vuelta a las ideas y a los valores, recuperando así el auténtico sentido de la participación, la confianza y la coherencia, haciendo énfasis en la recuperación del sentido de la política como compromiso con el ciudadano.

La política es o debería ser, un modus vivendi, una forma de relacionarse con los demás, incluso de reconciliarse, de no sentir como ajeno nada que le afecte al otro de una forma relevante, de entender el poder y los hechos sociales como un espacio para el encuentro y la convivencia, la libertad y el desarrollo ciudadano, pues lo que ahora vivimos como sociedad es el resultado, de habernos apartado de lo público, de habernos conformado con muy poco y haber permito mucho, tanto en el abandono de los principios que rigen la democracia, como en el valor de la palabra empeñada.

Es este el momento propicio para que el accionar de la política tal como la vemos por estas latitudes, deje a un lado la absurda consideración de plantear que la verdad es asunto de ingenuos, que su uso es tan solo para alcanzar el poder, que la mal llamada Realpolitik o la política de “la realidad”, tan solo conduzca a la lógica de la fuerza, del cinismo, del secreto y de la mentira. Como tampoco resulta sano el aupar el grito poco altruista y solidario del “sálvese quien pueda” que suele escucharse en colapsos, crisis o calamidades como la que estamos padeciendo.

Manuel Barreto Hernaiz

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