Es posible que las nuevas informaciones que a diario corren por las redes sociales, se hayan convertido en fuentes de generación de nuevas ideas. Según reconocidos estudiosos, habrían adquirido la capacidad suficiente para fraguar nuevos conocimientos. Pero por otro lado, hay quienes opinan lo contrario. Estos otros argumentan algo bastante contundente y hasta difuso. Alegan que la información no es conocimiento.

Esta confrontación de juicios ha causado encendidos debates académicos. A tal extremo que ha provocado un montaje de criterios dirigidos a estructurar un nuevo paradigma. Y que en materia comunicacional, ha animado la concepción de elementos conceptuales que le han dándole sentido y formalidad a lo que han definido como: gestión estratégica de la información.

No obstante, el manejo de la información ha encauzado intereses que buscan tergiversar grosera y apresuradamente la información. La desdibujan de  lo que su esencia entraña. Esos manejos, se conocen como “desinformación”. Indiscutiblemente han provocado serios daños a la sociedad, la economía y la política, fundamentalmente. 

Por tanto, no hay duda de que la “desinformación” mueve inmensas cuotas de poder y recursos de toda índole. Desde peculios financieros, hasta de razón ideológica, cultural y emocional. Ante esto, no cabe deducción más precisa de inculpar a sus consecuencias toda vez que han conseguido la fuerza para aplastar la democracia como sistema político.

La precipitación de la democracia, entendida esta como cimiento en la construcción de la “igualdad”, no ha sido un hecho fortuito. A decir de los cuestionados acontecimientos que han venido aconteciendo a nivel mundial, es imposible negarse a asentir alguna razón que contradiga tan dura afirmación. Las realidades son la prueba más fehaciente de lo referido. Son el mejor indicador de lo que ocurre en el fondo de las convulsiones que la “desinformación” provoca.

No hay forma de rebatir los estragos que la “desinformación”, ha causado. Sobre todo, cuando se presenta como información falseada, viciada o corrompida. Se habla de las “fake news”. Y su peligro estriba en que son razones que se deslizan en los bordes  de las verdades. El problema se articula cuando la información mal entendida se torna aceleradamente en “desinformación”. Y es porque la desinformación aprehendida o absorbida por el subconsciente o por el nivel más sensible de conciencia, actúa como un potente instrumento de destrucción. O quizás, como la mejor arma de guerra.

La “desinformación” en el cauce del problema

Es cierto que la democracia se sostiene en el pluralismo político, tal como lo dejó ver la escritora y teórica política alemana, Hannah Arendt. Pero igualmente, la democracia precisa de una información oportuna, veraz e imparcial, sin censura, que garantice justicia, libertades y derechos. Y sólo esa democracia se sostiene en la capacidad de los medios de comunicación para validar las verdades sobre las cuales se erigen las realidades. 

Esto luce como una ecuación que se resuelve en ambos sentidos, En ella aplica la propiedad conmutativa de la que se vale la suma aritmética y algebraica para demostrar su exactitud y realidad matemática. Que no es más que la verdad imprimiéndole sentido a las realidades.

Pero cuando la “desinformación” prioriza las realidades, ella se desdibuja del contexto que requirió para evidenciar sus estructuras. Esto deja ver que en medio de tal contrariedad, cualquier ideología ve deformar sus causas y efectos. La “desinformación” actúa para que los discursos de odio, adquieran la fuerza necesaria que exige la praxis de todo cuanto del odio puede desprenderse.

La magnitud del problema de la “desinformación”, ha causado que muchas teorías conspirativas puedan asentir sus falsedades. Así, las realidades se desequilibran. Y cualquier distorsión o aberración de sus postulados, desfigura el contexto en al que las realidades movilizan sus energías. 

Es ahí cuando los ideales, en contrario con las ideologías, refuerzan su maquinaria emocional haciéndose pasar por una verdad, pero a distancia. Entonces, las ideologías, como la democracia, extravían sus argumentos al perder la fuerza con la cual evita que la podredumbre se acumule en los intersticios de sus andamiajes.

El filósofo Friedrich Nietzsche, decía que “el idealismo es una mentira frente a la necesidad”. Y es indiscutible que la democracia es una necesidad que permite la convivencia supeditada en los valores trascendentales del hombre. Por eso, la búsqueda de las verdades se convierten en una necesidad irrebatible.

De modo que cualquier fuerza cuya gravedad desconcierte la verdad, la dignidad, la ética y la moralidad, es instrumento de la destrucción del Estado de Bienestar al cual se pliega la democracia. Por tanto, la “desinformación” en su indolencia por deformar la vida del hombre en conciliación con el desarrollo social, político y económico que se plantea permanentemente, termina siendo la causal que mueve intereses. Pero que groseramente apuntan a ¿descalabrar la democracia?

https://www.analitica.com/opinion/descalabrar-la-democracia/