Armando Martini Pietri @ArmandoMartini

La inmensa mayoría ha observado niños en la calle. Limpiando vidrios de carros, vendiendo flores, caramelos, cualquier cosa y no faltan los que simplemente piden dinero. Es un drama social que lejos de disminuir, aumenta. Tienen en común la pobreza, padres desempleados, marginación y en general una combinación de factores familiares, económicos, sociales y políticos, que hace difícil precisar las causas. Sin embargo, la familia, carencia y abusos, entre otras, son razones para irse a las calles.

¿Viven en la calle?, en realidad, sobreviven. Afrontan riesgos para su salud física y psíquica, padecen desnutrición, parasitosis, traumatismos ocasionados por accidentes, peleas callejeras o incidencias en su temprana actividad sexual, que los convierte en padres adolescentes. Además, no resulta extraño que se familiaricen con el consumo de drogas, y terminen en la distribución de estupefacientes.

“El hijo del vecino” no es una realidad, como tampoco y mucho menos “los hijos de la calle”. Porque no tenemos sólo a nuestros hijos, cada uno es producto de quien lo gestó por capricho o amor siempre mediante un milagro natural, y al mismo tiempo consecuencia de todos. Niños y adolescentes que por cualquier causa anden realengos no son responsabilidad de algún personaje difuso ni de unos padres poco dados al compromiso, son de todos. No es humano ni ciudadano cerrar conciencias cuando un chiquillo harapiento, desnutrido y hambriento nos pide limosna, ciertamente, es responsabilidad de quien lo trajo al mundo para después dejarlo solo, por cuenta propia, pero también nuestra, no son fantasmas, son realidades de una patria, y de una sociedad que deben velar por ellos.

La identidad se construye en familia, es allí en esa cultura, historia, idioma, geografía, dentro de una comunidad que tiene valores y costumbres, donde el chico se pregunta ¿quién soy? Y la respuesta la encuentra en esos referentes, en el entorno que lo rodea.

Muchas veces desconocen quiénes son sus padres, al menos uno de ellos, y, en consecuencia, su propia historia. No tiene referencias adultas, ni los límites que imponen la educación, principios y valores familiares. Viven el instante, se limitan a lo inmediato y no vislumbran futuro. Su identidad es difusa, vinculada a un medio inestable, peligroso, donde tienen que aprender a defenderse y ganar territorio a riesgo de su seguridad.

Se estima que existen alrededor de 120 millones de niños viviendo en la calle, 30 en África, igual número en Asia y 60 en América del Sur. Víctimas de abusos. Por eso, los abandonados, son terreno de siembra y cosecha para la delincuencia, tráfico de personas y sustancias ilegales, son muestra de una ciudadanía malacostumbrada a pedir y muy poco a dar. Que haya niños, adolescentes violentos y delincuentes en zonas populares, barrios y ciudades, es responsabilidad del Estado, su personal y recursos, pero no sólo de ellos, también de los políticos camaradas y opositores, en general de cada ciudadano.

Las naciones, son lo que sus integrantes quieren y hacen por sí mismos. El Estado es una entelequia, un invento para tener quién haga las cosas por ellos; aprovechado por ambiciosos, siempre dispuestos a grandezas, como nuestros libertadores, pero también a la satisfacción de pasiones y orgullos personales como la interminable lista de líderes, mandatarios, reyes, presidentes y generales de la historia.

Simón Bolívar condujo un pueblo durante un cuarto de siglo a conquistar libertad y derecho a gobernarse a sí mismos -asumir sus propias responsabilidades-. Bonaparte y Hitler condujeron a la satisfacción de ambiciones, poder personal y regaron las tierras europeas de cadáveres, sangre y crueldad.

Los muchachos en Venezuela, sobreviven mendingando en las calles. Crecen en vertederos, o bajo puentes. Ambiente peligroso, que compromete sus derechos a una dieta equilibrada, saludable, suficiente, si algo comen. Comprometiendo su salud, al no tener acceso a instalaciones sanitarias y a menudo están sucios e infestados de piojos. Sin educación, no tienen chance ni oportunidad, sin formación, están impedidos de empleo que les permita cambiar su situación. Vistos como marginales son víctimas de la discriminación, los estigmatizan y, se les asocia con los peligros de las calles. Es difícil reintegrarse a la sociedad.

No podemos limitarnos a ver al hijo del vecino como problema de él y no nuestro, cada hijo es hijo nuestro, el país no depende sólo de políticos sean demócratas o tiranos, también estriba de lo que cada uno de nosotros haga por todos.

El problema depende de su situación y no de su estatus. De hecho, cada uno tiene una historia personal con la calle que no puede ser generalizada. 

@ArmandoMartini

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