El resentimiento mueve las pasiones, como lo explica Gregorio Marañón en su libro Tiberio: Historia de un resentimiento. El gran escritor examina al resentimiento como rasgo de la personalidad de Tiberio. Este defecto del alma se distingue de la envidia y del odio, porque hay entre ellos “un duelo entre el que odia o envidia y el odiado o envidiado. Quien lo causa, puede haber sido no este o aquel ser humano, sino la vida, la suerte”.

Marañón estudió el caso de Tiberio pero podría haberlo hecho con Fidel Castro, si las diferencias históricas lo hubiesen permitido. En efecto, Fidel fue un líder carismático dotado de poderosas habilidades retóricas. Su discurso estuvo cargado de resentimiento y de odio; por ejemplo, calificó de “gusanos” a quienes tuvieron que escapar de la amenaza totalitaria, e insultó permanentemente al “imperio norteamericano”.

La Enmienda Platt, impuesta en la Constitución cubana de 1901 por los Estados Unidos luego de la guerra contra España de 1898, fue una de las razones del resentimiento de Fidel Castro contra su vecino del norte. Esta enmienda fue consecuencia de la ocupación estadounidense de la isla por cuatro años, hasta que le cedió su independencia en 1902.

El discurso castrista estuvo salpicado del elemento marxista, el cual esconde en sus entrañas una venganza contra la burguesía. A esta la califica de opresora para motivar las pasiones de quienes se sientan excluidos. La dictadura del proletariado y la exclusión de personas por la aplicación de la tesis amigo-enemigo son manifestaciones de esa venganza contra quienes acusa de culpables únicos de las penurias sociales. (En el caso cubano, el culpable de todo es Estados Unidos). Pero no existe una reivindicación de las clases presuntamente oprimidas, porque lo importante no es hacer sino destruir. La sociedad cubana no es hoy más libre, prospera o justa que en la época de Batista. En todo caso, el pueblo cubano no merece una de estas opciones.

Este discurso político castrista está impregnado de los elementos propios del resentimiento, con sus letales rasgos: venganza, odio, crueldad, envidia y violencia. Así ocurre con la retórica del presidente de Cuba, Miguel Díaz Canel (“electo” como candidato único con el 99,83% de los votos en las elecciones del 18.04.2018), quien calificó a los cubanos que protestaron masivamente el pasado 11 de julio como “gusanos” y “contrarrevolucionarios”. Para Díaz Canel, estos no son ciudadanos que protestan por las penurias que padecen, sino seres despreciables que deben ser combatidos por la violencia hasta ser sometidos.

Cuba se ha sostenido por el control militar y la ayuda económica externa. Fulminada la Unión Soviética, apareció la mano dadivosa de la revolución bolivariana. Esta ha permitido mantener al régimen dictatorial de los hermanos Castro, a cambio de un costo muy elevado para los venezolanos. A pesar de las consignas marxistas, de los gritos de soberanía y de la propaganda para justificar la represión y el control totalitarios de la sociedad, la revolución nunca ha podido sostenerse a sí misma. Su mayor proeza es ser el régimen parásito más importante en toda la historia de América.

La envidia mezclada con el dilema amigo-enemigo es otra característica de la revolución castrista. El caso del general cubano Arnaldo Ochoa, héroe de la guerra de Angola, demuestra que Gregorio Marañón tenía razón. Su popularidad y prestigio militar alcanzó altos niveles en Cuba, porque derrotó militarmente al poderoso ejército sudafricano. Fue Ochoa, y no Fidel Castro, quien comandó las tropas cubanas en las batallas de Cuito Cuavanale y Kifangondo, fundamentales en la guerra de Angola.

El prestigio alcanzado por el general Arnaldo Ochoa fue su sentencia de muerte. De un solo golpe, quien había demostrado ser un eficiente estratega militar, se convierte en un “narcotraficante” que debía ser fusilado. El paso de héroe de la guerra a traidor fue decisión sumaria de Fidel Castro, cuando vio que el general Ochoa había alcanzado niveles de reconocimiento y popularidad inconvenientes, en un sistema de jefe único y culto a la personalidad: ¡nadie puede amenazar la hegemonía del líder máximo!

Las consecuencias de la revolución cubana sobre el pueblo han sido lacerantes. La miseria en que viven las generaciones de la era castrista es indiscutible. Distinta es la situación con la diáspora cubana en los Estados Unidos. Esta ha sido exitosa en el campo empresarial, universitario, científico, cultural, deportivo y político. Los cubanos tuvieron que buscar en tierra ajena la realización de sus proyectos de vida, porque el gobierno frustró el destino vital de las generaciones posteriores a la revolución. Aquí cabe preguntar: ¿quiénes disfrutan de mejor calidad de vida? ¿Los cubanos de la diáspora o las generaciones que han permanecido en Cuba?

Las protestas populares en Cuba demuestran que el pueblo perdió el miedo y que el regreso de la invocada libertad es cuestión de tiempo. La paciencia con la que han aceptado las privaciones impuestas por el fanatismo ha llegado a su fin. Las sociedades democráticas deben acompañar al pueblo cubano en su grito de libertad.

Leer la obra de Gregorio Marañón puede ayudar a encontrar una explicación a la tragedia cubana.

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