Hace 26 años, el 11 de julio, en la ciudad bosnia de Srebrenica, se cometió la mayor masacre ocurrida en Europa desde el fin de la Segunda Guerra mundial. También el mayor encubrimiento orquestado por la Secretaría General de las Naciones Unidas, con la colaboración de los principales países miembros de su Consejo de Seguridad.
Me explico. Por aquellos días, mientras las Naciones Unidas celebraba con legítimo orgullo el desmantelamiento del abominable régimen del apartheid en Suráfrica la Comunidad Europea, proponía un plan de paz para Bosnia y Herzegovina, cuyo punto central era la partición del país en tres distritos delimitados por razones étnicas y religiosas. Es decir, un inadmisible apartheid en plena Europa.
De la mano del Reino Unido y Francia se pretendía repetir la infame capitulación de Münich en 1938, cuando con el argumento de apaciguar a Hitler y evitar la guerra se autorizó a la Alemania nazi a ocupar, sin oposición, el territorio checoslovaco de los Sudetes, que no hizo sino estimular el apetito del Fuhrer.
El Reino Unido y Francia, Unidas, fueron aún más lejos al imponerle disimuladamente al Consejo de Seguridad su tesis de que defender los derechos de Bosnia equivalía a facilitar la creación de un estado islámico en el corazón de Europa. Como si de repente, así como así, más de la mitad de la población de Bosnia dejaba de ser europea por el simple hecho de ser musulmana.
Nada importaba que pocas capitales europeas fueran tan multirreligiosas, multiétnicas y tolerantes como Sarajevo, la misma hermosa y acogedora ciudad donde en 1984 ellos participaron en los Juegos Olímpicos de invierno.
Durante el desarrollo de la tragedia en la antigua Yugoslavia tuve el privilegio de representar a mi país, Venezuela, en el Consejo de Seguridad. Allí pude apreciar que más allá de las terribles consecuencias generadas por abominable política de limpieza étnica aplicada por bosnio serbios, la impunidad con que pudieron actuar en esa abandonada nación sus autoridades civiles y militares, contribuyó a reforzar el resentimiento de los musulmanes más radicales en otros lugares del planeta, hasta el extremo de que pagamos desde hace años aquella culpa y todos sufrimos sus consecuencias.
No es nada casual que la oleada de actos terroristas de raíz musulmana que hoy mantienen en vilo a los gobiernos de todo el mundo se desataron después de Bosnia, no antes. Desde esta perspectiva, podemos afirmar que la responsabilidad de occidente en esta terrible circunstancia es incalculable.
En abril de 1993 fui designado por el Consejo de Seguridad de la ONU para encabezar una misión del organismo a Bosnia, la primera vez que el Consejo de Seguridad enviaba una delegación de embajadores a evaluar sobre el terreno la realidad de una guerra en pleno desarrollo donde pudimos comprobar la monstruosidad de la acción de depuración étnica, auténtico genocidio, que incluía la violación de mujeres musulmanas como política de estado.
Al marcharnos de Bosnia declaré a la prensa internacional que a pesar la llamada ciudad segura era en realidad una cárcel abierta donde se cometía, con impunidad total, “un genocidio en cámara lenta”. Dos años más tarde este crimen de lesa humanidad se completó cuando entre el 11 y el 13 de julio, las tropas serbias, bajo el mando del general Ratko Mladic, llamado el Carnicero de los Balcanes, asesinaron a 8,000 personas. En la actualidad, Mladic y Karadzic penan cadena perpetua. El responsable por el origen de esta guerra, el dictador serbio Slobodan Milosevic, murió en la cárcel en La Haya mientras era juzgado, y en cuyo proceso fue testigo de cargos de la Fiscalía del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia.
Hoy, con profundo dolor recuerdo esta fecha, sobre todo porque en abril de 1993, en nombre de las Naciones Unidas, le ofrecimos al pueblo bosnio reunido en una escuela de Srebrenica para escuchar nuestro mensaje, que “representamos al Consejo de Seguridad, cúpula política del mundo. Estamos aquí para decirles que los protegeremos”.
Dos años después los mataron a todos. No fuimos capaces de evitarlo.