“Los políticos y los pañales deben ser cambiados con frecuencia y por la misma razón”. George Bernard Shaw
El nuevo TSJ es el viejo TSJ. No hay cambios, solo enroques. Un claro mensaje del régimen de que ellos no han cambiado nada y que siguen con el acelerador a fondo a estrellarnos contra un muro de granito. No les importa nada, ni nadie. Si ellos no logran salvarse, pues que no se salve ninguno. De su discurso de inclusión, altruismo, amor por el pueblo no quedan sino los videos…
Hay un libro del filósofo español José Antonio Marina que debería ser de obligada lectura y discusión para todos los alumnos de bachillerato del mundo, básicamente porque mientras más temprano se combata la estupidez, mejor. Se llama “La Inteligencia Fracasada: Teoría y Práctica de la Estupidez”. Yo lo leí hace años, cuando Alberto Soria lo citó en uno de sus lúcidos artículos de opinión. La promoción del libro afirma que, así como hay una teoría científica sobre la inteligencia, debería haberla sobre la estupidez. Y es que ciertamente hay casos en los que resulta más pertinente estudiar, en vez de la inteligencia, la estupidez. Como el caso venezolano.
Marina sostiene que sus causas son el prejuicio, el fanatismo, el dogmatismo y la superstición. Aquí hemos sufrido las cuatro. Desde la creación de escrúpulos que nos eran ajenos, pasando por histerias de masas, aseveraciones tomadas por verdades incontrovertibles, hasta llegar a desenterrar muertos para efectuar ritos de babalaos y paleros. Creo que a Marina le faltó la soberbia. Aquí pecamos de soberbios por creer que éramos inmunes a los males que aquejaban a otros países. Y eso también es estupidez.
¿Se acuerdan cuando pensábamos que había cosas que “jamás pasarían”?… Cosas como que un militar de izquierda ganara las elecciones (todavía recuerdo cuando Chávez andaba de liquiliqui morado visitando pueblos en el interior y no llegaba a 2% de popularidad; también recuerdo al “gurú-gana-elecciones” español que en diciembre de 1997 dijo que Irene Sáez podía “acostarse a dormir y levantarse en un año, convertida en presidente de la república, pues era imposible que perdiera con los números que tenía en las encuestas”. También pienso en lo enfáticos que parecíamos al rechazar el comunismo…
Si algo deberíamos haber aprendido los venezolanos es que siempre podemos estar peor.
En 1974 creímos haber tocado fondo cuando se reanudaran las relaciones con Cuba, en abierta oposición a la doctrina Betancourt. Hoy hemos entregado en bandeja de plata (¿o debiera decir «en bandeja de petróleo»?) el país entero a los cubanos.
Creímos haber tocado fondo cuando en nuestra Venezuela saudita la millonada de dólares que nos entraba era malgastada sin control. Agarre hoy el presupuesto de cualquier institución gubernamental y después opine.
En 1978, cuando Luis Herrera Campíns preguntó que dónde estaban los reales, creímos haber tocado fondo al saber que se habían esfumado. Hoy las demostraciones de riqueza de la mayoría de los altos -y no tan altos- jerarcas del régimen «de los pobres» están descaradamente a la vista de todos. Sabemos dónde están los reales, pero no pasa nada.
En 1978 creíamos haber tocado fondo cuando supimos del sobreprecio del «Sierra Nevada», que creímos la peor corrupción en la historia del país. Hoy cualquier bodegón deja pálidas las cifras del barco frigorífico.
Ese mismo año pensábamos haber tocado fondo con un presidente como Carlos Andrés Pérez. Hoy, millones de quienes pensamos eso, sabemos cuán equivocados estábamos.
En 1988 creímos haber tocado fondo por la vergüenza de que en Venezuela mandara la amante del presidente. Hoy deberíamos sentirnos abochornados de que nos manden los cubanos, que dependamos de los chinos y que nos tuerzan el brazo los rusos, los bielorrusos y los iraníes.
Creímos también haber tocado fondo por lo que el recordado Francisco Kerdel bautizó como «la diáspora del talento». Hoy, la mayoría de los jóvenes de todos los estratos sociales se siguen yendo porque no ven futuro aquí. De hecho, ya casi 6 millones de jóvenes –y no tan jóvenes- han convertido a Venezuela en un país de emigrantes, cuando una vez fuimos el país de los brazos abiertos. Y peor aún es que esos emigrantes son de lo más calificado que poseía el país.
Y en 1998 creímos haber tocado fondo con cifras que superaban los 4 mil homicidios al año. Según cifras del Observatorio Venezolano de la Violencia, en la segunda década de este milenio nos convertimos en el segundo país con más asesinatos en el mundo. Y dentro de esa estadística no están los que quedan lesionados en mayor o menor grado.
Por haber creído que habíamos tocado fondo, Chávez salió electo presidente. ¡Cuánto daño hizo Hugo Chávez! Lo peor es que Chávez se murió “a tiempo” de no ver el desastre que sembró y hasta posiblemente se salve de que la Historia lo culpe… Quien no se salvará de tener el título del peor presidente que hemos tenido (hasta ahora) es Nicolás Maduro, eso anótenlo. Un récord bastante triste en un país donde hemos tenidos decenas de presidentes malísimos, peores y pésimos. Pero el gran culpable, sin duda, es Hugo Chávez, ese hombre que mandó al país como si fuera un adolescente enloquecido.
Sí, Chávez actuaba como un adolescente. Como la gran mayoría de los adolescentes, veía la vida blanca o negra: amaba u odiaba, era el mejor amigo y el peor enemigo, estaba inmensamente feliz o terriblemente desgraciado, no le alcanzaba el día para la intensidad con que vivía la vida y el día se le hacía eterno cuando se sentía agobiado. Se mostraba dispuesto hasta a iniciar una guerra por defender su ideario con la misma vehemencia con que defendía la paz o el amor, aunque ni una ni otra le duraban mucho.
No es malo que un adolescente actúe como un adolescente. Malo es cuando un adulto actúa como un adolescente. Y peor aún, cuando el adulto tiene poder. Y resulta pésimo cuando ese adulto es el presidente de un país. Porque un presidente que cree que existe una única verdad -que por supuesto es la suya- cae en las peores arbitrariedades, incurre en las mayores injusticias, comete los más grandes errores.
Un presidente que lo que logró fue patrocinar la corrupción, apadrinar la incompetencia, fomentar la ineficiencia. Un presidente que no fue capaz de ver la gama de grises, se volvió fanático, dogmático, radical. Hoy seguimos con Maduro al volante y ya sabemos para dónde vamos: aquí no hay luz al fondo del túnel. ¡El fondo no tiene fondo! Lo que hay es un túnel al fondo de la luz…
@cjaimesb
https://www.analitica.com/opinion/el-tunel-al-fondo-de-la-luz/