He recibido de manos de mi hijo el libro Esencias del arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa, su lectura me cautiva inmediatamente; pues leerlo implica descubrir el lado profundamente humano del concreto. Es encontrar la esencia del ser humano en esa domesticación del tiempo y de su espacio a través de la arquitectura, de la construcción de la ‘casa’, de los lugares en los que el ser humano habita y crea su historia. Dice Pallasmaa “comprendemos y recordamos quiénes somos a través de nuestras construcciones físicas y mentales”. A través de cada lugar que habitamos transformamos el caos en un lugar que nos acoge, que despierta en nosotros un propósito.

Construir pues una casa (lugar donde habitamos) ha sido una manera del ser humano a lo largo de la historia, de conquistar el espacio natural y el insondable tiempo, domesticando los retos que suponen ambos a través de la cotidianidad. No obstante, la casa sin ser habitada, no tiene una historia de vida, no hay ninguna mente que la tenga en sus recuerdos, que evoque su memoria, que la identifique como parte intrínseca de sus sueños y sus recuerdos. Como dice el filósofo Gastón Bachelard: “ La casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz”. Solo, cuando una estancia ha sido vivida, tiene esa capacidad de convertirse en nido, de producir seguridad, de albergar más que objetos, los sueños de quienes la habitan. 

Así, según Pallasmaa: “Cada experiencia vivida tiene lugar en el punto de intersección entre el recuerdo y la intención, la percepción y la fantasía, la memoria y el deseo”. No recordamos a una persona, un objeto o un acontecimiento de forma aislada; generalmente, lo asociamos con el espacio ocupado y el tiempo en el que nos relacionamos con esa persona u objeto. Cuando construimos un hogar, cada objeto inanimado, junto al lugar propiamente dicho, comparte significado con las emociones experimentadas en dichas estancias. Los sentimientos albergados en el ser, se proyectan en el espacio, entretejiéndose con el alma. 

Cuando los espacios, con el paso del tiempo, se van deteriorando sin la intervención que los sustenta para mantener su vigencia; entonces, ante nuestros ojos se va develando una imagen deteriorada, minimizada, desdibujada, las ruinas. No solo el paso del del tiempo desdibuja los espacios, no solo el tiempo hace parecer gris la pared que un día fue blanca. También la acción de la indiferencia hacia las personas se traduce en desdén hacia los espacios que ocupan esas personas. De manera que, el aprecio por los espacios, no es otra cosa que el aprecio por las personas que lo habitan. 

Es una experiencia de plenitud el evocar un recuerdo de la niñez que nos hace transitar por estancias habitadas, por olores peculiares, por sabores degustados, por emociones experimentadas. Y cuando esos espacios han sido conservados intactos en el tiempo,  la plenitud de la memoria nos hace revivir las mismas emociones transitadas en tiempos pasados. De esta manera, no solo se construyen las memorias que le dan vida a la historia de un ser humano individualmente sino colectivamente; dentro de ese conglomerado que es la sociedad.

Hay una historia bíblica que siempre me ha impactado, se trata de Nehemías, un israelita en el exilio que se entera que los muros de su natal Jerusalén han sido derribados: “Y me dijeron: El remanente, los que quedaron de la cautividad, allí en la provincia, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego.”

Nehemías 1:3. Luego de recibir la noticia, Nehemías lloró amargamente. Quizá los muros de Jerusalén derribados  representaron para él los muros de su alma, su infancia, su vida en familia, su vida comunitaria; todo ese cúmulo de experiencias que forman la historia de una persona vinculada a un espacio en el tiempo.  

Nehemías, es una historia fascinante de reconstrucción de ese espacio que ha sido  albergado; desde el significado que un día tuvo en la vida de los constructores. Al leer nos encontramos con toda una exposición de las emociones que suscitó en Nehemías la destrucción de los muros de su ciudad, como también suscita en nosotros el gran deterioro de las nuestras. “Me dijo el rey: ¿Por qué está triste tu rostro? pues no estás enfermo. No es esto sino quebranto de corazón. Entonces temí en gran manera. Y dije al rey: Para siempre viva el rey. ¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego? Me dijo el rey: ¿Qué cosa pides? Entonces oré al Dios de los cielos, y dije al rey: Si le place al rey, y tu siervo ha hallado gracia delante de ti, envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres, y la reedificaré.” Nehemías 2:2-5 

Su anhelo más profundo, lo único que podría calmar su dolor sería la reedificación. Por lo tanto, hizo cada esfuerzo posible de su parte para reconstruir. “Les dije, pues: Vosotros veis el mal en que estamos, que Jerusalén está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego; venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio. Entonces les declaré cómo la mano de mi Dios había sido buena sobre mí, y asimismo las palabras que el rey me había dicho. Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien.” Nehemías 2:17-18. 

Como en la mayoría de las obras destacadas por la bondad, hubo gran oposición. “Pero cuando lo oyeron Sanbalat horonita, Tobías el siervo amonita, y Gesem el árabe, hicieron escarnio de nosotros, y nos despreciaron, diciendo: ¿Qué es esto que hacéis vosotros? ¿Os rebeláis contra el rey? Y en respuesta les dije: El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos, porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén.” Nehemías 2:19-20.

Los que despreciaban a los judíos, despreciaban también su ciudad. O, los que despreciaban la ciudad, despreciaban también a su gente, simplemente porque no tenían ninguna memoria en la ciudad, ni parte, porque no fueron partícipes de la convivencia en la ciudad. Nehemías reconstruyó los muros, fue un líder capaz de despertar en sus coterráneos el amor por su ciudad. El tomó sus recuerdos convirtiéndolos en la fuerza para levantar sus manos a la obra. “Edificamos, pues, el muro, y toda la muralla fue terminada hasta la mitad de su altura, porque el pueblo tuvo ánimo para trabajar.” Nehemías 4:6

Cada lugar que habitamos se convierte en hogar cuando nuestras almas se funden, a través de la convivencia diaria, con los materiales y objetos que ocupan el lugar. Cuando los materiales que lo conforman no son solo cemento, madera, acero y tantos otros, sino también alegría de vivir, agradecimiento, paz, tolerancia, paciencia, en fin, todas las virtudes  componen el amor. El hogar es una construcción que siempre está en proceso de edificación, aunque eso no quiere decir que no podamos disfrutarlo como disfrutaríamos una obra física culminada en su totalidad. Construir hogar es construir familia, construir comunidad, construir ciudad y país. 

Y cuando lo que nos queda después de todas las debacles humanas son solo ruinas, tenemos una preciosa y firme promesa de parte de Dios: “Reconstruirán las ruinas antiguas, y restaurarán los escombros de antaño; repararán las ciudades en ruinas, y los escombros de muchas generaciones.” Isaías 61:4 NVI

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