Ciertamente creo que es imposible, pero a fuerza de empecinado voy a escribir unas cuantas cosas que se me vienen a la cabeza y que quizá ayuden a que yo mismo lo entienda y pueda “tratar de tratar” de hacerme dar a entender, aunque no estoy seguro que lo logre.

Eso que la Constitución Americana llama “la búsqueda de la felicidad”, que se considera una verdad que no necesita demostración, es un algo que la humanidad ha estado persiguiendo desde que Adán y Eva abandonaron el paraíso terrenal, no por voluntad propia; y les impusieron la pena de ganar el pan con el sudor de la frente. No importa si quien me lee es creyente o no y desde luego tampoco importa en el caso de los creyentes, si se apega a una de las tres religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo o el islamismo, o a los politeísmos que mi ignorancia me impide nombrar. Lo que si resulta importante destacar es que todas esas religiones le prometieron a los hombres la felicidad, pero “ah malaya” no en esta vida, sino en otra posterior a la muerte.

En el proceso de la búsqueda de la felicidad la humanidad como conjunto y cada uno de nosotros individualmente, se esmera en hacer del trabajo para lograr alcanzarla tanto desde el punto de vista conceptual como desde el punto de vista real o material, que sea con el menor esfuerzo posible. Nadie correrá 200 metros si la meta se logra al correr 100. Las revelaciones, desde la más remota que se me antoja la de Abraham, que luego derivó en judaísmo y cristianismo; y otros igual a él, en la India, la China y aún en nuestra América, siendo la última de mi conocimiento la de Mahoma en Arabia, prometieron la eterna felicidad en esa otra vida, la llegada al paraíso, al cielo, al nirvana.

Sin embargo, en el siglo XIX, Carlos Marx creo yo que también recibió una revelación como las que he apenas mencionado pero totalmente antitética, ya que se trata no de la felicidad de una vida eterna, después de la muerte si nos hemos comportado bien, sino la felicidad misma en la única vida que conocemos, la vida real que vivimos y donde tendremos todo, puesto que a cada uno se le ofrece según sus necesidades y solo se le exige según sus capacidades. Lo cual desde luego es llegar al paraíso puesto que lo que queremos es lo que no tenemos y necesitamos o creemos necesitar. Por eso no es de extrañar que las religiones, todas ellas, hayan sido puestas por Marx en un solo saco que lleva por fuera el título “opio del pueblo”. 

Es por eso que el comunismo resulta atractivo para muchos necesitados y también para no pocos, que unos más y otros menos, no son tan necesitados de muchas cosas, pero tienen sin embargo una necesidad imposible de satisfacer, que es la necesidad de decidir lo que a cada quien le toca y lo que se exigirá de cada quien.

Esto es lo que explica la existencia de los regímenes totalitarios, que es la otra cara de la moneda. Nadie mejor que cada uno de nosotros para definir lo que podemos dar o hacer y lo que necesitamos o no, solo que si cada uno decide que necesita la consecuencia será la anarquía; el conflicto permanente de unos con otros y a sabiendas de que así será percibido, hay quien nos ofrece o que pareciera ofrecer ese sistema de darle a cada quien según sus necesidades y exigirle tan solo de lo que es capaz, si lo dejan gobernar. La cosa que les cuento no es cuento, es tan cierta que ustedes mis lectores y también quienes no me leen, recordarán que Chávez que gobernó por 14 años y aspiraba hasta el 2021, y que hizo de su presidencia un reinado haciendo cuanto quería hacer, dado lo poco eficiente de su hacer, inventó para defensa de sí mismo, este sencillo mensajito “es que no lo dejan gobernar”. Sabía desde el primer párrafo que era imposible darme a entender, pero creo que Chávez lo hizo por mí, gracias, “no lo dejaron gobernar”. Gracias a Dios.

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