Con la fiesta del Primer Domingo de Adviento, el 28/11, por nuestra Iglesia católica y la Fiesta de las Luces o Luminarias (rebelión de los macabeos -festividad identitaria-) por la Iglesia judía, entre el 27/11-6/12, iniciamos, por coincidencia, en el mundo occidental el Tiempo de Navidad, que en nuestra religión se extenderá hasta el 2/2, solemnidad de La Candelaria, teniendo como centro la Nochebuena, el 25/12, cuando celebramos la Natividad de Jesús ( Emmanuel),  “Dios con nosotros”, Mt 1, 22-23, que no debería confundirse con el “Espíritu de la Navidad”, cualquiera sea su intención.

Era, tradicionalmente, una época de proyectos, perspectivas, medición de logros extraordinarios, reconocimientos mediante premiación, que incluía bonificaciones especiales de fin de año y hasta de promesas incumplibles por la dificultad de arrancar ciertos vicios y/o hábitos, que conforman la naturaleza de toda persona. No faltaban obsequios (aguinaldos), los estreno de enseres y mobiliario, remozamiento y vivienda nueva, vestidos, calzados, vehículos y hasta un viajecito (crucero) por el Caribe, el Norte y/o Europa, con proyecciones hacia las fiestas de carnaval y, luego, Semana Santa.

No se trata de un elogio a la morriña, sino de evocaciones gratas productos del rentismo y de un PIB acordes con tal rentismo y población del entonces.

La Navidad pospandemia, por razones obvias, ha modificado, parcialmente, nuestras costumbres, pues la cuarentena, que implica limitaciones en cuanto a desplazamientos de todo tipo, aunque con períodos de flexibilización, no nos exenta de las previsiones/medidas de bioseguridad y posibilidad de rebrotes, tal y como ahora mismo ocurre en algunas ciudades europeas, que suponían haber controlado el mal. Pero, no los hábitos culturales y ónmicron en Sudáfrica.

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