Uno de los retos más grandes con el cual se enfrenta el ser humano cada día, es el de hacer de su vida cotidiana una experiencia extraordinaria. La verdad es que nuestra actualidad está llena de demandas, muchas determinadas por una sociedad mundial que ha priorizado luchas por imponer cambios de valores tan antiguos como podemos alcanzar a recorrer en el camino de la historia. Otras, impuestas por nosotros mismos, en ese afán de ser aprobados por el ojo escudriñador de las redes sociales. Ojo que ha perdido paulatinamente la capacidad de admiración y asombro positivo por todo lo que nos brinda la naturaleza; además, nuestra propia naturaleza creativa, la cual se manifiesta en las artes, está contenida en nuestro lenguaje y en las múltiples expresiones de nuestras emociones y sentimientos en las relaciones humanas.

Cuando era niña fui impactada de una manera dulce y hermosa por una de mis hermanas mayores, su nombre es Diana. Su sentido de admiración y asombro por la creación, junto a los detalles más sencillos de la vida, produjeron en mi un antídoto contra el aburrimiento. Estando a su lado era imposible no maravillarse de una simple concha a la orilla de la playa. Ella le enseñó a mi corazón a tener un ojo agudo para encontrar los diferentes diseños de la mano de Dios en los colores de las mariposas. Su devoción por las noches estrelladas ha perdurado en mí como la vacuna contra los desencantos y las preocupaciones estériles de la vida. Creo que la contemplación de una noche plena de estrellas produce en el alma un sentido de grandeza que nos arropa junto al Universo, y al mismo tiempo un sentido de pequeñez, de humildad, que nos coloca en una posición tan humana, tan llena de compasión frente a nuestro prójimo.

Estas experiencias de admiración y asombro son parte de ese diseño extraordinario del ser humano. Nos convierten en testigos de la grandeza de una creación hecha para nosotros, puesta a nuestra disposición para la exaltación de nuestro espíritu. Han sido durante siglos la inspiración de toda clase de arte, de composiciones musicales, de poesía y de infinitas expresiones de sentimientos nobles entre los seres humanos; sencillamente, porque dejarnos asombrar nos permite establecer vínculos. Y conectar con la vastedad del universo donde se encuentra el autor de toda la hermosura que sorprende nuestros sentidos, conectar con otros seres humanos, donde se encuentra nuestro igual, el que vive y padece como nosotros.

De la misma manera, un cirujano que ha llevado a cabo cierto tipo de cirugía, cientos de veces, se deja maravillar por la precisión y excelencia de cada órgano, entonces se esmera en reparar lo que se ha enfermado para devolverle su función. Es precisamente ese sentido de admiración por el organismo humano, por su anatomía, lo que establece la conexión con su paciente y le permite ser minucioso en su labor. Es también ese maestro que apasionadamente enseña y al ver en sus alumnos la expresión de lo aprendido, no deja de asombrarse de la maravilla del cerebro humano. Es el arquitecto cuyas líneas lo conectan a innumerables diseños que le hacen sonreír con la satisfacción más plena, cuando finalmente puede ver su dibujo concretado en una maravillosa realidad. 

Es la nota más alta en la voz de Andrea Bocelli, su absoluta entrega en cada canción; la luz de su voz que resplandece sobre las tinieblas en sus ojos. Es ese profundo sentimiento de pertenencia, esa conexión con la tierra que nos parió, nuestra amada Venezuela, al escuchar el vibrante desempeño de las múltiples orquestas del Sistema. Es la sonrisa llena de lágrimas de una madre, cuyo dolor en el trabajo de parto, no le roba ese gran sentimiento de asombro y gratitud al dar a luz a su hijo. Es la contemplación, el corazón lleno de admiración al abrazar a su pequeño, al sentirlo tan suyo. Es el papel en blanco de un escritor que poco a poco va cobrando vida con cada letra plasmada; es leer y sentir que pudimos hacer uso de la palabra para transmitir las ideas, pensamientos y sentimientos que eran tan solo una evocación de nuestra alma.

