La política de frentes populares “antifascistas” tiene su origen en el VII Congreso de la Internacional Comunista celebrado en Moscú entre julio y agosto de 1935, al descubrir súbitamente la diferencia que existe entre las hasta entonces despreciadas democracias burguesas y las tiranías fascista de Italia y nacionalsocialista de Alemania, donde sus seccionales fueron aplastadas y reducidas a la clandestinidad.

Este lineamiento tuvo un notable éxito en Francia donde lograron ganar las elecciones de mayo de 1936 con el gobierno de León Blum y un portentoso fracaso en España donde naufragó en la Guerra Civil de 1936 a 1939, sirviendo de preludio a la II Guerra Mundial.

Lo que nunca siquiera soñaron los camaradas del Comintern es que aquella política pudiera sobrevivir no sólo a su propia disolución, decidida en mayo de 1943, sino a la derrota y proscripción del fascismo en 1945, con lo que se llega a la circunstancia sorprendente de tener frentes antifascistas contra un fascismo inexistente.

Si esto ya es una anomalía en Europa, aunque comprensible por su historia del siglo pasado y sus remanentes neonazis; bastante extraño en los EEUU, donde nunca hubo un gobierno, partidos o movimientos significativos autodefinidos así; es definitivamente grotesco en Iberoamérica, donde el gentilicio e idiosincrasia son incompatibles con el fascismo y aún más con el nacionalsocialismo.

Sin embargo la política de Unidad Popular tuvo un clamoroso remake en Chile en 1970,  derrotada por la intervención de las FFAA y de Carabineros el 11 de septiembre de 1973. En cambio ha sido exitosa en Uruguay con la denominación de Frente Amplio. Por alguna consideración táctica en Venezuela y Colombia se le llama Polo Patriótico; pero la receta es básicamente la misma, con alguno que otro aderezo más o menos.

En Chile se pasó de la Concertación, en que estaban prácticamente todos los partidos, democratacristiano, socialdemócrata, liberal, republicano, radical, nacionalista, a fórmulas más decantadas a la izquierda, como el Frente Amplio tipo uruguayo, hasta Convergencia Social, de Gabriel Boric, casi la misma denominación que usó Rafael Caldera para coordinar lo que en Venezuela se llamó “el chiripero”; pero con una agenda globalista, inscrita formalmente en la Internacional Progresista de Bernie Sander.

Y en este punto volvemos a enlazar con el antifascismo que es el denominador común de la nueva izquierda, la carta de presentación de los neocomunistas en todo el mundo, lo que une a los extremistas de antifa, black lives matter, con los supuestamente moderados socialdemócratas en EEUU; a podemos, izquierda unida, autonomistas, con el PSOE en España; al Partido de Izquierda Europeo, Die Linke, con el PSD en Alemania, y un largo etcétera.

Un hecho extraordinario pero no sorprendente es que este lenguaje haya permeado incluso las controversias político culturales de sociedades cerradas como las cubana y venezolana actuales; pero como todo en esta parte del continente, con un toque de surrealismo.

En su primera rueda de prensa en España, luego de su confusa huida de Cuba, posterior al 15N, Yúnior García, conspicuo vocero de la plataforma Archipiélago, declaró que “lo que existe en Cuba es (…) lo que yo viví en mis últimos días en Cuba frente a mi puerta fue fascismo; no puedo llamarlo de otra (…) que rodearan mi casa gritándome ofensas como si fuera un judío en la Alemania nazi y mi vida corriera peligro sólo por pensar diferente, eso es fascismo. ¿Cómo alguien puede creer que eso es izquierda? Eso es algo que no se puede tolerar porque es fascismo, es fascismo”.

Yúnior García nació en Cuba en 1982, cuando ya el régimen tenía más de veinte años con el poder absoluto, de manera que no ha conocido en toda su vida otro sistema que no sea el comunista, en esa versión estalinista tropicalizada que es el castrismo, no obstante, cuando sufre atropellos y vejaciones éstos no los imputa al comunismo sino al fascismo, del que no tiene la menor noción, salvo la que provenga del discurso oficial, que asume como propio.

Pero no es el único. En su atropellado foro en la Universidad Complutense de Madrid, junto con Leopoldo López, relata que en Cuba hace muy poco tiempo pasaron la película “NO”, sobre el plebiscito en el Chile de Pinochet, “y es increíble como cuando estaban pasando la película las redes sociales estallaron, todos los jóvenes cubanos que estábamos viendo la televisión en ese momento empezamos a escribir: Estamos viviendo exactamente lo mismo que estaban viviendo los chilenos en el Chile de Pinochet. ¿Cómo es posible que dos dictaduras tan diferentes puedan parecerse tanto?”

Lo primero que salta a la vista es otra pregunta: ¿Pero será que en Cuba por fin hicieron ese plebiscito vinculante para que el pueblo decida si quiere seguir con Castro o adoptar otro sistema diferente? Los regímenes son idénticos pero Pinochet no sólo hizo el plebiscito sino que lo perdió, reconoció el resultado y cedió el poder como se había prometido.

¿Y qué ocurre en Cuba? El hecho es que el plebiscito en Chile fue el 5 de octubre de 1988, veinticuatro años más tarde (se dice fácil pero son seis períodos presidenciales de EEUU), el 22 de julio de 2012, los promotores del plebiscito en Cuba, Oswaldo Payá Sardiñas y Harold Cepero, fueron asesinados a la luz del día y con testigos presenciales.

¿Esto es exactamente lo mismo? Aquí el problema no es un error de apreciación o de interpretación parcializada, son hechos claros y distintos. La cuestión es, cómo es posible que tanta gente, no solo los miembros de Archipiélago, sino el público de la Universidad Complutense de Madrid, la izquierda española, las redes, no haga ninguna observación, sino que aceptan estas incongruencias como moneda corriente.

Y aún más, para los alumnos de esta Escuela de Estudios Políticos del primer mundo no es que el régimen de Pinochet y Castro sean idénticos, como dice Yúnior García para mayor ofensa de ellos, sino que Pinochet es de lo peor y Castro magnífico. De hecho, recibieron a Yúnior y a Leopoldo con gritos de “¡Fuera fascistas de la Universidad!”

Insólito: el que acusa de fascista al régimen de Castro es acusado a su vez de fascista por estudiantes de la Escuela de Estudios Políticos de la Universidad Complutense de Madrid. Definitivamente, algo muy malo está pasando en aquel Reino y en nuestros países.

Esto amerita una reflexión muy detenida. En Venezuela se sabe que la guerrilla se financia con asaltos a bancos, secuestros y otros medios nones santos, esto es excelente porque se lo copiaron a Fidel Castro y éste sigue una añeja tradición revolucionaria. Pero ocurre que la guerrilla se pacificó y la mayoría de aquellos combatientes ahora están en el gobierno.

Cuando se le increpa a un comandante que algunos de sus hombres siguen robando bancos, extorsionando, incurriendo en sicariato, no para financiar la revolución sino para su lucro personal, no concluye que los comunistas son predadores y delincuentes sino que “estos camaradas han sufrido una desviación de derecha”.

Otro comandante es secuestrado y desaparecido por el régimen; pero sus camaradas, que ya lo dan por muerto, acusan a “la derecha fascista” ¡que está en el gobierno! El mismo a quien aquel prestaba sus servicios como asesor en materia de guerra irregular.

El fascismo parece condenado a un oprobioso destino, ser el Diablo de la religión marxista.

https://www.analitica.com/opinion/el-fascismo-como-psicosis/