Los días corren y la tragedia humanitaria de nuestra nación se agudiza. En mi constante recorrido por el país aprecio en cada rincón el avance de la miseria.  La brutal devaluación del bolívar abona cada día al hambre de los ciudadanos.  La camarilla gobernante no percibe la profundidad de la crisis. Algunos actores de la oposición tampoco. Pero debo confesarles, que nunca en mi larga vida de luchador democrático había constatado una situación de precariedad, de necesidad tan brutal,  como la que hoy aprecio en nuestra sociedad.

Familias que a lo largo de su vida pudieron acceder a niveles educativos, a bienes materiales como casas o apartamentos confortables, a viajes y otras oportunidades recreativas, hoy carecen de alimentos y medicinas. Puedo afirmar que la necesidad se presenta con mayor dramatismo en las personas de la tercera edad, las que dependen de una jubilación o pensión.  Seres humanos que dedicaron su vida a la docencia, al trabajo material o intelectual carecen de lo básico para subsistir. Los que tienen hijos en capacidad de trabajar y pueden acceder a recursos, sobre todos los que reciben remesas, apenas subsisten. Los demás están de limosna, dependiendo de un amigo o vecino que les colabora con algún insumo.

La situación se hace más dramática cuando alguno de ellos enferma. Los hospitales están en el peor momento de nuestra historia. Son unos verdaderos elefantes petrificados. Allí no hay  personal médico o sanitario, tampoco medicamentos o equipos para evaluar y examinar a los pacientes.  Las familias, los amigos y vecinos deben acudir a la caridad pública para lograr acceder a exámenes, cirugías, tratamientos o medicamentos. Muchos están falleciendo en sus hogares por falta de asistencia.

Esta cruda realidad está silenciada por el régimen. Ningún noticiero de televisión registra este drama. El aparato de propaganda del gobierno nos muestra un país diferente. Para nada muestra esta cruda realidad.  Si Venezuela fuese un país democrático, con plena libertad de expresión, como lo fue en la segunda mitad del pasado siglo, los medios de comunicación registrarían cada día las protestas de los trabajadores, especialmente las de los educadores, donde denuncian el hambre que padecen. También se conocerían  las cifras de fallecidos por falta de asistencia médica.

El gobierno de Maduro tiene instaurada una censura sobre todo este drama humanitario. Apenas atina a repetir su clásica excusa. Todo problema existente es responsabilidad de la guerra económica o del “bloqueo criminal”. El saqueo perpetrado, y aún en ejecución, no existe. La huida del país del personal médico y sanitario no tiene relevancia. Para el madurismo la responsabilidad es de otros. 

Estoy absolutamente persuadido de que el país si puede atender la tragedia humanitaria. No solo con una administración decente y eficiente de sus recursos. También con la ayuda de la comunidad internacional. Nuestros educadores, funcionarios, trabajadores y jubilados tienen derecho a un salario y a una pensión decente. A un ingreso que les permita una vida digna. A una atención sanitaria de calidad. 

Ello supone una reforma inmediata de la administración de los recursos públicos. A poner orden en los ingresos y en los gastos. Lamentablemente, el absoluto control de los poderes públicos y el control social y de los medios de comunicación, hacen imposible visibilizar el robo descarado de esos recursos y la necesaria canalización hacia las prioridades que nuestra sociedad requiere.

Para Maduro y su camarilla la prioridad no es la persona humana. No es el hambre y la enfermedad de la ciudadanía. Para ellos la prioridad es su permanencia en el poder.  Por eso el gasto público se dirige al control de actores políticos, a la promoción de eventos para la propaganda, a obras suntuosas que les permita validar la campaña según la cual Venezuela se arregló. Eso explica los gastos suntuosos en instalaciones para ciertos deportes como el béisbol, pero no se invierte un dólar para dotar de agua potable al 80% de los asentamientos humanos del país que padecen de sed, con todas las consecuencias sanitarias que dicha carencia significa.

Esta hambruna desatada en nuestra sociedad tendrá efectos devastadores ahora y en las próximas generaciones.  Quienes ejercemos labores de liderazgo no podemos desentendernos de este drama. Ahora mismo es posible tomar medidas. La denuncia, la protesta y la presión deben continuar a pesar de la reticencia de la cúpula roja a admitir y trabajar esa realidad.

Esperar hasta el logro del cambio de esta camarilla, cobrará muchas vidas y elevará el daño antropológico. Debemos acompañar y respaldar la legítima protesta y los reclamos de nuestros compatriotas,  y continuar nuestros esfuerzos por construir la alternativa capaz de lograr el cambio y gobernar la nación destruida que vamos a heredar del madurismo. Y enfatizo especialmente el tema de gobernabilidad. Ahí está todo un desafío para el liderazgo político y social del país. Sobre ese tema trabajaré en próximas entregas.

https://www.analitica.com/opinion/el-hambre-desatada/