Habían transcurrido tan solo siete años y 23 días de la segunda mitad del Siglo XX cuando ocurrió el renacer democrático, que hoy celebramos a pesar del desasosiego en que hemos vivido durante veintitrés años, que se agravó por la aparente insania que sufrió la “pérfida involución” provocada por la manía revolucionaria y luego por la desidia opositora en su lucha partidista. Sin embargo, sabemos que el sosegado despertar de nuestra juventud, siempre valiente, nos hará recordar y retomar el rumbo que hemos perdido por el engaño y el desengaño y eso esperamos, sin perder la fe y la esperanza que volveremos a la sindéresis que surgió aquel 23 de enero de 1958. Hemos aprendido que la fe y la esperanza no podemos perderla cuando sabemos que Dios nos ha dado el mundo para conformarlo a nuestro designio y para ello nos ha hecho dueños de su paradigma. Su sabia lección: “los golpes enseñen, pero es de sabios vivir de la experiencia”.

Con alegría y con tristeza recordamos:

“Las Fuerzas Armadas Nacionales en atención al reclamo unánime de la nación y en defensa del supremo interés de la República, que es su principal deber, han resuelto poner término a la angustiosa situación política por que atravesaba el país a fin de enrumbarlo hacia un Estado democrático de Derecho y en consecuencia

Acuerda:

Artículo 1º.- Se constituye una Junta Militar de Gobierno integrada por cinco miembros, a saber: Contralmirante Wolfgang Larrazábal, Coronel Abel Romero Villate, Coronel Roberto Casanova, Coronel Carlos Luis Araque y Coronel Pedro José Quevedo.

La Presidencia de la Junta la ejercerá el Contralmirante Wolfgang Larrazábal.

Artículo 2º. – La Junta así constituida asumirá todos los poderes del Estado, y por lo tanto, ejercerá el Poder Ejecutivo de la Nación mientras se organizan constitucionalmente los Poderes de la República, dentro de las pautas del artículo 3º.

Artículo 3º.- Se mantiene en plena vigencia el ordenamiento jurídico nacional, en cuanto no colida con la presente Acta Constitutiva y con la realización de los fines del nuevo Gobierno, a cuyo efecto la Junta Militar dictará, mediante Decreto refrendado par el Gabinete Ejecutivo, las normas generales y particulares que aconseje el interés de la República, inclusive las referentes a nueva organización de las ramas del Poder Público.”

El 23 de enero de 1958, acude a nuestra mente como el recuerdo de una vivencia perdurable. El día en que muy jóvenes, nos deparó la vida un momento que marcó en nosotros un camino para vivir del orgullo existencial. Ese camino de la huella con destino cierto que han querido mancillar nuevos y viejos actores, algunos con insistencia, antes inmadura y hoy equivocada. Actores de la terquedad y del desatino, quienes piensan que el mundo puede ser, a pesar de sus fracasos, la utopía de Moro o el camino de Marx, alimentada y aderezada con los incultos caudillismos criollo y latino de un mundo diferente. Siempre, sin sentido, que llaman “revolución”.

No podemos olvidar, que en diciembre de 1957, se había efectuado un plebiscito para decir “SI” o “NO” al gobierno de Pérez Jiménez. Fue un plebiscito secreto, pero los empleados tenían que llevar al día siguiente la tarjeta (redonda) del “NO” a su trabajo. El malestar se fue generalizando, hasta que se desata un descontento general.

El 1º de enero de 1958, una rebelión militar debelada desencadena una serie de manifestaciones de todos los sectores. En ese entonces no funcionaban las encuestas como ahora, pero los paros, las huelgas y la desobediencia civil ocupaban todo el espectro socio-político. Crisis que se agudizó con la decisión gubernamental de ocupar los principales cargos públicos con oficiales de las Fuerza Armadas. Es de recordar la designación del general Prato como ministro de educación, lo que causó como burla y protesta una manifestación con el desfile de un burro con las iniciales de “ME” en su gualdrapa.

