Los vastos territorios que se extienden al Sur del Orinoco, con sus mesetas que se remontan a los orígenes del planeta y las culturas ancestrales que habitan en sus selvas han sido por más de medio siglo objeto de estudio del naturalista y explorador Charles Brewer-Carías (1938), el más destacado divulgador del patrimonio geográfico, botánico y etnográfico de esas regiones. Hoy nos deslumbra con un nuevo libro: “Crónicas del mundo perdido”, una narración apasionante, ilustrada con extraordinarias fotografías que registran algunas de sus 240 exploraciones en la Guayana y Amazonia venezolanas. Con sobradas razones adoptó el mismo título del escritor inglés, Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930), autor de la novela “El mundo perdido” (The Lost World), publicada en 1912, en la que el novelista escocés narra los acontecimientos de una expedición a una montaña situada al sur del Orinoco, el Roraima, en la que aún subsistía un mundo antediluviano. La región de los tepuyes es conocida también como “islas en el tiempo”, debido a que esas mesetas alojan en sus cumbres especies vegetales y animales aisladas de la evolución. Como bien lo expresa el autor: “Los tepuyes, por su altura y ubicación geográfica deben considerarse como Pantepuy, una unidad biogeográfica y una provincia fitogeográfica, como si fueran las islas de un archipiélago ubicado entre las nubes”.
En la década de 1970, tuve el privilegio de acompañar a Brewer en diversas expediciones al sur del Orinoco y realizar reportajes sobre sus descubrimientos. El interés científico de Brewer en esta región se remonta a 1960 cuando, a los 22 años, recién graduado de la Universidad Central de Venezuela (UCV), se traslada a las cabeceras del río Erebato en Guayana, para realizar un estudio etno-antropológico de los Ye’kwána. Desde entonces no ha cesado de explorar ese vasto territorio y estudiar las culturas indígenas que hacen vida en sus selvas. Suman 16 los libros y decenas de artículos científicos arbitrados que ha publicado Brewer para dar a conocer la importancia de esta región. Esta última publicación, plena de asombrosas imágenes, hace partícipe al lector de las expediciones que realizó para explorar los tepuyes Roraima, Auyantepui, Chimantá, Autana, Sarisariñama, Duida, Marahuaka, Cerro de la Neblina y Ptari-tepui.
El Descubrimiento del lago Parima y El Dorado
Comentar sobre los trazos autobiográficos compartidos por primera vez por el autor o de las exploraciones en el Roraima, el Autana o el temerario rappel en los abismos circulares de Sarisariñama, así como la riqueza de cada una de las descripciones geográficas y botánicas contenidas en sus 545 páginas, sobrepasaría el espacio de esta reseña, por lo que solo le dedicaré unas líneas al capítulo El Descubrimiento del lago Parima y El Dorado, que el autor dedica al lugar donde habría existido la mítica ciudad de Manoa.
“El Hombre Dorado era untado con la resina perfumada de un árbol del género Protium, que en Venezuela se conoce como Tacamáhaco y en la lengua Ye`kwana se le llama Ayáwa. A continuación, los asistentes a la ceremonia le soplaban polvo de oro con un canutillo hasta que quedaba brillante; porque aquel mandatario consideraba que un traje de oro era más hermoso que cualquier otro”. Ésta es una de las tantas descripciones con las que, desde el siglo XVI, cronistas y aventureros alimentaron la leyenda de un reino perdido en la selva amazónica. Sobre este apasionante tema, Brewer va diseccionando meticulosamente las fuentes históricas que hacen referencia al Dorado y realiza un estudio cartográfico utilizando imágenes de radar, comparándolas con los mapas que desde el siglo XVI señalaban su ubicación en la Amazonia venezolana. Los hallazgos en el terreno ocurren durante la exploración de un altiplano en la parte alta del río Shukúmena-ka-ú, Idapa o Siapa, una cuenca rodeada de serranías que en el pasado fue el lecho de un gran lago, encontrando allí un yacimiento arqueológico precolombino que corrobora las coincidencias históricas y geográficas estudiadas por él durante años.
