Me encuentro entre tantos correos recibidos uno que reporta una declaración del presidente Biden calificando al también presidente Putin de asesino. No es usual en un jefe de estado endilgar tal adjetivo a un colega. Del viejo refrán “entre bomberos no se pisan la manguera”, pudiera deducirse como un axioma que quienes desempeñan idénticas funciones siempre tienen un trato “diplomático” con sus pares. Pero en este caso no parece ser así; y el presidente Putin ha respondido, con una frase que yo tenía cerca de tres cuartos de siglos sin oír, pues solo la recuerdo como una réplica en pleitos entre niños: «el que lo dice lo es”.
Creo que esa respuesta es una salida de escape a lo que está implícito en la frase impropia e impolítica de Biden. Putin no niega la acusación, se limita a reciprocar la acusación. No niega la acusación porque no puede. Su pasado lo condena. La KGB. En la misma situación se encuentra su carnal bieloruso “Lukashenko”. De Biden no se conocen vínculos con organizaciones que generan en la opinión pública cierto temor a caer en sus manos, como podría ser la CIA, pero desde luego si lo fuera ya hace tiempo se sabría, o por lo menos con o sin certeza, habría sido denunciado ese vínculo.
Desde luego no sería por boca de Putin que el tal vínculo, real o supuesto, se denunciaría, pues si lo hiciera estaría de alguna manera confesando que esas organizaciones la CIA, la KGB, la Stasi, de la extinta República Democrática Alemana, gozaban de la licencia que en el mundo de la ficción, el cine, tenía James Bond 007, licencia para matar; y mientras Biden no pasaría de ser en la CIA en agente secreto, Putin en la KGB era la cabeza, el jefe.
Sin embargo, sin recurrir al pasado, porque lo que está en juego es el tiempo presente y lo que está de actualidad es el prisionero de Putin, Navalni, en una prisión a cien kilómetros de Moscú, donde mora Putin. Navalni es un opositor de Putin, que desde luego debe tener muchos, pero Navalni es especial, tan especial que su historia recoge que fue envenenado.
En realidad, fue en Alemania no en Rusia, donde asistido medicamente se concluyó que el paciente atendido, Navalni, había ingerido la sustancia que provocó el envenenamiento, por lo que se deduce que se trató de un envenenamiento y no de un intento de suicidio, al menos eso creyeron los médicos en Alemania. Ahora Nalvani reporta, desde su prisión, la posibilidad de que se intente envenenarlo de nuevo; y si esto llegara a ocurrir, desde luego que las autoridades del penal conducirán el proceso y con él el dictamen que determinará cual fue la causa de la muerte, donde desde luego el envenenamiento por las autoridades de la prisión no tiene lugar.
Esa es la diferencia entre Biden llamando “asesino” a Putín; y Putin contestándole a Biden “el que lo dice lo es”. Quizá por la cabeza de Putin pasó el recuerdo de la figura de Beria, la cabeza de la KGB del tiempo de Stalin, cuando la KGB todavía no se llamaba KGB; y era mucho más sólida la posición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que la actual de Rusia, cuando ni Truman, ni Eisenhower, ni Kennedy se hubieran atrevido a llamar asesino al “padrecito” Stalin, que llevaba el mismo nombre del padre de Cristo “Josef”, ni al “hijito” Nikita. Escrito nada menos que el día de San José.
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