No hay poder alguno que en algún momento no se torne en violencia o chantaje. O en alguna humillación. U otra manifestación reactiva que contenga alguna sentencia con la violencia o chantaje que permite el ámbito en el que suscribe sus determinaciones. Es ahí cuando valiéndose de la mejor oportunidad que las circunstancias ofrecen, atesta el “garrotazo”. Peor aún, a la sombra de cualquier subterfugio. Aunque especialmente, al amparo de la economía o la política. Incluso, de ambas si acaso existe la complicidad necesaria para que ambas actúen con la alevosía y la premeditación que inspira el manejo abusivo del poder.

Cualquier decisión que denote alguna relación sospechosa entre actores de la economía y de la política, termina convirtiéndose en una conspiración. Aun cuando los hechos no trasciendan de una mera coalición que requiera del apoyo inadvertido de medios de información ganados a la confusión que sirve de asiento a noticias de malicia solapada.

Justo, es el ambiente que busca recrear la situación necesaria para asentir cualquier plan de malévola intención. Es el momento que aprovecha un régimen autoritario para forzar la devaluación monetaria (violenta inflamación cambiaria) a fin de resarcir los problemas más inminentes que amenazan su estabilidad. Su confort. Su riqueza. Aunque, el precio político resulte alto, no siempre así sucede con el precio que cobra la economía (agazapada) por tan flagrante e impúdica jugada.

Sin duda, la vida la resuelve cada quien de la manera que mejor le apetezca. “Cada quien hace el ridículo como quiera”. Quienes ofician sus vidas desde el ejercicio de la política y de la praxis de la economía, actúan con la indiferencia más desvergonzada a ese respecto. Nada los hace enmendar decisiones elaboradas con base en los antojos que pautan apetencias de poder arrastradas sin medida, consideración, ni moderación.

Así sucede ante las seducciones que incita el poder. Principalmente, si son ofrecidas por el mundo en el cual se movilizan los intereses (de mayor alzada política)  que hablan de finanzas. Pero de aquellas fácilmente motivadas por la política ejercida en connivencia o confabulación con quienes laboran desde el mundo (oscuro) de la economía.

No de la economía que orienta sus análisis en la teoría económica o en rigurosas proyecciones econométricas. Sí de aquella economía que sigue el trazado de negocios acordados a instancia de conveniencias suspicazmente arregladas entre politiqueros y gobierneros de oficio. Y que son las que imponen decisiones adoptadas por regímenes políticos totalitarios para así gobernar a sus anchas.

Realidades apesadumbradas. Caso Venezuela

Sería propio hablar de lo que induce tan perversas alianzas entre actores de bandos distintos en lo convencional, pero iguales en lo profano e indigno. El término “conchupancia”, podría definir mejor lo que esconde una toma de decisiones cargadas con la depravación y malignidad que caracteriza la situación en cuestión.

El Diccionario de Americanismos, de las Academias  de la Lengua Española, lo refiere como una “alianza censurable o vergonzosa entre funcionario o empleados para lograr un beneficio económico o político”. Tal cual es la figura que precisa lo que acontece al interior de la cúpula del régimen opresor venezolano. Concretamente, toda vez que se enfrentan enclaves, camarillas o facciones de encumbrados, altos funcionarios o de advenedizos, con intereses político-económicos encontrados. Fundamentalmente, dado el poder que detentan como contraprestación por el servilismo prestado en aras de la consecución de objetivos gubernamentales.

De manera que no es como, mediáticamente, el régimen opresor ha acusado a hipotéticas “mafias que, desde Miami, pretenden robar las navidades al pueblo venezolano”. La situación que ocasiona el vaivén en cuanto a la subidas del dólar norteamericano, ahora convertida en divisa nacional a consecuencia de la deflactación estipulada por una devaluación disfrazada de foránea o implantada, que sufre la economía nacional.

Tan irracional deflactación busca eliminar del valor monetario que constitucionalmente ostenta el bolívar, los efectos producidos por los cambios violentos que el zarandeo del dólar genera en torno a los precios de productos y servicios en Venezuela. Así, cualquier posibilidad por lejana que sea, afecta todo el desenvolvimiento del país. Muy a pesar, de los discursos que demagógicamente suelen proferirse desde los altos estratos del régimen.

En medio de la indefensión

De modo que acá no hay defensa del dólar que valga. Cualquier devaluación inducida en el contexto de un régimen enfrentado consigo mismo, resulta de negocios que a lo interno colisionan o chocan. Precisamente, por causa de las seguidas diatribas que suelen suceder entre “grupúsculos” de contrarios rendimientos económicos. Por supuesto, en obstinada defensa de sus intereses específicos.

Entonces, ¿sobre quien recae la culpa de la decadencia del bolívar como moneda nacional?

Cualquier medida que el régimen señale en amparo de la tasa oficial, aún cuando lo justifique a favor de un “comercio sano que respete los derechos del pueblo”, se cae por su propio peso. Aunque lo declarado desde altos mandos, se apoya en fatuos argumentos que buscan reivindicar el bienestar de la población.

Lo peor a que incita una devaluación “arrastrada de los cabellos”, como las que inadvertidamente, han continuado aporreando la economía del venezolano. Sobre todo, de aquellos de menores recursos al ver menguados sus derechos fundamentales. Una devaluación tal como las que son decretadas en la oscuridad, deterioran vertiginosamente los salarios de los trabajadores en todas las esferas de la producción y del discurrir institucional nacional. Es decir, desmorona la remuneración como mecanismo compensatorio de la vida, en todas sus manifestaciones. La vida se torna miserable pues así se condena al pueblo a la miseria, la pobreza y a la exclusión. Eso es, el “chantaje” del dólar.

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