El autor afirma que se trata las riberas del lago Parima donde después de siglos sin ubicar, se podría encontrar la ciudad de Manoa, que estuvo regida por un príncipe impregnado en oro: “He pensado mucho cómo expresar, sin cautela alguna, que descubrí el lugar donde se encuentra ¡El Dorado! Y que en ese lugar pudo haber estado una ciudad llamada Manoa a la orilla de un lago muy grande que llamaron Cassipa o Parima, y cuyo lecho se encuentra seco actualmente. Todo esto parece haber sido una leyenda, por lo que he buscado la manera de explicar este descubrimiento con el aplomo que ello requiere; particularmente teniendo en cuenta que el mito de El Dorado, que fascinó a tantos aventureros desde el siglo XVI, hizo que perecieran miles de hombres con la ilusión de tomar por asalto aquella ciudad donde habitaban unos hombres con gorros rojos que se decían Incas, según le contó a Antonio de Berrío y a Walter Ralegh el cacique Topiawari que vivió por el río Caroní en 1595. (…) Tengo evidencias de lo que encontré y excavé en un lugar al cual puedo regresar con precisión apenas reúna a un equipo de arqueólogos que comprueben cómo en la orilla de un lago que se vació́, y que ahora está cubierto por la selva, existe un yacimiento de trozos de cerámica y artefactos líticos, donde pudo haber estado la escombrera de un asentamiento precolombino en el que se hilaba algodón, se elaboraba cerámica con diseños diversos y poseían una tecnología que les permitía perforar piedras para hacer collares, utilizaban morteros de roca y probablemente empleaban yunques de piedra para laminar oro. Ese yacimiento pudo haber estado conectado al lago, eso lo sabremos con mayor grado de confiabilidad cuando tengamos la datación de otras muestras, ya que, debido a su ubicación geográfica relativa y a su topografía, estimo que pudo haber ese sido el lugar donde antiguos exploradores y cronistas ubicaron la ciudad de Manoa a orillas del mar Blanco o lago Parima. Por todo lo que he narrado y descrito anteriormente, es por lo que ahora he dispuesto compartir ese secreto que he guardado durante treinta años, debido a que no he podido regresar a ese lugar para realizar un estudio y excavación apropiados y es por ello por lo que antes de que sea demasiado tarde, me he sentido en la obligación de comunicar que encontré los vestigios de los pobladores de ese lugar mucho antes de la llegada de los conquistadores. Pero lo extraordinario de este hallazgo lo daré a conocer cuando cese y se haya controlado la explotación irracional e incontrolada de los recursos mineros de la Amazonía y haya el interés, la logística y el personal idóneo para realizar una excavación arqueológica que nos ayude a estudiar ese yacimiento”, concluye el autor.
Crónicas del mundo perdido, bajo los auspicios Banco Nacional de Crédito y editado en los talleres de Altolitho de Caracas, en noviembre de 2022, hace que este libro sea lectura indispensable para comprender la poderosa atracción que esta región ejerció sobre las mentes de conquistadores, geógrafos, aventureros, escritores y científicos desde el siglo XV hasta nuestros días. Lo complementa una extensa bibliografía, de gran utilidad para los estudiosos de la historia de Guayana y Amazonas venezolanos.
La lectura de este libro que describe la prodigiosa reserva de biodiversidad de Guayana y Amazonas, así como de los tesoros culturales y arqueológicos que aún están por descubrirse, aviva la necesidad de preservar esos territorios del ecocidio sistemático que allí se está desarrollando. Los que conocemos la región y hemos convivido con sus indígenas, no podemos dejar de alertar sobre los peligros que la acechan, del alarmante el estado de ingobernabilidad y pérdida de soberanía al Sur del Orinoco, del desastre humanitario y ambiental que está destruyendo la reserva de la biosfera del planeta y exterminando sus comunidades originarias que constituyen el reservorio de la sabiduría ancestral de la humanidad.