Los criterios que señalan el estilo propagandístico de los que se vale el régimen venezolano para imponer sus criterios y validar su ejercicio político, tienen un sesgo no sólo fascista. También, tomados del Nazismo toda vez que sirvieron para someter la población con insinuaciones que pendían de amenazas discretas pero efectivas en su modo de marcar el subconsciente de los alemanes de aquel entonces. 

Las ciudades de Venezuela, sobre todo aquellas dominadas por las ínfulas militaristas de gobernantes militantes o simpatizantes del partido político que detenta el manejo del poder público nacional, se han visto cundidas de un propagandismo ideológico. Que lejos de exaltar valores éticos y ciudadanos, tienen un propósito subliminal y específico. 

El mismo busca fijar la propaganda en cuestión al imaginario popular abonado por obsesiones sociales, políticas y económicas que han venido siendo embutidas al subconsciente del venezolano. Además, aporreado por las adversidades provocadas por un autoritarismo empeñado en enmarañar el ideario político democrático alcanzado por el populismo social de gobiernos anteriores a 1999. 

Según puede inferirse, dada las tendencias propagandísticas del régimen opresor venezolano, el propósito perseguido es convencer a los venezolanos de que la solución a sus problemas de vida están en la impresión visual que de la propaganda pueden recibirse.  Particularmente, cuando la misma presume incitar la solidaridad como razón de proyección política. Más que como valor moral, espiritual, ciudadano o educativo.

Aunque fundamentalmente, cualquiera de los modos propagandísticos utilizados por todo régimen político que presuma de autoritario, se vale de la manipulación mediática para lograr el cometido que el personalismo profesa. Habida cuenta de tan particular forma de actuar egoístamente, procura aglutinar la mayor atención en torno a la figura política que encarna. Pues el problema que identifica tan repulsiva actitud, radica en tratar a las personas como simples objetivos. Más aún, cuando la vanidad induce al egoísta a ver el mundo desde su íntima perspectiva. Sin comprender que el mundo es plural. Y por tanto, con amplitud de espacio para otros.

Filósofos como Immanuel Kant o Jean Jacques Rousseau, manifestaron la moralidad como el terreno en el cual el hombre necesita más de su propia capacidad para superar los escollos de la vida. En este sentido, Rousseau refería que “siempre es más valioso tener el respeto que la admiración de las personas” ya que la admiración no contempla otra cosa situada más allá de lo que escasamente puede percibirse por afuera.

Es, precisamente, el problema que lejos de ampliar el horizonte político al politiquero en su afán de concentrar la  atención que demandan sus pretensiones populistas, lo cerca. Tal situación lo coloca al margen de advertir que actuar con egocentrismo lo encierra en la prisión que el egoísmo construyó para él. 

En consecuencia, busca distraer la población con artilugios propagandísticos que inhabilitan la razón y someten la libertad de conciencia a ideas incapaces de inmutarse. Pues las condiciones populistas las atornillan a extraños objetivos preconcebidos.

Esta estrategia de manipulación, no es nueva. Es bastante manida cuando es traducida por el aforismo “pan y circo”. Empleado por los romanos para convencer al pueblo de que sus jolgorios eran justificables. Así lograron mantenerse arraigados al poder durante siglos.

Esto facilita que los repetidos retratos de gobernantes que inundan calles,  avenidas y vehículos de servicios públicos, actúen como intercesores imaginarios asidos a la subconsciencia de la persona. De esta manera, operan entre el conflicto asumido como protesta, y las excusas que asoma el régimen político para validar su toma de decisiones. 

Aunque en el fondo de lo que presume exaltar esta realidad, colmada de retratos y anuncios de nombres de gobernantes municipales, regionales y nacionales, es de carácter enteramente demagógico. O sea, refiere la pretensión de convertir la propaganda ideológica en incentivo político.  De esta forma, presumir estar compensando la aspiración social y económica de la población de bajos recursos, con la retribución que puede brindar tan cuestionado afán propagandístico. Propio de toda tiranía. 

El hecho de imaginar al gobernante ejerciendo el poder desde la altura de una valla o en el movimiento de un vehículo gubernamental, busca fungir como un medio de publicidad expedito para acentuar cuánta mentira, falsedad o calumnia puede ser dispensada como razón política para somatizar realidades en permanente conflictos.

Estas tendencias, están terminando por envenenar la ciudad. Con la necedad de imprimirle fotos y nombres a los sitios más estratégicos de una ciudad, están perdiéndose no sólo valores. Sino también afectándose el ornato que exalta el urbanismo y la ciudadanía de toda ciudad que se precie de su historia, costumbres y tradiciones. Sobre todo, cuando la propaganda busca meramente convencer a otros de algo sin fundamentación. Pues quien aparece sonreído en una propaganda, solamente persigue el voto.

Ya Noam Chomsky, filósofo norteamericano, bien lo expresaba cuando dejó ver que “la propaganda es a una democracia lo que la coerción es a un Estado totalitario”. Razón para titular esta disertación: el propagandismo político como manipulación mediática.

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