Cada día de nuestras vidas es una bendición. Si algo nos ha demostrado esta pandemia es la fragilidad de nuestra existencia. Como una sorpresa pasmosa hemos recibido noticias una y otra vez acerca de alguien que hasta hace poco vimos lleno de salud, viviendo, trabajando, existiendo y, de repente, ya no está entre nosotros. Algunos se encuentran aterrados ante la incertidumbre, otros caminan campantes con el paraguas de la soberbia que no les permite reconocer la brevedad de la vida y la fragilidad de su existencia.

El salmista escribió: “Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría.” (Salmo 90:12) Cada inhalación, cada latido de nuestro corazón tienen un valor que sobrepasa nuestro juicio; sólo cuando cada aliento es un esfuerzo esperanzado comprendemos nuestra pequeñez y limitaciones. El salmista pide el poder tener la cuenta clara de sus días sobre esta tierra; de tal manera que la manera de vivir pueda ser lejos de la insensatez.

Muchos viven en su propio mundo, construido por ellos y para ellos, concentrados sólo en sí mismos; la vida del narcisista que gira alrededor de su propio eje. Insensibles ante el dolor del prójimo, maquillando sus mentiras con una apariencia de bondad. Otros, viven con la inconformidad del hoy, el único haber que tenemos. Anclados en el pasado como un barco que se niega a abandonar el puerto para surcar los mares, o pensando ilusoriamente en un mañana que no hemos construido con el esfuerzo de cada día, mientras el hoy se nos escurre como agua entre los dedos. 

Vivimos anclados en el pasado porque vivimos enfocados en nosotros mismos. Anclados en el dolor, en lo que fue, en la ofensa, en la necesidad, en el sueño roto. Vivimos el presente enfocados en lo pasajero, en lo momentáneo. Como dijera el apóstol Juan en una de sus cartas: Enfocados en “los apetitos de la carne, los deseos de los ojos y la vanidad de la vida”. Sembrando vientos, cosechando tempestades. Pensamos en el futuro como lo mejor, la conquista, la victoria. Sin embargo, vivimos el hoy sin sentido de construcción, llevados de un lado para otro por la inmediatez de las demandas de nuestro ego.

Los seres humanos fuimos creados con sentido de eternidad. Por esa razón, el ser humano alejado de Dios vive en una insatisfacción constante. Siempre que leo al apóstol Pablo mi admiración va en ascenso. De él leemos en la carta a los Filipenses acerca del verdadero contentamiento o satisfacción, la actitud que debemos tener ante las circunstancias: “…he aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé lo que es vivir en la pobreza, y también lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a hacer frente a cualquier situación, lo mismo a estar satisfecho que a tener hambre, a tener de sobra que a no tener nada. A todo puedo hacerle frente, gracias a Cristo que me fortalece”. 

He allí la clave de la actitud de Pablo: Cristo. ¿Quién es nuestra fortaleza? ¿A quien acudimos en momentos de angustia? ¿Cuál es el fundamento de nuestra fe? La versión Dios Habla hoy de la Biblia que estamos usando dice en el Salmo 118: 24 “Éste es el día en que el Señor ha actuado.¡Estemos hoy contentos y felices! Cuando entendemos que cada día es un regalo, entonces nuestro corazón le da cabida a la gratitud. Entonces, agregamos ingredientes de solidaridad y de bondad para tratar a otros. Entonces, nos damos la oportunidad para explorar el mundo bajo la perspectiva cristiana, eso conocido en los evangelios como “el reino de los cielos”.

Cuando profundizamos en el conocimiento de Cristo comprendemos que en su discurso todo se trata de nuestra relación con Dios y de nuestra relación con los otros. Y eso, precisamente, es lo que él llamó el reino de los cielos. El famoso versículo de Mateo 6 (33) citado con mucha frecuencia: “Mas buscad primeramente el reino de los cielos y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura”, es realmente casi el final de un discurso que nos explica detalladamente en qué consiste ese reino. Podríamos resumirlo en 6 puntos:

El primero, se trata del principio del dar. Jesús insiste en una de las piedras fundamentales que sustentan esta manera de vivir que es el cristianismo. Si, me refiero a la Cristiandad en general, no estoy hablando de una religión en particular, estoy hablando de vivir afianzados en los principios cristianos. Al hablar de dar, Jesús le quiebra las piernas a muchos que en nuestra sociedad piensan que caridad es igual que dar. Jesús les dice: “Cuando ayudes a los necesitados no lo publiques a los cuatro vientos… Cuando tú ayudes a alguien hazlo en secreto, y tu Padre que ve lo que haces en secreto, te recompensará”. Recuerden que estamos leyendo el evangelio según San Mateo el capítulo 6.

El segundo principio que Jesús revela para vivir en el mundo de acuerdo al reino de los cielos es la oración. Aquí Jesús insiste en no imitar a aquellos que les gusta ser vistos y de nuevo nos invita a buscar la aprobación de Dios y no la de los hombres. “Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre en secreto. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu premio”. Y a continuación, nos da la guía por excelencia a la hora de orar, el Padre nuestro.

El tercer principio en este reino de los cielos al que estamos llamados a vivir los que nos denominamos cristianos es el perdón. Porque luego de la instrucción sobre cómo orar a través de la oración más conocida en el planeta, Jesús termina diciendo: “Porque si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo los perdonará también a ustedes;pero si no perdonan a otros, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus pecados”. Perdonar la ofensa con la fuerza de nuestro corazón no es posible. Solo Dios puede darnos el poder de perdonar y entregarle a Él nuestra causa; pues solo Él es quien juzga con verdadera justicia.

El cuarto principio nos habla de una practica muy popularizada en la época entre los judíos, el ayuno. Jesús les insta a que el ayuno debe hacerse de la misma manera que se hace el dar y la oración, en secreto, sin dar muestras de lo que hacemos; pues no hacemos esto para que otros nos vean. Lo hacemos para Dios. Además, recordamos que el ayuno es más que la privación de alimentos. El verdadero ayuno está descrito de una manera hermosa en el libro de Isaías 58:6-7. “El ayuno que a mí me agrada consiste en esto: en que rompas las cadenas de la injusticia y desates los nudos que aprietan el yugo; en que dejes libres a los oprimidos y acabes, en fin, con toda tiranía; en que compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin techo; en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes”.

El quinto principio se nos presenta de una manera reveladora. Una verdad contundente que puede ser aplicada a muchas áreas de nuestra vida. Jesús nos insta a acumular tesoros en los cielos. Como lo dijo el predicador en el libro de Eclesiastés: “A echar nuestro pan sobre las aguas”. “Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”. Jesús nos advierte que aquello que apreciamos es a lo cual le entregamos nuestra alma, nuestro ser interior. 

El sexto principio en esta enseñanza de Jesús sobre el reino de los cielos es no preocuparse. Ya suficientes lecciones nos ha dado acerca de poner a producir los talentos que nos ha dado. Ni Salomón con toda su gloria vistió como las flores del campo y las aves de los cielos no siembran, ni siegan; sin embargo, nunca les falta el alimento. A través de este principio Jesús nos insta a entender que en el afán no hay solución. “En todo caso, por mucho que uno se preocupe, ¿cómo podrá prolongar su vida ni siquiera una hora?”. Dependemos de Dios.

Y termina ese maravilloso sermón de Jesús diciendo: “Por lo tanto, pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo ante Dios, y recibirán también todas estas cosas.No se preocupen por el día de mañana, porque mañana habrá tiempo para preocuparse. Cada día tiene bastante con sus propios problemas”.

¡Hoy es el día!

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