La ignorancia política del venezolano común es tan escurridiza, que lo exime de saber responder ante responsabilidades que no asume ni cumple. Pero también, lo incita a actuar con la astucia propia de quien sabe aprovecharse de ocasiones en beneficio propio. O sea, valiéndose de intereses que se ajustan a su codicia. Así escala posiciones sin los méritos que justifiquen el debido ascenso. Tal actitud, además de desvergonzada, es impúdica. Por eso, se muestra insensible ante necesidades ajenas. Es decir, el egoísmo lo ejerce bastante bien.

Es lo que la jerga popular denomina “pícaro”. Y el lenguaje culto, llama “perspicaz”. Pero ¿de qué vale que un valiente, decidido y arriesgado individuo se muestre perspicaz, si carece de la “dignidad” propia de quien sabe exhibir decorosamente cualidades de excelente y destacado “ciudadano” en todas las manifestaciones de vida?

A la hora de buscar razones que expliquen tan grave ausencia, es posible que algunas puedan hallarse en el modelo de vida que el ejercicio del populismo demagógico, en esta Venezuela salpicada de vicios y cundida de problemas, inculcó en el venezolano. Y es que los reveses que adquirieron forma y consistencia a través del ejemplo de gobernantes insulsos, militaristas y corruptos, lograron modelar un perfil de venezolano bastante apartado de la idiosincrasia del individuo sano socialmente. Y políticamente consecuente. 

Entonces, ¿qué fue lo que motivó tan repugnante cambio de la cultura tradicional en el venezolano? Habría que comenzar por revisar las causas que indujeron la crisis en la que se hundió el país en los años que van de siglo XXI. Podría inferirse, en términos de la brevedad a la que obliga esta corta disertación, que el país fue secuestrado. Lo despojaron de su historia. También, de valores que afianzaron condiciones de respeto y dignidad en el venezolano. Esto permitió que el régimen secuestrara la verdad. Así se pervirtieron las instituciones que garantizaban derechos ciudadanos. 

En consecuencia, el ejercicio de la política terminó convirtiéndose en excusa para sortear compromisos que apuntaban a satisfacer necesidades populares nunca atendidas. Esto facilitó que se extraviaran conceptos fundamentales sobre los cuales gira la ciudadanía. Conceptos de utilidad capital para el fortalecimiento de la República. Así sucedió con conceptos como los de “soberanía”, “autonomía” e “independencia”. Los mismos sirvieron para un juego de oportunidades donde siempre perdió Venezuela. 

Lo peor ocurrió  cuando se advirtió que el texto constitucional, ni siquiera fue considerado en su justo valor como configuración del orden jurídico y político que sus preceptos siguen señalando. Y aunque lo arriba indicado no es de novedosa referencia. Su fondo contiene la fuerza para dejar en claro el dilema que, en medio de tanto desarreglo, se fraguó. Al punto que tal problema se somatizó en la piel del venezolano. 

Esto hizo que comenzara a vivir de migaja en migaja. Sobre todo, cuando su tiempo de calidad y su calidad de vida, fue cambiada por promesas que nunca se concretaron. Eran promesas elaboradas sobre porciones de indisoluble mezclado. Jamás se cimentaron cuales fundaciones de piedra del período cretáceo o del paleozoico. Es decir, de dureza insospechada.

El régimen antidemocrático y además irrespetuoso de garantías, postulados y criterios que expone el Derecho Público y el Derecho Constitucional, sólo entendió que la función pública comenzaba y terminaba brindando minúsculas asignaciones de poder. Así justificó asignarle el mote de “Poder Popular” a toda su organización. Además, siempre se ha ufanado de que su cháchara conmovía y convencía al pueblo. 

Mientras tan cruda crisis penetraba y continúa hurgando humanidades tanto como esquilmando proyectos de vida, las esperanzas no dejaron de aferrarse a cuanta oportunidad consigue el venezolano en su recorrido. Es lo propio a sabiendas que nació para vivir en libertad. Y bajo tan trascendental argumento, debe cultivarse la política en su más entera acepción. 

Sin embargo el problema que se pasea por el fondo de la situación en cuestión, tiene que ver con la inconsistencia de valores que se hinchan ante la exaltación de emociones. De emociones que procuran avivar las mayores expectativas de democracia. Particularmente, al momento de reconocer la pérdida sufrida por la dignidad de muchos que, por rastreros y acomodaticios, cayeron en lo más profundo de la desvergüenza. Perdieron la dignidad al someterse o subordinarse al circunstancial poder político. Aunque el impudor no ha dejado de ser el criterio para actuar como politiqueros mamarrachos. 

Y todo esto se ha incitado desde el mismo momento en que muchos confundieron “gimnasia con magnesia” Todo este caos de infinito tamaño, es causado cuando dentro del proceder del régimen la dignidad quedó sin valor político. La dignidad debe comprenderse al amparo de la libertad. Imposible entenderla fuera del ámbito político que induce una vida descaminada y aturdida. Por tanto, no podría concebirse dignidad sin valor político.

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