Dice un adagio popular: “en el reino de los ciegos, el tuerto es rey”. Aunque hay otros, incluso más explícitos, referidos al engaño que surge de la usurpación. Y es que no hay disfraz que pueda ocultar o aparentar lo que la naturaleza no provee.
En política, las realidades replican bastante bien tan incómodas situaciones. Pero que en tan particular contexto, estos acomodos -no conformes con burlar valores morales como el respeto, la dignidad y la verdad- juegan a la ironía para así esquivar o evitar cualquier proximidad o contacto con la ética y la moral.
Por eso la política inventó la diplomacia para reemplazar la palabra o decisión de un actor político toda vez que intenta plagiar la función de moderador enfundándose el traje de gobernante-dictador. Es ahí cuando muchas autocracias, autoritarismos y totalitarismos consiguen en el disfraz de demócratas, la personificación de la cual se valen para urdir sus engaños.
Muchos regímenes políticos se ven atrapados por la tentación de revestir sus discursos con el ropaje que le dispensa la democracia. Buscan ganar el espacio político que la democracia permite en una relación población-gobierno caracterizada por la legitimidad necesaria. Más, cuando dicha condición le otorga facultades que sólo la democracia puede ofrecer y validar desde el poder político.
El caso de Nicaragua, Cuba y Venezuela, son muestras palpables e innegables de lo que ocurre cuando una dictadura se hace pasar por una democracia. Acá, los problemas adquieren una dimensión que supera la magnitud del caos que padecen unas cuantas realidades políticas donde la mentira es usada como mascarón o fachada. Porque simplemente, le resulta conveniente ir más allá en lo que las realidades forjadas y forzadas permiten.
Sin embargo, los gobiernos de las naciones latinoamericanas arriba aludidas, siguen empeñadas en asentir que sus sistemas políticos son enteramente democráticos. Sólo que la presunción de hacerse ver ante los ojos del resto del mundo como democracias, sencillamente terminan poniendo en ridículos y subyugados no solo a sus gobernantes. Sino que además, sus pueblos caen en la tragedia que significa ser acusados de pusilánimes, resignados, idiotas o mediocres.
Sus cúpulas viven tan desvergonzadamente, que no entienden ni atienden los juicios que de ellos hacen otras naciones. Asimismo, organizaciones de derechos humanos, instituciones académicas, movimientos políticos foráneos e instancias comprometidas con la lucha por recuperar los valores democráticos. Sin duda, son países cuyas realidades se hallan atrapadas en el atraso, la miseria y el caos.
Democracia: un ejercicio político bajo sospecha
Escasamente, los dictadores de las referidas naciones aceptan -a medias- procesos electorales vistos como oportunidad a conceder (en nombre de la presunta democracia que dicen practicar) a fin de “reversar” el desgaste que los inmediatismos, mediocridades e improvisaciones han provocado en perjuicio de las necesidades y posibilidades de escalar posiciones de justicia, libertad y progreso. No obstante, sus pronunciamientos alrededor de tan comprometidas situaciones, lo enmascaran con el objeto de hacer creer a la población que las cosas son tan pulcras como lo manifiestan ante los medios de comunicación.
Creen que la palabra “democracia” funciona a manera de poción mágica que le imprime la suficiente seducción a lo que el discurso político exalta. Presumen, estos gobernantes investidos del poder político que se arrogan y que las armas los empodera, que al organizar procesos eleccionarios se verán legitimados sus gobiernos. Aún cuando son acusados de ser regímenes autoritarios.
En medio de la confusión que estos dictadores inducen mediante pronunciamientos adornados por promesas que incumplen, la situación política se engorrona más de lo previsto. En consecuencia, terminan generándose mayores conflictos que tampoco logran evitar. Y paradójicamente, en el fragor de tan ilusas situaciones, siguen evidenciándose y las groseras falsedades que encubren la cruda contradicción de justificar gestiones gubernamentales absolutamente radicales O acaso tienen sentido esas rarezas políticas que algunos se empeñan en llamar ¿dictaduras democráticas?
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