Desde el mismo 1° se ordenó acuartelamiento tipo “A” (general) y se desencadenó la persecución de los militares que tuvieron que ver o supieron algo sobre la rebelión. Eran vox pópuli los manifiestos militares pero muy escondidos, ya que no existía ni el correo electrónico ni el internet. Los líderes de la asonada, unos huyeron al exterior y otros fueron internados en calabozos de las instalaciones militares y los civiles en la Seguridad Nacional. Vivimos esos momentos y podemos contar sobre nuestras angustias, hasta la mañana del 23 de enero, cuando Venezuela pudo ver en la incipiente TV, la huida del que creímos el líder del último gobierno militar. Fuimos testigos y escoltas para la salvaguarda de la vida de los que le acompañaron en los mandos y mal utilizaron el nombre de las FAN.

Pero no fue tan simple. Había concluido el 21 la huelga de los medios de comunicación, bajo el ataque inclemente de la Seguridad Nacional y la vigilancia antimilitarista de los “medias blancas” (Policía Militar). En la noche del 22 con su amanecer del 23, no había vuelta de hoja, la historia estaba marcada para nuestro estreno militar, por lo que aceptamos el reto y decidimos enfrentarlo contra una diatriba cuyo rumbo iba a lo desconocido. Teníamos que decidir, entre quedarnos estáticos para mantener la visión de “El Nuevo Ideal Nacional”, o dar un paso al frente para apoyar y dar cabida al ideario de los políticos que, luego del “golpe” de 1945, habían sido depuestos en 1948, por uno de los líderes militares que los acompañaron en la aventura, convertido por la voluntad de sus seguidores, en el Jefe del Estado.

Dimos el paso al frente solicitado, que significó “romper pabellones” y tomar las armas para, con voluntad, revivir el movimiento iniciado en Maracay el 1° y poner fin al sistema de gobierno presidido por el general Marcos Pérez Jiménez, que apuntalado por la Seguridad Nacional se autoproclamada el gobierno de las Fuerzas Armadas, pero sin los militares.

La historia se presenta siempre activa y real, cuando existen personajes actores que pueden contarla, aunque sabemos que no es irreal el que siempre la escriben los vencedores. También es real que hoy nos traten de vender la historia de una “revolución” sin vencedores, producto solo de la palabra ensalzada de mentiras y ataques malsanos al quehacer de los que si luchamos por lograr esta democracia.

No hemos podido engullir las necedades de este karma que han llamado “revolución bonita”, y sin temor, solo la vergüenza puede acompañar nuestra pena, al tener que reconocer que poco pudimos hacer para reforzar en la generación surgida dentro de esos 65 años, el verdadero espíritu de la necesaria democracia, especialmente, los que compartimos durante más de medio siglo la conducción de las fuerzas armadas venezolanas. Sin embargo, como piensa el mediocre en su consolación, no podemos quejarnos, porque en estos veintitrés años solo hemos visto renacer y fracasar a los viejos quijotes del comunismo otoñal, quienes creyeron que podían abortar el tiempo y hacer florecer el jardín con el solo riego de deseos y valoraciones “revolucionarias”.

Hoy, a 65 años de aquel 23 de enero, cuando Venezuela vive desesperanzada, debemos insumir de nuevo ese espíritu que nos inspiró en 1958 y retomar las banderas que venimos enarbolando en democracia después de la muerte de Chávez. No podemos permitir la continuidad política por la terca desidia opositora que enarbola la abstención por su disidencia; sin dudas, el secreto es el voto. Debemos recordar nuestro sueño y recuperar la esperanza de quienes con sacrificio logramos revivir el 23 de enero de 1958 nuestra inquebrantable decisión de vivir para siempre en paz y libertad.

@Enriqueprietos

https://www.analitica.com/opinion/el-23-de-enero-en-revolucion/