Si algo teme un sistema político encauzado por una ideología retrograda, y por tanto carente de fundamentos fructuosos, o sea autoritaria o totalitaria, intolerante e insolente, es al saber. Es al conocimiento. Más, cuando el saber es poder. Y el conocimiento, desarrollo sistémico. 

Manejar una nación en función de los elementos que consagra el saber, no es asunto fácil. Su ejercicio no calza con la politiquería vista como implícito intrínseco del populismo y la demagogia. Asimismo se comporta el conocimiento en tanto que razón de la intelectualidad. Habida cuenta que del conocimiento dependen las sociedades para sostenerse y desenvolverse.

De manera que ante ambas condiciones, un sistema político vertical no resiste lo que los impulsos del saber y del conocimiento, siempre asociados a las ciencias, las tecnologías, las humanidades y las artes, ponen de manifiesto. 

Paradójicamente, entrado de lleno al siglo XXI, un siglo del cual se esperaba la concreción de interesantes propuestas elaboradas en correspondencia con ideales de bienestar desde múltiples sentidos, Venezuela cayó en la desgracia de convertirse en una país allanado por flagelantes realidades.

Pero llegar ahí a tal estado de ignominia, no fue fortuito. Su retroceso, resultó de la confabulación de factores políticos, sociales, económicos y culturales. Para ello se prestaron actitudes. Algunas conminadas y otras arrastradas. Mientras que muchas más, se vendieron al mejor postor. La dignidad había desaparecido en ellas. El pundonor también. Incluso, la razón. Esta situación, sopesada en términos de las circunstancias, fue una de las causales que contribuyeron  a que el país se pervirtiera ante sí. Igualmente, ante los ojos del mundo.

Para eso el régimen usurpador, dado su carácter de oprobioso, tenía que buscar alguna forma de arrasar con la noción de educación. Y que bien fue ayudada a confeccionar, por venezolanos de alta talla intelectual. Venezolanos para quien la educación deriva del hecho de vivir a favor de las libertades, la justicia y la igualdad. 

Por eso, el régimen ignominioso se empeñó ( y así ha continuado su trabajo) en desterrar la universidad autónoma. No importa lo que prescribe la Constitución de la República cuando reconoce a “la autonomía universitaria como principio y jerarquía (…)” (Del artículo 109). Es parte de sus intereses e ideales socialistas y revolucionarios. Descerebrar un país. Así pues resulta sencillo tener una sociedad sometida y subordinada a sus antojos. Por tanto no tiene complicación la tarea de repartir miserias a su población para luego llevarla a estados de humillantes necesidades , penas, dolores y torturas. Y que más adelante, tan repudiable hecho sea considerado como un “gran favor”.

El obtuso ideario promovido mediante la red comunicacional, subyugada en su configuración y funcionamiento ante el régimen, envolvió buena parte de los resortes del gobierno universitario. Principalmente, de universidades autónomas. Este hecho, no es nuevo. Vino dándose desde la década de los sesenta. A partir de entonces, el pensamiento universitario padeció de intoxicación ideológica. Básicamente, por lo que esas intenciones de contagiosa esencia significaban para la política universitaria–académica. 

Lo que el quinto Plan de la Nación denominó “Revolución de la Educación”, para realizar la proliferación de universidades y centros de estudios superiores, no rindió exactamente lo que de ello se esperaba. Salvo por el aumento de la matrícula estudiantil y por la creación de importantes áreas de docencia. 

En consecuencia, las universidades comenzaron a verse abatidas por el espíritu de una izquierda mal enfocada. La misma terminó haciéndose cómplice de la antipolítica que cundió a Venezuela en la década de los noventa. Y a partir de aquellos años, las universidades fueron gravemente afectadas por políticas gubernamentales que insistían en fracturar las bases académicas. Justo por el miedo del saber y del conocimiento, tiene todo despotismo.

Esas realidades se amalgamaron con condiciones urdidas desde lo interno de universidades autónomas. La consigna del régimen, cuyo eco resonaba en los cuatro puntos cardinales, que refería una “Venezuela libre, independiente y soberana”, fue factor que marcó un cierto mareo intelectual en universitarios que presumían de activistas políticos furibundos. Sobre todo, de quienes dejaron sobornarse por los “cantos de sirena” del régimen.

Aunque luego, muchos concienciaron la equivocación en que habían incurrido. Despertaron del estupor del cual habían sido víctimas. Sin embargo, el régimen ya había iniciado la siembra de su terror y desmoralización que infringía la incertidumbre. Por ello, empleó la represión que implantó al interior y exterior de las universidades autónomas nacionales. 

Con sus asfixiantes medidas tendentes a inhabilitar toda gestión universitaria que atentara contra los antojos revolucionarios y petulancias socialistas, el régimen hizo sentir la fuerza de sus intenciones dirigidas a accionar la intromisión necesaria que sus planes habían contemplado. Medidas de intrusión. De allanamiento. En principio, fue camuflado y encubierto. En la actualidad, es directo. Aunque a menudo, actúa en la oscuridad de la noche.

Así ha venido desatándose el resentimiento, odio y revanchismo que el autoritarismo criollo emplea sobre la universidad autónoma. Así se inventaron universidades que a manera de galpones, decretó el régimen. Ello, con la egoísta presunción de equivaler la formación de profesionales críticos e innovadores, por imitaciones de profesionales universitarios. Pero sin la capacidad suficiente para generar los cambios que persigue todo esquema de desarrollo económico y social en un contexto de libertades y derechos. 

Había que desnaturalizar la Universidad autónoma. Y fue el objetivo al que mayor importancia le otorgó el régimen sedicioso. Todo, en aras de provocar la demolición del país. Que comenzó, incitando distintas y posibles formas de descerebrar al país.

https://www.analitica.com/opinion/descerebrar-el-pais/

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