Es la mirada de nuestros hijos, capaz de expresarnos en los colores del iris, el brillo de un corazón amante que nos declama la más hermosa poesía de amor. Ese sentido de admiración y asombro por los demás, nos permite valorar sus vidas en un sentido mucho más amplio, como un abrazo que se extiende abarcando el alma. Nos provee también, de esa valoración equilibrada que debemos tener de nosotros mismos, en la que la humildad que surge en el corazón, ante la grandeza que nos rodea, no le concede cabida a la soberbia. Precisamente, porque la soberbia se manifiesta en la auto-contemplación magnificada; la cual, ensimismada, no es capaz de admirar más nada ni a más nadie. 

Creo que necesitamos más inspiración en nuestro día a día. Creo que nos hace falta levantar los ojos al cielo, dejándonos absorber por la intensidad de su azul, dejando a nuestra alma volar libremente, como un ave liberada, para sentir su grandeza, para fundirnos con ella. Creo que necesitamos contemplar el océano, alcanzar en el profundo silencio de la admiración que nos suscita, la línea que colinda con el Cielo. Creo que necesitamos que las células ciliadas de nuestros oídos, sigan bailando al ritmo de la ola del mar y dejen de ser perturbadas por el estruendoso ruido de la música de cuatro acordes, cuyas letras causan un daño aun mayor.

Pensando en este tema, pensando si sería solo una inspiración de mi alma, si sería una casual ocurrencia de mi apasionado deseo de exaltar el bien y traerlo ante ustedes a manera de reflexión, comencé a buscar, entonces encontré que en el área de la psicología se ha investigado sobre este tema. Los investigadores expresan que sus estudios han demostrado que la gente más propensa a vivir con esta capacidad de contemplación, admiración y asombro son personas que se sienten más conectadas con otras y al mismo tiempo, se sienten más conectados a la humanidad como un gran todo del que ellas forman parte. 

Según Shiota et al., 2007 en un estudio en el que se les pidió a los participantes que describieran sus sentimientos al contemplar una maravilla natural, éstos expresaron que tuvieron un sentimiento de mayor intensidad que el sentimiento que habían experimentado cuando alcanzaron algún logro personal. También reportaron que ese sentimiento de pequeñez ante la grandeza de la naturaleza no les producía, de ninguna manera, una sensación o pensamiento en detrimento de sí mismos, sino por el contrario, los conectaba con el todo, tal cual lo hemos expresado anteriormente.

Por otra parte, los psicólogos Keltner & Haidt en una publicación sobre los efectos de estas experiencias de admiración y asombro, expresaron que están acompañadas por dos fenómenos: “La percepción de la vastedad” entretejida con “la necesidad de acomodación”. Esta última, explicada como la adaptación del pensamiento humano, a través del sentido de pertenencia, como parte de esa grandeza. Estos dos fenómenos  conforman una experiencia que propicia la profundización en las relaciones interpersonales, ya que aumenta el deseo de conexión con otros, también potencia el pensamiento crítico, el buen estado de ánimo; además, de disminuir considerablemente el deseo por la adquisición de cosas materiales. Ambas están acompañadas por cambios en la frecuencia cardíaca, los bellos de la piel erizados o “piel de gallina” y sensación de escalofríos. También, hay ciertas evidencias que muestran que estas experiencias pueden disminuir procesos inflamatorios crónicos, afirman Keltner & Haidt.

Sin embargo, no es necesario estar parados ante nuestro imponente salto Angel o en el majestuoso pico Bolívar para contemplar la grandeza y la belleza de la naturaleza, para dejarnos embargar por ese maravilloso sentimiento de plenitud. Podemos encontrarlo en nuestra cotidianidad; allí, en tu hogar, en la sonrisa de tu hijo, en la bendición de tu madre, en el abrazo de tu padre, en el recorrido al trabajo, en la voz de un amigo que busca tu compañía. En el trinar de las múltiples aves que surcan los cielos venezolanos, que traen su algarabía a nuestra ventana en cada amanecer, en la mascota que te recibe moviendo su cola con alegría infinita, en el niño que te sonríe cuando abres tu mano para saciar su hambre, en el que te ayuda en el camino. Tan solo necesitas asomarte por la ventana y mirar tan alto como alcance tu mirada.

“Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
y la luna y las estrellas que has creado, me pregunto:
¿Qué es el ser humano, para que en él pienses?
¿Qué es la humanidad, para que la tomes en cuenta?

Hiciste al hombre poco menor que un dios,
y lo colmaste de gloria y de honra.

¡Lo has hecho señor de las obras de tus manos!
¡todo lo has puesto debajo de sus pies!” Salmo 8:3-6. 


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