El ruido social, se ha vuelto tan estridente, que contamina cuanta presencia se exponga a la potencia que dicho bullicio causa. Afecta no sólo la salud personal. Sino que también alcanza a trastornar todo lo que rodea al hombre en términos de su calidad de vida.
Pero el ruido social es de otra naturaleza. No refiere en lo específico al sonido de voces o gritería propia de condiciones profundamente alteradas por causas espantosas y repudiables. O provocadas por la desorganización, la anarquía y la carencia de valores que se corresponden con una sociedad irascible. Problema éste que igualmente está perturbando el respeto al derecho de quien busca vivir en medio de la mayor apacibilidad posible.
Es lo que caracteriza la anomia. O sea, el estado de desorden social estimulado por la incongruencia de normas sociales. La cual, en buena medida, es causada por las arbitrariedades de un gobierno inepto. De un gobierno entregado a complacer la avaricia de quienes actúan dominados por el egoísmo, la corrupción y la envidia. Además, disfrazando de progreso la miseria que la pésima gestión de gobierno incita.
Ese ruido social, tiene su parangón en el ruido de la política toda vez que es producido por modelos ideológicos agotados. Por esquemas barridos históricamente. Y que igual al ruido social, hace ver el grado de contaminación que contagia el ejercicio de la política a través de la descomposición, el sectarismo y la exclusión. De la represión, el miedo, el militarismo y la intimidación.
Demasiado despotismo como para no sentirlo
En el fragor de tantas contrariedades juntas, particularmente en lo que respecta al caso Venezuela, el país político fue acorralado por la desconfianza de la población en las instituciones representativas del régimen. Al mismo tiempo, esa política abstraída se embarró de los negocios oscuros cuando sus codiciosos gobernantes y dirigentes, sedientos de poder, se estrellaron contra la mentada y atribulada disposición de solucionar los problemas que agobian al país completo.
La política expuesta por el autoritarismo hegemónico dominante, vive de lo que sus presunciones de poder muestran ante medios de comunicación amenazados. Y que, por tanto, actúan de modo sumiso, timorato y obediente.
Es claramente, lo que estos gobernantes usurpadores e indignos pueden exhibir. Hasta ahí. Pues en adelante, sólo pueden mostrar sus torpezas. Aunque por ratos, hablan de triunfo. Pero del triunfo de su apasionamiento por sorprender las realidades con exageraciones y arregladas tribulaciones. Particularmente, toda vez que en el fondo de cada situación de presumido abordaje, no hay nada más que cachivaches que la historia ha ido acumulando como testigo de fracasos y quiebras de países arruinados por la mala orientación política asumida.
Es como retroceder bajo el emporio de lo absurdo. En un periplo precedido y presidido por la fragmentación emprendida sobre el sistema político. Concretamente, por el populismo de obtuso y anacrónico efecto. Asimismo, por la promoción de intereses particulares sin considerar las necesidades de grupos políticos más amplios que basan su vida política en una ideología común.
Si tan estrepitoso ruido sigue allanando los parámetros de la política, no sólo será la inversión o la regresión de todo cuanto haya sido posible puntal en la construcción de las realidades y esperanzas democráticas. Sino que las voces de todo un país político, se verían apagadas o consumidas por la conmoción que tal desastre causaría en perjuicio de un futuro más acogedor como bien se persigue.
De esta manera habrá que evitar, a toda costa, que las realidades venezolanas sean acosadas más de la cuenta por el fatídico ímpetu producido por la aberrante bulla de un régimen opresor. Especialmente, por el ruido del autoritarismo.
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