Alguien dijo una vez: Dos monólogos no hacen un diálogo. Al investigar sobre comunicación en la pareja son cientos los volúmenes que podemos encontrar. Sin embargo, quisiéramos enfocarnos de una manera sencilla en el aspecto práctico, en eso que vivimos día a día. Lo que realmente nutre nuestra relación con nuestra pareja; así como esas prácticas, muchas veces inconscientes, que hieren la relación.

La capacidad de expresarnos es una parte inseparable de nuestra dignidad como seres humanos. Todos deberíamos tener el derecho de expresar nuestros pensamientos sin tener que acomodarlos a los oídos de nuestro interlocutor, debido al temor a ser rechazados. Desafortunadamente, en nuestra sociedad del XXI la mentira se ha vuelto la forma de comunicación más común. Nos mentimos unos a otros constantemente. Ahora, ¿por qué lo hacemos? Según los investigadores en psicología, mentimos para evitar el rechazo, para no perder afectos, para crear una imagen de nosotros que sea aceptada por el otro. El problema es que la mentira es una cadena interminable de eslabones que van atándonos emocional y espiritualmente. Además, van horadando lentamente cualquier relación, hasta destruirla.

Los seres humanos fuimos hechos para la verdad. La mentira enferma, la verdad libera. El especialista en Neuropsicología de la Universidad de Massachusetts, Robert Feldman, ha comprobado a lo largo de su investigación de más de 20 años acerca de la mentira en la cotidianidad. Cuando mentimos nuestra amígdala cerebral produce una sensación negativa que limita el grado en que estamos dispuestos a mentir. Es decir, que nuestro cerebro nos alerta. Es algo así como el Pepe grillo de la historia de Pinocho. Pero en la medida que continuamos mintiendo, cuando hacemos de la mentira un hábito, esta respuesta de nuestro amígdala cerebral se desvanece y cuanto más se reduzca esta actividad en nuestro cerebro, más grande será la mentira que consideremos aceptable.

Quizá la mentira también tiene su origen en ese deseo intrínseco de ser escuchados. Entonces, irremediablemente, terminamos acomodando nuestras palabras para que sean música a nuestro interlocutor; para que lo afirmen en su ego. La mentira es una práctica dañina en cualquier relación. Y lo que menos queremos que nos suceda, como matrimonio, es que vivamos de mentira en mentira. Quizá podríamos tolerar y hasta esperar tácitamente que un vecino nos mienta en cualquier trivialidad; pero lo que menos esperamos de nuestra pareja es que nuestra comunicación esté plagada de mentiras.

Escuchar es amar, hablar es un derecho. Si partimos de esta premisa, entonces podemos comprender que para una comunicación efectiva es absolutamente necesario tanto saber escuchar como saber hablar, hablar sin mentiras. Entendiendo que saber escuchar trasciende al hecho de oír las palabras. Oír es sencillamente el acto fisiológico que nos permite el órgano de la audición. Oímos innumerables sonidos y ruidos a lo largo de un día; pero escuchar es poner atención, poner corazón en el oír.

Escuchamos cuando nuestra mente no está en ningún otro lugar, ni momento, sino en el ahora. La clave de escuchar es estar presente, respirando, viviendo el momento. De la misma manera que una persona habla, no solo con el uso del lenguaje, sino a través de sus gestos, del tono de su voz, de su lenguaje corporal; así también el que escucha expresa su atención a través de su lenguaje corporal y, una manera esencial de reconocer la escucha, es la expresión de la mirada.

Para que el matrimonio florezca, es fundamental que exista una comunicación efectiva que nos permita expresarnos con libertad. Como toda libertad, implica el compromiso de nuestra parte de cumplir con nuestro rol para garantizarla. Entonces, si con nuestro cónyuge podemos expresarnos libremente. Al mismo tiempo, es necesario convertirnos en atentos escuchas de la comunicación de nuestro compañero. De otra manera, habremos oído palabras, como quien escucha el sonido de la lluvia caer. Habremos oído, pero no nos habremos comunicado; pues, la comunicación es una vía de dos canales: hablar y escuchar. 

Lamentablemente, en la vida nos entrenamos en muchas áreas como la educación, el deporte, la música y muchas otras. Pero, irónicamente, para las relaciones fundamentales, que hacen la vida, como la paternidad y el matrimonio, no nos preparamos. Por esa razón, es trascendental que trabajemos en nuestro matrimonio. Que busquemos literatura de personas especializadas, que busquemos ayuda profesional, que nos esmeremos en poner atención a nuestra relación y que nunca demos por sentado a nuestra pareja. Irónicamente, nos esforzamos por lograr muchas relaciones, por alcanzar una comunicación efectiva en el área laboral y social; pero, a las relaciones que constituyen el fundamento de nuestra existencia, las damos por sentado, como si tuvieran garantía de por vida.

ESCUCHAR ES AMAR:

Concéntrate en las palabras de tu cónyuge, guarda silencio mientras escuchas. No uses el tiempo de la escucha para preparar tu respuesta. Dale importancia a sus palabras a través de tus gestos. Que tus ojos no miren a nadie, ni nada más que a tu esposa (o), que no se pierdan como el que mira al infinito. Él o ella sabrán interpretar tu mirada. Tu mirada es quizá una de las respuestas más poderosas para tu interlocutor. De la misma manera, ten cuidado de emitir un juicio a través de tu mirada antes que el otro haya terminado de hablar.

Que las personas con las que interactuamos cada día no nos escuchen, es algo difícil y complicado para llevar a cabo nuestro trabajo; pero que nuestra pareja no nos escuche es sencillamente devastador. Se convierte en una voz interior que repite una y otra vez que no eres suficiente, que no eres importante. Demuestra tu amor escuchando sus palabras, sus gestos, su tono, su mirada.

HABLAR ES UN DERECHO:

Haz siempre tus mayores esfuerzos para dejar a tu cónyuge expresar sus emociones, pensamientos, opiniones y sentimientos. Recuerda que eres, al menos esa es la intención del matrimonio, el mejor amigo, la persona más allegada, más íntima, con la que él o ella puede ser absolutamente transparente. Si no se le puede mostrar el alma a la persona con la cual duermes en la misma cama, entonces el matrimonio es una farsa, es un desierto. 

Cuando sea tu turno de hablar, sé amable, no hipócrita. Se puede ser amable hasta con la persona más detestable. Es cuestión de gentileza. Entonces, sé siempre amable con todos , pero con tu cónyuge, sé amable, bondadoso y dulce. Sazonar tus palabras no significa mentir. La verdad no tiene que ser un insulto.

“Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que tus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan”. Efesios 4:29.

“El que mucho habla, mucho yerra;

el que es sabio refrena su lengua”. 

Proverbios 10:19.

“La blanda respuesta quita la ira;

Más la palabra áspera hace subir el furor”. 

Proverbios 15:1

“Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse”. 

Santiago 1:19.

“El sabio oirá y crecerá en conocimiento, y el inteligente adquirirá habilidad”. Proverbios 1:5.

“El oído que escucha las reprensiones de la vida, morará entre los sabios”.

Proverbios 15:31

Es mi deseo y mi oración por cada uno de los que leen estas letras, que la luz de Dios guíe tu vida, bendiga tu matrimonio y ponga en ti tanto el querer como el hacer para amar a tu cónyuge a través de tu palabras y de tus oídos.


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