Los cubanos hacen ruido en las calles pidiendo libertad, como durante veintidós años los ciudadanos venezolanos han gritado pidiendo democracia. En el caso de los cubanos, hoy el silencio de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el refugio de la señora Michelle Bachelet, suena ronco y profundo, justamente porque no existe.

No oímos sus voces alzándose contra policías brutales cayéndole a palos a una población que pide libertad.

Y nos asombra la tibieza con la que el Papa Francisco aborda la situación cubana. Llamando a diálogo entre un pueblo reprimido, silenciado y un Estado antirreligioso, asesino y represor.

El Papa Francisco no escucha la voz unida de los obispos de Cuba y Venezuela, como Michelle Bachelet es sorda a los llamados de los defensores de derechos humanos.

Voces dolorosas para oídos sordos, sordera para los lamentos de las víctimas y de los oprimidos.

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